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23 de abril 2015

Bruno Bauer

HUMOR NEGRO, HUMOR BLANCO

Tiempo de lectura: < 1 minutos

Este artículo podría comenzar diciendo que Diego Parés es un dibujante maldito, un artista de culto. Pero no es así: Parés publica todos los días un chiste en la contratapa de La Nación, otro en la revista Genios, además de juegos tipo Buscando a Wally e ilustraciones en libros infantiles. Los dibujos de Diego Parés nos acompañan desde hace mucho tiempo, quizás sin que lo sospechemos.

Este artículo también podría comenzar diciendo que Diego Parés es uno de los historietistas más populares de la Argentina. Pero tampoco es así: en Argentina las historietas no son populares. La tierra de Quinterno, Columba y García Ferré, el país que alojó a Hugo Pratt y Robin Wood, no es un buen mercado para las historietas, que se reducen a un consumo de secta con referencias a una cultura de masas que aquí no es masiva (la lucha libre mexicana, la cultura trash norteamericana, el kawaii japonés o la celebración estúpida del conurbano por sus tipos ideales). Los pocos exponentes que rompen el cerco del micromercado autogestionado, como Nik o Liniers, lo hacen menos a través de sus tiras que de un merchandising de señaladores motivacionales y agendas temáticas. Es en ese territorio casi vaciado de inversión y demanda en el que Parés dibuja conejitos a todo color para tus hijos, burlas al fiscal Nisman con el cadáver aún tibio, chistes de náufragos en la contratapa de un diario centenario, o las historias de drogas, pedofilia y desesperación de un matrimonio incestuoso con el aspecto de Anteojito. Este es Diego Parés. Continuar leyendo en La Agenda 

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