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27 de marzo 2020

Ezequiel Meler

EL DIABLO SABE QUE LE QUEDA POCO TIEMPO

Tiempo de lectura: 4 minutos

“Pero ¡ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha bajado donde ustedes y grande es su furor, al saber que le queda poco tiempo”

Apocalipsis 12:12

No, no estamos frente al apocalipsis. Tampoco frente a una “gripe fuerte”. Estamos, sí, ante uno de los más dramáticos puntos de quiebre desde 1945. Desde siempre, el Estado y el mercado se entrelazaron de maneras misteriosas. Bueno, no desde siempre, pero desde hace mucho que se expanden de la mano. Uno no existe sin el otro. Y la peste los sigue a ambos. A Italia, desde Asia. A América, desde Europa. Y, sin embargo, en la aparente recurrencia habita el cambio.

Un porcentaje todavía indeterminado de habitantes de nuestro planeta morirá en los próximos meses, quizá en el próximo año. Hay algo de inevitable en ello. Un nuevo virus, de altísima tasa de contagio, hace desfilar camiones en Italia. Los camiones cargan cadáveres. Cadáveres que nadie ordenó matar, cadáveres que no tenemos dónde enterrar. Pasa en Roma, pasará en Madrid, pasará en Brasil. Puede ser el 3,5, el 4, el 5% de la población. No es el fin del mundo, pero sí un momento de cambio en el mundo como lo conocemos.

Desde 1945, el mundo no conoce grandes catástrofes a escala global. Conoce, sí, de conflagraciones regionales muy agudas, como Corea y Vietnam, Irak, etc. Pero el equilibrio nuclear nos llevó a un nuevo tipo de guerra, la guerra en la que el enemigo es la guerra misma. Dos países con la misma tecnología no se enfrentarán en ese nivel, pues el riesgo es muy grande. Escaramuzas, es otro precio.

Un nuevo virus, de altísima tasa de contagio, hace desfilar camiones en Italia. Los camiones cargan cadáveres. Cadáveres que nadie ordenó matar, cadáveres que no tenemos dónde enterrar. Pasa en Roma, pasará en Madrid, pasará en Brasil

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En 1990 pareció que un orden se imponía definitivamente. El colapso de la Unión Soviética fue durante muchos años el del socialismo democrático, y aparecieron la tercera vía, el nuevo laborismo, los Blair, los Clinton… Meet the new boss, etc. Podía gobernar el otro, lo hacía con la misma receta, la receta del libre mercado. Incluso los más keynesianos fueron puestos al servicio de la expansión ad infinitum del mercado. Los países del viejo Este devinieron el nuevo Este, los tigres del Sudeste, o bien directamente China, la potencia que todo lo condensa.

Pero, como diría cualquier observador racional, dentro de todo había paz. Crisis, por supuesto. Siempre hubo crisis. Siempre habrá crisis. Bajo el orden mundial que conocemos, esas crisis siempre las pagan los mismos. La concentración de la riqueza se ha vuelto espectacular y escandalosa a la vez, y cada año, cada gobierno, cada década los trabajadores vienen perdiendo la batalla. Ponemos parches, pero no encontramos un orden alternativo que sea viable fuera de circunstancias extraordinarias, como el precio de las commodities lo fue durante la primera década del siglo XXI.

Pero había paz, me dirán. Y es cierto. En líneas generales, la paz favoreció la emergencia de un mundo multipolar, donde cada día una nueva máquina desplazaba a un obrero cansado, lo sacaba de circulación, le bajaba el salario. La promesa era que ello duraría para siempre. O hasta que se agote el planeta.

La concentración de la riqueza se ha vuelto espectacular y escandalosa a la vez, y cada año, cada gobierno, cada década los trabajadores vienen perdiendo la batalla. Ponemos parches, pero no encontramos un orden alternativo

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Ahora, nos encontramos con que puede haber paz y miles, millones tal vez, de muertos. Primera novedad, el sistema de salud no está preparado para eso. Segunda novedad: parece que el sistema político tampoco puede tolerar esos camiones que deambulan buscando crematorios. Solución inesperada: paremos la economía. No la economía argentina, que salvo ciertos sectores no mueve el amperímetro. La economía china. La italiana, la española, la francesa. Macron lo dice clarito: Nous sommes en guerre. La metáfora no es feliz, pero es la única analogía que se le ocurre. La economía deberá sufrir, porque es impensable que el orden actual siga como si nada, con -digamos- un millón de muertos. ¿Y con 50? ¿Y con 100? ¿Cuánto es el 4,5 de 7 mil millones?

Resultado: la modernidad liberal, occidental y europea, entra en crisis. ¿De qué modernidad hablamos? De la que nos aseguraba tres cosas: integridad física; libre circulación de los bienes y de algunas personas; crecimiento y bienestar, bajo un estado relativamente secular.

Lo de secular lo discutimos otro día. La integridad física, bueno… depende. Pero eran las tres promesas que nos hacía el capitalismo a cambio de dejar que el mercado se expandiera, imparable. Que el capital se multiplicara, que el progreso tecnológico nos cambiara la vida, década a década. Eso sí, cada vez más con fabricación china. Con outsourcing, con relocalización productiva en el tercer mundo.

Esto cambió con el divorcio de Estado y Mercado. El Estado nos pide, de pronto, que nos quedemos en casa. Hay un enemigo terrible allá afuera. Uno invisible, que ni todo el progreso técnico del mundo puede detener en menos de un año. Y un año que, parece, será muy largo.

El Mercado, en cambio, nunca entendió esas razones locas. Salgan a laburar, o mueran. O las dos cosas, carajo, que siempre habrá alguien más. ¿Quién te va a pagar el salario? ¿De qué vas a trabajar? El teletrabajo no es para todos. Menos que menos, para los informales, que dicho sea de paso, se concentran en el tercer mundo. ¿Quién te va a pagar la luz, el gas, la internet con la que me lees? ¿Y las compras?

Pero la historia no todo lo enseña, no es el borrador del porvenir. Hace falta un nuevo contrato social

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Si esas preguntas asustan a los europeos, deberían aterrarnos. Porque tenemos que responderlas, esta semana. Mañana o pasado ya deberían llegar los primeros anuncios. Los optimistas dicen que el capitalismo se acaba. Lo dudo seriamente. Los pesimistas, que bueno, habrá muerte y pobreza. Algo de razón tienen. Pero la historia no todo lo enseña, no es el borrador del porvenir. Hace falta un nuevo contrato social. Hace tiempo que lo vemos, por lo menos los militantes sociales. Nos desencontramos muchas veces en estos años, pero siempre dijimos que la sociedad salarial con pleno empleo no vuelve más. Que tierra, techo y trabajo, ya no son para todos. No si el Estado no pisa fuerte en la ecuación. Bueno, ahora, quizá, tengamos a la vista un destello, funesto por sus causas, una mínima oportunidad de poner al mundo a pensar en eso. A pensar en nosotros. A pensar en la renta básica universal. A pensar en sistemas de salud solidarios, iguales para todos. A reflexionar en torno de nuestro vínculo con el trabajo. Mientras tanto, la naturaleza reclama su reino. Pero esa, claro, es otra historia.

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Comentarios

  1. Enrique

    el 28/03/2020

    Un muy buen trabajo que plantea los problemas del actual modelo económico más allá de los gobiernos, Recomiendo la lectura del Sociólogo Argelino Jackes Aletti. Aunque el tiene una mirada pesimista del futuro ,es de los pocos que se atreve a imaginarlo con respaldo científico.

  2. Piero Miovich

    el 29/03/2020

    Encantados de descubrirlos, muy buenos artículos. Saludos desde Perú.

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