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14 de enero 2016

Martín Rodríguez

Capitalino.

EL LIBRO DE LA GUERRA

Tiempo de lectura: 6 minutos

Casi todo lo que me gustaría decir sobre el libro de Claudio Uriarte (“Almirante cero”) y el Massera del Proceso está exquisitamente desarrollado en el texto de Pablo Touzon que se publicó en Panamá. Y casi todo lo que me gusta del libro de Claudio Uriarte sobre el Massera de la democracia es la sistematización de las ideas de Rodolfo Fogwill sobre el Proceso y las negociaciones de la transición democrática, que forman parte de un corpus de ensayos que publicó en revistas como El Porteño en los años 80, en el lapso que va entre las presidencias de Galtieri, Bignone y Alfonsín. La transformación de la Argentina de clases en la Argentina de ciudadanos tenía en Alfonsín y los derechos humanos la oscura consumación del propio Proceso, según la mirada fogwilliana, que era también parte de un diagnóstico extendido en otras expresiones de izquierda de la época, seguramente menos lúcidas en su enunciación. Más o menos eso decía Fogwill en un discurso malinterpretado por derecha (en pos siempre de voltear el consenso de los derechos humanos), y que fue, en realidad, una observación “por izquierda” acerca de la dictadura y su desenlace civil. ¿Redistribuir renta o cuerpos? El Proceso materialmente vencedor, ¿había sido culturalmente vencido? Para Fogwill y Uriarte en la caída del Proceso se desplegó su victoria: la dictadura resultaba la última experimentación militar sobre el cuerpo social argentino que desmilitarizaría por efecto de terror nuestra vida política. Las izquierdas y las derechas se sacarían sus uniformes de combate. Uriarte ve en la caída de Massera (un chirle político bien descripto por Touzon) la mirada desgraciada de quien no tenía modo de pensar la forma paradójica en que el Proceso estaba siendo heredado: Alfonsín era SU victoria.

Para Fogwill y Uriarte en la caída del Proceso se desplegó su victoria: Alfonsín era SU victoria

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Claudio Uriarte escribe este libro fundamental acerca de Massera en los primeros años 90, anterior al boom revisionista de la segunda mitad de esa década (“La Voluntad”, “Cazadores de Utopías”), cuando comenzaba la reivindicación política de los vencidos, algo que el kirchnerismo convirtió en política oficial la década siguiente. ¿Y por qué elige a Massera? ¿Qué fue Massera? Se dice: “el más político de la Junta”, el ejecutor de una política autónoma dentro de la competencia represiva, y el que finalmente intenta retrotraer el país al minuto anterior al 24 de marzo de 1976 desconociendo los cambios estructurales que la misma dictadura (y su propio poder) produjo en Argentina. Massera se propone como un político crítico de la posguerra después de ser el militar vencedor de la guerra sucia. Uriarte, de ese modo, sistematiza a Fogwill: Massera balbuceaba que esa violencia producida en la ESMA fue la partera de un nuevo orden civil que iba a volver ridículos los uniformes militares en una sociedad pacificada para siempre. Ahí tenemos el ensayo de Fogwill sobre la presentación televisiva del Nunca Más que comienza con los gritos de una madre, que son los gritos de un parto, y el llanto del bebé. Lo que sonaba como una primera escena de tortura, en realidad era un parto. Fogwill advierte el inconsciente alfonsinista en ese montaje: la producción del relato del Proceso reciente que a la vez amplifica sus efectos de terror y revela una violencia “parturienta”, “necesaria”. Esa relación mecánica es el sistema del libro: un libro sobre Massera que es también un libro sobre Alfonsín, un libro sobre la continuidad de un orden ahí donde se había establecido una discontinuidad. La violencia de la ESMA da a luz un nuevo orden, un nuevo “orden burgués”, para Uriarte, del que la dictadura es también su teología. La ESMA es la Maternidad Sardá de nuestra democracia. La “última dictadura” es el mejor nombre de esa dictadura que fue la peor porque sabían, calculaban sus ejecutores, que tenía que ser la última. Massera entiende que hay un ciclo cumplido pero pretende reinventarse un destino: convertirse en un político peronista de primera línea, mitad asesino y mitad perdonavidas, crítico del liberalismo que su gobierno aplicó bajo las condiciones ideales de disciplinamiento social que él mismo llevó a cabo. Ese desdoblamiento masserista recorre todo el libro: Uriarte cree en la lucidez maldita del Almirante como un hombre que habita un cuerpo político muerto y quiere mudar su piel. Massera al final odia el Proceso: quiere ser el asesino político también del Proceso. El ciclo de un traidor serial de todo lo que crea.

Para Fogwill y Uriarte en la caída del Proceso se desplegó su victoria

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Hay un matiz entre Fogwill y Uriarte: si para Fogwill la violencia del Estado había sido muy precisa, calculada sobre un sector social y luego amplificada en los diversos relatos del Estado, para Uriarte no. Uriarte no duda de la envergadura de la represión. Sin embargo, el hilo se vuelve a unir: para ambos el triunfo de Alfonsín volvía a separar el orden civil que habitaba dentro del orden militar, otorgándole una oportunidad de reconstrucción y continuidad a esa clase dominante que había impulsado la dictadura y que se negaba a reconocerse en el espejo de la faena represiva. Massera en el choque de placas tectónicas entre esos dos tiempos, caía en la fosa del tiempo viejo, pero la clase empresarial de ese orden no. Esa faena, ese Matadero, “el show del horror”, dimensionaban la dictadura como un capítulo de crueldad de la “naturaleza militar argentina” y proponía un futuro de política secularizada, de república y ciudadanía, con los límites aprendidos bajo efectos del terror que ahora se perpetuaba en su relato morboso: los detalles de las torturas formulaban la continuidad de los efectos de esas torturas para la continuidad del orden procesista bajo formas constitucionales. El cuento de terror para aceptar los límites del nuevo orden. Eso colocó -en la visión de ambos- a los derechos humanos del lado de una claudicación funcional a los vencedores: la aceptación de un nuevo territorio político “despolitizado”, de cuerpos, picanas y chupaderos. Así, el Alfonsín de Fogwill y Uriarte es el heredero perfecto del Proceso. ¿En qué lugar queda esa figura tan angelada de Alfonsín, el presidente disputado por todos (kirchneristas, alfonsinistas, republicanos) según estas hipótesis? Paradoja de un político que trajo una modernidad deseada a caballo de denunciar los restos del partido militar y la sociedad autoritaria. Ocurre una lectura simultánea: Alfonsín tiene dimensión histórica contradictoria. Un Alfonsín sólo “heredero” del Proceso pasa por alto las revueltas de su propio gobierno, sus primeros impulsos industrialistas, su liberalismo político, aspectos que hicieron de ese gobierno, por ejemplo, el espejo histórico que eligió Cristina para mirarse. El cristinismo “allendizó” a Alfonsín. La cháchara de un Leopoldo Moreau colocó la figura de Alfonsín con casco y metralleta en una Casa de la Moneda argentina que resistía el bombardeo de los capitanes de la industria, la CGT, la SRA y Clarín.

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Uriarte escribe algo más que una “biografía”. Almirante Cero es un ensayo, el borrador de un nuevo Facundo escrito entre la fascinación por el personaje siniestro y el modo desnudo para leer la política de esos años (la gran ausente en el revisionismo: ¿cómo era la política de la dictadura, sus tensiones internas?) que el brutal Massera permite hacer. En Massera leemos el fundido encadenado entre orden militar y orden civil, esas mutaciones entre guerra y política que vive la propia izquierda (¿o no era simultáneo el despliegue resistente de los organismos de derechos humanos como Abuelas, CELS y Serpaj ya en 1979, 1980, y el militarismo de las contraofensivas montoneras, el estreno de sus uniformes, el lenguaje militar?). Dice Uriarte casi sobre el final: “La izquierda, al salir derrotada de su confrontación con el Proceso, tenía ella misma menos auditorio que antes; el interés que pudiera suscitar provenía únicamente de ser uno de los objetos del ‘destape’, en un plano parecido al de la pornografía o las películas censuradas. Nadie soñaba con la lucha armada. Los restos de discurso izquierdista que subsistían, considerablemente ‘socialdemocratizados’ ya por la derrota y el exilio, eran crecientemente reabsorbidos por el discurso de los derechos humanos de Alfonsín, que se presentaba como el candidato de una especie de democracia burguesa utópica y hacía brotar lágrimas de agradecimiento de los ojos de viejos guerrilleros aguerridos al abrir sus discursos con las frases del Preámbulo de la Constitución Nacional. El triunfo ideológico del orden era total. La fuerza de Alfonsín se asentaba -precisamente- en aquello que en otros tiempos habría constituido la raíz de su debilidad: la falta de sectores sociales que se embarcaran detrás de su proyecto y su sustitución por puros ciudadanos votantes. (…) Massera no se daba cuenta del notable triunfo político que había significado el hecho de que la oposición al Proceso dejara de usar el lenguaje de la lucha de clases y empezara a articular el de los meros derechos humanos.” El tiempo les pasó a todos: a estas líneas y sus certezas, a Massera, a Alfonsín, a Fogwill y al mismo Uriarte, un hombre que cambió. El Almirante murió en un hospital naval. Tenía “arresto domiciliario”. La democracia argentina tuvo otros capítulos e incluso otras negociaciones entre política y poder, entre civiles y armados, y conoció siempre la ampliación de sus “límites”. Almirante Cero es una pieza notable para pensar el orden democrático y su genealogía bajo la figura de Massera, uno de sus parteros truncos.

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