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20 de agosto 2019

Ezequiel Meler

DESPACITO

Tiempo de lectura: 5 minutos

“Es cosa melancólica esto de estar solo en su propio país, dijo el conde de Leicester cuando lo felicitaron por haber terminado la construcción de Holkham. Miro a mi alrededor y no veo más casa que la mía. Soy el gigante del castillo de los ogros y he devorado a todos mis vecinos.” (Karl Marx, El Capital)

“Pasa que soy solo un candidato a presidente, no el presidente electo” (Alberto Fernández)

Las elecciones del domingo pasado arrojan diversas lecturas. La mayoría descuenta una repetición del resultado en octubre. Lo cierto es que, por imperio de la situación en Argentina -que es efecto de la liberalización del mercado de capitales y del proceso de reformas iniciado por Mauricio Macri-, esas elecciones tuvieron el efecto de un golpe de knockout sobre el gobierno, con una salvedad que Alberto Fernández supo precisar bien: no instauraron un nuevo gobierno, no iniciaron una transición.

En consecuencia, las comparaciones con otras etapas de nuestra historia, léase 1989, son vanas. Todavía tenemos que votar, todavía tenemos que elegir, esta vez en serio, a Alberto Fernández como nuestro presidente, poniendo así un fin al ciclo abierto en 2015, que no fue lo bastante breve como para multiplicar casi todos los problemas heredados.

La economía argentina tiene muchos problemas: es casi como un auto italiano, en la feliz ocurrencia de un columnista del Washington Post. Se ve bien, pero no funciona. No funciona hace mucho tiempo, al menos si por funcionar nos referimos a crecimiento sostenido. Tampoco han funcionado los planes antiinflacionarios, y ahora tenemos recesión e inflación. No es el mejor panorama para un país que, además, debe mucho dinero, y afronta servicios de deuda por 156.000 millones de dólares entre 2020 y 2023.

La economía argentina tiene muchos problemas: es casi como un auto italiano, en la feliz ocurrencia de un columnista del Washington Post. Se ve bien, pero no funciona

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En ese contexto dramático, siempre al borde del precipicio, se desenvuelve la política de un país y la vida cotidiana de la población, visiblemente afectada por el cuatrienio macrista. ¿Y cómo funciona esa política? Se ha concertado una alianza de unidad opositora que, con las cabezas visibles de Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, reunifica al peronismo dotándolo de un rostro renovado, capaz de seducir al electorado de centro. Mucho se debate aquí si fue primero la oferta o la demanda, dicho de otro modo, si lo que se unificó fue la base de los votantes dispuestos a acompañar al peronismo -recordemos que hace sólo dos años Cristina, la opositora mejor posicionada, perdió contra un ignoto Esteban Bullrich, uno de los senadores con menos vocabulario desde la invención del Senado romano-. O si, por el contrario, fueron los dirigentes los que comprendieron que divididos eran pasto para el programa macrista. Lo cierto es que atestiguamos una victoria a contramano del mundo, una prueba más de que los ciclos internacionales no son una necesidad histórica.

En ese momento muchos advertimos, en vano, que la mentada hegemonía macrista tenía pies de barro, que, si la economía no despegaba de una vez y no aparecían capitales para financiar el programa de reformas, casi a la manera de los petrodólares de finales de los años setenta, el país comenzaría a mirar el abismo. Y como dice el filósofo: si miras mucho el abismo, éste te devolverá la mirada. Así fue 2018, así viene 2019, una vez derrumbada la expectativa internacional en la candidatura de Mauricio Macri.

Se ha concertado una alianza de unidad opositora que, con las cabezas visibles de Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, reunifica al peronismo dotándolo de un rostro renovado, capaz de seducir al electorado de centro

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¿Qué puede hacer Alberto? De aquí a octubre, muy poco. No hay incentivos reales para cooperar entre dos jugadores que todavía no han desistido, porque no pueden desistir, de la partida en juego. El gobierno de Macri, tras un primer acto fallido del lúcido Rogelio Frigerio, ha salido a decir que aquí no hay ninguna transición -una forma de llamar la atención sobre el elefante en el salón, pero una forma necesaria si lo que se pretende es retener algo de poder político en los dos meses y monedas que quedan.

¿Qué puede hacer Mauricio? Casi nada. Su poder de fuego se evapora con cada salto del dólar, porque lo que anticipan los mercados es su incapacidad para reelegir, y cada vez les interesa más ponerse a resguardo y conocer los planes del tándem Fernández – Kirchner. En ese sentido, es interesante observar cómo las petroleras, los supermercados, las provincias, desoyen sus medidas de recomposición de una imposible pax electoral.

¿Cuáles son esos planes? No está muy claro, pero el paquete seguramente incluya nuevas devaluaciones, controles de cambios y regulación del mercado de capitales, restitución de derechos de exportación a mineras y productores agroindustriales, renegociación de la deuda y programas heterodoxos de control inflacionario, al estilo de los ya conocidos por el país antes de la Convertibilidad. Es eso, o una convertibilidad temporal: el menú no es tan amplio en estos casos.

No hay regreso a 2008, ni a 2011, ni siquiera a 2015, en el panorama, y del mundo podemos esperar, con suerte, que no patee demasiado el avispero

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Ese panorama no tiene nada de agradable, y claramente pueden avizorase turbulencias que ni el mejor resultado en octubre -de todos modos, necesario- podría aventar. No hay regreso a 2008, ni a 2011, ni siquiera a 2015, en el panorama, y del mundo podemos esperar, con suerte, que no patee demasiado el avispero mientras los argentinos trabajamos en restaurar el valor más preciado para nosotros: la estabilidad.

Pero lo que me interesa destacar es que no estamos en octubre todavía. Y para llegar sanos y salvos, algo elemental, todos tendrán que sacrificar algo. Alberto, algo de su verborragia -no mucha, porque necesita la restante para ganar-. Mauricio, su programa económico y buena parte de sus ambiciones. En ese sentido, el candidato opositor dio el primer paso al convalidar un dólar a sesenta pesos, algo que, combinado con la venta masiva de reservas, trajo una “calma” que, anticipo, no será duradera. El peso, en este momento, es la peor moneda del mundo: nadie sabe lo que valdrá la semana que viene, y todos anticipan que será menos de lo que vale hoy.

En ese panorama resbaladizo, es de esperar que muchos hombres y mujeres del oficialismo empiecen a trabajar por una victoria de Fernández -le está pasando a Vidal, le pasará a Macri seguramente. No ya los desencantados, sino todos los que quieran tener un futuro en política. Y habrá que abrirles los brazos, si vienen con votos.

En menos palabras, no vienen buenos tiempos. Vienen, eso sí, tiempos de valientes, como dijo lúcidamente Pablo Touzon. El peronismo, esa bestia negra de la ciencia política y de la política argentina, tiene la chance de volver a gobernar. Pero, así como llamó a no creer en la magia durante los años 2003-2015, hoy tiene la ingrata tarea de descubrir, una vez más, que esa magia, si existió, no existe más. No hay palanca, no hay interruptor, no hay botón rojo que encender. Se puede, pero queda todo por hacer.

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