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18 de enero 2017

Ezequiel Kopel

EL LEGADO DE OBAMA EN MEDIO ORIENTE (Y EN EL MUNDO)

Tiempo de lectura: 5 minutos

Desde un comienzo, las políticas del saliente Barack Obama respecto de Irán, junto a una “solución nuclear”, contenían la intención de convertirlo en un buen vecino (o, al menos, en uno controlado) de las monarquías sunitas del Golfo, aliadas a Estados Unidos. Pero en la práctica sucedió todo lo contrario. A más de un año de la firma del acuerdo nuclear con Irán, las predicciones menos optimistas parecen ser ciertas. Si bien el programa nuclear iraní, por el momento, parece estar controlado, la avanzada iraní por sobre la región va a toda marcha y no muestra signos de retroceso.

Irán se encuentra envalentonado como nunca y sus ambiciones regionales -de carácter ideológico y expansionista- parecen estar fuera de control: por primera vez desde el inicio de la Revolución Islámica, las autoridades iraníes han manifestado su deseo de construir bases navales tanto en Siria (de cara al Mediterráneo) como en Yemen (en la estratégica ruta comercial petrolera del Estrecho de Bab el Mandeb). Todo esto ha provocado diversas protestas, incluso la inusual reacción del Sultanato de Omán, que siempre ha mantenido una estratégica neutralidad entre sauditas e iraníes, al anunciar su participación en la Alianza Militar Islámica, una coalición de 41 países encabezados por Arabia Saudita, exceptuando a Irán.

la política regional de Obama se transformó en un gran experimento social a cielo abierto

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La apertura de Estados Unidos hacia Irán nunca fue un problema per se; pero el principio del conflicto puede rastrearse en la apresurada forma en la que los estadounidenses modificaron esta relación: de un día para otro comenzaron a intercambiar “zanahorias” donde antes había “palos”. Sin mediaciones, la política regional de Obama se transformó en un gran experimento social a cielo abierto, que partió del alejamiento de un aliado fundamental (y problemático) como Arabia Saudita hacia la base de poder de su rival en la región. Obama, que pensó que la reincorporación de Irán al orden de la zona de alguna manera resolvería las cosas, trató de mantener el acuerdo nuclear como su “legado” pero terminó por convertirse en un rehén de los ayatollahs iraníes: el presidente estadounidense estuvo tan compenetrado en el éxito del acuerdo que decidió hacer la “vista gorda” ante cualquier transgresión iraní en otras esferas. El principal temor de la administración Obama fue tener que volver a “caminar sobre sus pasos” dentro de su propio país más que las propias consecuencias del acuerdo fronteras afuera. Por lo tanto, Obama se negó a utilizar el acuerdo como método de presión sobre Irán y, conscientes de esto, los iraníes no vieron ninguna causa de restricción para su avance sobre la región. Intoxicados con el dinero del acuerdo, los iraníes se han embarcado en una política exterior mucho más intransigente que cualquier otra cosa que hayan perseguido en más de un siglo; para desarrollarla, hubo poca necesidad de armas nucleares, tal lo demuestra la conquista de Aleppo.

Obama trató de mantener el acuerdo nuclear con Irán como su legado

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Asimismo, el envalentonado renacer de Rusia en Medio Oriente se produjo por la propia pasividad de Obama. Los rusos jugaron con el retiro de Obama y pronto comenzaron a  articular avances tentativos que, al no ofrecer ninguna resistencia, se transformaron en maniobras indirectas para subvertir la propia política de Estados Unidos (de igual manera que Estados Unidos ha subvertido la política interna de otros países durante años). Pero Putin no es Obama ni Rusia es Estados Unidos y tanto él como el círculo que lo rodea tiene, tal vez, algunos años de experiencia colectiva de poder. Putin, junto a su “equipo”, maneja la política de su país como un estado propio y todos son veteranos de la KGB o la FSB. Todos ellos conocen el “poder”, lo comprenden y no tienen miedo de usarlo. Para un presidente de “plazo fijo” (tal es considerado Obama por los rusos) entrar a la oficina máxima con un concepto de política exterior similar a un  folleto de viaje era una cosa entendible. Pero trazar una “línea roja” en 2013 sobre el  uso de las armas químicas en Siria y luego volver sobre sus propios pasos -cuando el mandamás sirio Basher Al Assad las usó contra su propio pueblo, asesinando a más de 1400 civiles- fue fatal para sus planes. Le dio a los rusos el aliciente que necesitaban y fue así que -después de la decisión de no tomar ninguna acción- adiós Crimea, adiós Ucrania y ¿adiós Siria? Asimismo, la clara irritación de Obama con Putin está alimentada por la osadía rusa de intervenir de manera decisiva sobre esos países, mostrando así los  vacilantes e indecisos esfuerzos de Washington por demostrar su poder en la región.

Conformó su presidencia en oposición a la de Bush y reemplazó a los ideólogos neoconservadores por ideólogos realistas

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Es una realidad histórica que Estados Unidos ha dominado el orden de la seguridad regional en Medio Oriente desde que ingresaron a todo vapor durante la Segunda Guerra Mundial. Tanto amigos como enemigos sabían -más o menos- qué esperar y todos estaban acostumbrados a que el poder estadounidense fuera proyectado de una manera muy diferente a la actual y -con razón o equivocadamente- se habían acostumbrado a esta dinámica. Lo que no comprendió Obama, como senador sin previa experiencia ejecutiva, es que no se puede alterar radicalmente la política exterior de una superpotencia sin consecuencias importantes para los propios países bajo su órbita que, a la vez, no son responsables por los votantes estadounidenses sino ante una variedad de jugadores legítimos e ilegítimos.

Los errores de Obama en Medio Oriente pueden tener consecuencias mucho más profundas que las de George W. Bush. Conformó su presidencia en oposición a la de Bush y reemplazó a los ideólogos “neoconservadores” por ideólogos “realistas”. Si los neoconservadores respondían a todo con intervención, los realistas son, básicamente, estadounidenses aislacionistas en la tradición de Charles Lindbergh. El resultado es que cada “retiro” fue contestado con un avance correspondiente de algún actor desagradable para Estados Unidos.

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Mientras Obama imaginó que los enemigos de Estados Unidos -pero también sus aliados- actuarían según las reglas de la escuela de derecho de Harvard, a fines de 2013, a partir del incumplimiento de su advertencia de intervención si se usaban armas químicas en el conflicto sirio,  condonó el salvajismo y la impunidad sin control en el país levantino donde la violencia y los muertos comenzaron a aumentar considerablemente a partir de esa fecha hasta convertirse en la mayor crisis humanitaria del siglo XXI con, por lo menos, 400 mil muertos y más de 10 millones de refugiados

Al fin y al cabo, todo resultó en un ingenuo experimento de ciencias sociales donde sus tres nuevos enfoques de política exterior  fueron  evidentemente contradictorios:

1. Su pivote de defensa en Asia supuso claramente que el poderoso poder militar estadounidense podía subyacerse en el marco de seguridad asiático, pero podía reducirse en el ámbito de Medio Oriente, sin que nadie entienda en qué se diferenciaban.

2. Su discurso de 2009 en El Cairo para el mundo musulmán, donde exhortó a los pueblos de Medio Oriente a buscar la libertad y la democracia mientras les aclaraba a sus despóticos líderes que Estados Unidos no “impondría” la democracia sobre ellos, instigó tanto la rebelión de las masas populares como el consiguiente uso de la fuerza de los dictadores autóctonos para suprimirlas.

3. Explicitó que Estados Unidos tenía que mirar al “nuevo mundo” para noveles alianzas, minimizando deliberadamente las relaciones tradicionales con sus aliados de Europa y Medio Oriente. Sin embargo, también sentenció que Estados Unidos no podría “ir solo, sin sus aliados” en sus aventuras internacionalistas. Lo que pareció desconocer Obama fue ¿por qué sus aliados tradicionales buscarían enfoques comunes si no se interesaba por ellos?

la naturaleza aborrece el vacío

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Hoy, el nuevo presidente electo estadounidense Donald Trump simplemente hace explícitas las ideas que, implícitamente, Obama siguió: una supuesta “estabilidad” como la principal prioridad de la política exterior de Estados Unidos. De esta manera, si Bush perseguía, supuestamente, la “promoción de la democracia” en Irak, Obama la contrarrestó reafirmando el papel de los “hombres fuertes” en la zona. Los “realistas” le aconsejaron que si Estados Unidos permitía a Rusia reinar en su esfera de influencia, ellos protegerían la suya de modo más satisfactorio.

Barack Obama II, dueño de una gran retórica, sin embargo, hizo caso omiso a la premisa aristotélica: “la naturaleza aborrece el vacío”. Igual que una alfombra persa.  En consecuencia, cuando abandone su puesto este 20 de enero, dejará una región menos estable que, incluso, la de su antecesor.

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