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20 de enero 2021

Tomas Di Pietro

ELIGE TU PROPIA DECADENCIA

Tiempo de lectura: 8 minutos

“En este país va a haber una revolución. Está llegando. Un rechazo total del sistema. Lo cegará todo”. Steve Bannon, ex jefe de asesores de Trump, en la entrevista que le realizó Errol Morris titulada American Dharma, en 2018.

El progresismo lleva unos años repitiendo puertas adentro “tenemos que hacer una autocrítica y tomarnos en serio la rabia de la clase obrera”. Mientras tanto, continúa dando sus mil batallas culturales y desatendiendo a estos indignados, fenómeno que el filósofo Richard Rorty denominó como “un desplazamiento de Marx a Freud”.

Millones de personas –en su mayoría blancas– en Occidente perciben amenazados sus valores, identidad, posición económica, status y sistema de creencias. No son los últimos de la fila. Y poco les importa si han gozado de alguna preeminencia histórica. Están cabreados.

La periodista española Ana Iris Simón ilumina otra dimensión del asunto en su reciente novela “Feria“: “No solo envidio la vida de mis padres a mi edad por haber podido meterse en una hipoteca y haber tenido contratos indefinidos, sino también por haber querido. Envidio a mis padres porque quisieran tener hijos con veintipocos y porque no tuvieran ese imperativo de ser libres. Me refiero a libres de elegir, paradójicamente, todos lo mismo: Netflix, festivales, relaciones líquidas, vivir fuera al menos un añito en la vida casi como condición sine qua non para ser un ciudadano respetable; ocio barato basado en el alcohol y las drogas; la querencia que tiene mi generación por viajar casi por defecto, etc…”.

No es solo la globalización. El relato liberal también tambalea a partir del momento en que dejó de dar sentido. Jaqueado por la crisis económica y por un creciente sentimiento de dignidad insatisfecha, se desvanece al no alimentar con algo sólido a quienes la libertad les prometió cosas que no llegaron, o llegaron con sabor a poco. Explotaron los penúltimos. 

Menudo lío. 

El progresismo lleva unos años repitiendo puertas adentro tenemos que hacer una autocrítica y tomarnos en serio la rabia de la clase obrera. Mientras tanto, continúa dando sus mil batallas culturales y desatendiendo a estos indignados

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TODOS EN CUALQUIERA MENOS YO

Nuestros deseos y elecciones no son producto del libre albedrío. Son el producto de procesos bioquímicos influidos por factores culturales que se hallan fuera de nuestro control. Nos creemos libres de escoger nuestra ideología pero pensamos como pensamos absolutamente condicionados. La mayoría de las decisiones humanas se basan en reacciones emocionales y rara vez de forma aislada. Se desea en grupo.

Existe la tentación de interpretar como manipulados solo a los que no piensan como uno. Nosotros, por suerte, consumimos la información correcta y además somos objetivos por tanto gozamos con la dicha de tener la verdad de nuestro lado.

Bien vale recordar lo que dice la academia respecto a la conformación del voto. El elector no es racional ni está informado, aun cuando se percibe como racional e informado. Se vota con lealtad tradicional, se votan características de los candidatos. Pero sobre todo se utilizan como argumentos para confirmar una preferencia preformada más que como una elección real. Se tiende a atribuir al candidato aquellas políticas y valores que se apoyan previamente. Y el voto no es un acto individual sino una experiencia de grupo. El contacto con los grupos primarios define la mayoría de los votos. Aun en aquellos que actúan por oposición –que es otra forma de homenaje, junto con la identificación.  Hábito, sentimientos, predisposición y pertenencia por sobre racionalidad, lógica, e información.

Se suele hablar de los votantes de cuello azul de Trump con el mismo desprecio y paternalismo que de otros electorados de bajo nivel socioeconómico y religiosos. Los hay racistas, xenófobos, conspiranóicos y violentos. Pero no son una masa homogénea. No están todos locos. O en tal caso, como formuló Alejandro Galiano, “todos somos el loco de alguien”. Cada cual tiene un trip en el bocho.

Se suele hablar de los votantes de cuello azul de Trump con el mismo desprecio y paternalismo que de otros electorados de bajo nivel socioeconómico y religiosos. Los hay racistas, xenófobos, conspiranóicos y violentos. Pero no son una masa homogénea. No están todos locos.

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CON DONALD NO ALCANZA, PERO SIN DONALD NO SE PUEDE

Trump hizo una elección insuficiente, pero excelente. Lo votaron 74 millones de personas. La segunda mejor elección presidencial de la historia de Estados Unidos. El record lo ostenta, evidentemente, Joe Biden con 81 millones.

La inmensa mayoría de los análisis durante los últimos 4 años fueron demasiado emocionales para entender el fenómeno. Recuerdan lo ocurrido en Argentina durante el período de Cristina 2011-2015. La personalidad del magnate obsesionó a sus críticos. Les eclipsó el pensamiento. Sin embargo su administración no fue el fracaso que se cansaron de repetir, al menos no en sus propios términos. Trump aumentó sus votantes en 14 millones (+24%) respecto a la elección de 2016 y esto se explica sobre todo en su capacidad para entender y conectar con los esos blancos furiosos, así como también por su nacionalpopulismo económico. 

Caída del desempleo a su nivel más bajo desde la década de 1960, aumento del salario de los trabajadores rentas bajas, crecimiento vigoroso del PIB por delante de los demás países hasta la pandemia, recortes masivos de impuestos, desmantelamiento de regulaciones estatales, mercados bursátiles por las nubes. Cumplió con su promesa de retirar las tropas de Afganistán e Irak y no empezó ninguna guerra nueva, cosa que no puede decir ningún otro presidente desde 1980. Contuvo a ese matrimonio electoral menemista conformado por ricos y pobres. Estados Unidos no volvió a ser Great Again pero sí que practicó el America First.

Lo que no pudo evitar fue el aumento taxativo del antitrumpismo. Su figura inspira animadversión masiva. Sin embargo hasta el 2020 no estaba claro que esa antipatía se movilizaría para destronarlo. Su gestión de la pandemia ha sido probablemente la gota que rebasó el vaso para que muchos decidieran votar en pos de evitar su reelección. Debe introducirse aquí un matiz: prácticamente ningún Ejecutivo de Occidente saldrá indemne de la pandemia. Es por ello que cuanto más se demore una elección, mejor será para cualquier oficialismo. La campaña de vacunación es una nueva oportunidad para fracasar. Y ya están en ello.

El Partido Republicano inicia ahora la digestión de lo que han significado estos 4 años de Trump como capitán. Si pudieran quitárselo de encima lo harían, pero no está nada claro que puedan. Eso no significa que Trump tenga secuestrado al partido. Lo reencontró con el voto obrero y lo llevó a una victoria muy difícil en 2016. En tal caso, conquistó un partido en el cual a nadie se le caía una idea. Un mandato después ya no hay Casa Blanca, Cámara de Representantes ni Senado. Pero sigue siendo el dueño de los votos. Muchos votos. Votos que el Great Old Party no puede resignar. El Partido irá tomando cada vez más características de coalición. “El hombre común destrona al establishment”. Óleo sobre lienzo.

https://twitter.com/tavos/status/1346919713797005316

Debe introducirse aquí un matiz: prácticamente ningún Ejecutivo de Occidente saldrá indemne de la pandemia. Es por ello que cuanto más se demore una elección, mejor será para cualquier oficialismo. La campaña de vacunación es una nueva oportunidad para fracasar. Y ya están en ello.

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BACK TO THE FUTURE

No declina Estados Unidos como potencia hegemónica solamente. Al ritmo de la locomotora, declina también el tren occidental y el orden mundial impuesto tras la Segunda Guerra. Movimientos iliberales florecen por Europa. Estamos a las puertas del mundo post-estadounidense, uno que no está definido por su primacía en todos los campos. Ya no se trata de evitar el declive. Se trata sobre cómo administrarlo. Pablo Touzon describió “el estilo británico” –declinación soft landing– para la gestión Obama–  y “a la rusa” – aislacionismo–  para la versión Trump.

¿Cómo declinará Biden? Repasemos.

Llega un Pichetto. Un político del pasado. Un hombre del establishment que es la oda al statu quo preTrump. Alguien que mantiene relaciones personales con toda la clase dirigente y el círculo rojo, y que lleva el sello IRAM de Clinton y Obama. Un tipo que no enamora pero que reunía lo suficiente para sostener la colación demócrata y surfear la ola antiTrump: moderación y corrección política. Business as usualFuck la nueva normalidad. Superemos la pandemia y back to the roots. Asume el cargo con 78 años (otro record histórico) por lo que queda potencialmente excluido de una reelección. Un pato que se podría quedar rengo antes de caminar. 

Biden ya anunció que inyectará 1,9 billones de dólares tanto a la economía como a la gente de forma directa mediante un suplemento en el seguro de desempleo y de pagos excepcionales. Invertirá en infraestructura escolar para garantizar el pronto regreso a clases. Dará asistencia para familias con hijos, subvenciones y prestamos para las pymes y repostará las diezmadas arcas de las comunidades. Se espera también que duplique el salario mínimo tras una década de mantenerse invariable.

Y pondrá todo lo que tiene para vencer al covid. Ayudas para producir la vacuna, multiplicar los test, contratar más empleados de la salud. Lo que haga falta para apurar la recuperación económica, batalla que está ganando China. La economía del gigante asiático creció 2,3% en 2020, siendo la única gran potencia que terminó el año en positivo. La receta ha sido haber controlado el virus.

En política interior su función será normalizar la sociedad y enfriar la política después del terremoto. Prometió resolver la tensión racial y cerrar la grieta. Pero los sismos tienen réplica. Hace 4 años la turba iracunda no tenía líder. Con Trump se romperá la tradición de cordialidad y complicidad que los ex presidentes estadounidenses tienen con sus sucesores.

En política exterior intentará también regresar al 2015. El Pivot to Asia persuasivo de Obama. Reconstruir las alianzas estratégicas maltratadas por Trump y al multilateralismo aunque con una economía menos dependiente de las cadenas de suministro globales. Refundar la globalización, esta vez con la gente adentro. Malabares entre soberanía e internacionalismo. Dualidad que hace de China un socio sin complejos para países de mano de obra barata sedientos de deslocalizaciones.  Puede que cuando Estados Unidos vuelva al mundo, el mundo ya no esté ahi.

Hace 4 años la turba iracunda no tenía líder. Con Trump se romperá la tradición de cordialidad y complicidad que los ex presidentes estadounidenses tienen con sus sucesores.

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LA GUERRA FRÍA TECNO

Estados Unidos todavía es la potencia hegemónica y sigue marcando las reglas del juego. Fue el motor financiero para la recuperación tras la crisis de 2008 y lo está siendo en la de la pandemia. Es emisor de la moneda global y la FED hace de Banco Central del mundo. Y en términos militares, por ahora, no tiene rival.

Pero China es el motor productivo. Y tras la llegada de Xi Jinping su rol en la esfera internacional se activó acelerando el choque de trenes. El proyecto faraónico de La nueva ruta de la seda expande su diplomacia y su área de influencia económica. El Made in China 2025, por su parte, promete dejar atrás el rol de fábrica del mundo para pasar a dictar las normas y los estándares tecnológicos. Lo que está en juego es el liderazgo de la cuarta revolución industrial.

La guerra comercial iniciada por Trump –la guerra tecnológica por otros medios– fue criticada por Biden durante la campaña, pero tras la victoria dijo que de momento no tocaría nada de todo eso e incluso se especula con que podría imponer nuevas sanciones. Sin embargo su estilo será la diplomacia y su estrategia abordará otras facetas. Para evitar que China lo adelante por la derecha Biden imitará a Xi Jinping y apostará fuerte por la inversión pública en innovación e I + D. En paralelo liderará una regulación tecnológica global y tratará de obstaculizar el acceso chino a la tecnología extranjera. Mucho se juega en que su rival no consiga pronto la anhelada autosuficiencia en semiconductores.

La participación de China en el PBI global crece sin pausa. Es el principal socio comercial de prácticamente todos los países. Concentra a las empresas más grandes. Está a la vanguardia en el desarrollo de infraestructura de telecomunicaciones. Es el país que más patentes ha desarrollado en 2020. Acaba de firmar junto a 14 países asiáticos el mayor acuerdo comercial en términos de PIB. La producción industrial está en Asia. El centro de gravedad de la economía mundial es Asia. Hay más gente viviendo en ese continente que fuera de él. 

Los mapas occidentales nos han convencido que el meridiano de Greenwich el centro del mundo. Todo mapa es político.

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