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03 de julio 2018

Florencia Angilletta

LA PROHIBICIÓN NO NOS HARÁ LIBRES

Tiempo de lectura: 5 minutos

La revista THC, pionera en la reconfiguración de la cultura cannábica en el país, hace más de una década que viene pulsando un entramado de palabras y cultivos, diseños y relatos, vidas y leyes. Uno de sus colaboradores frecuentes es Juan Manuel Suppa Altman, periodista, abogado y autor de La prohibición, un siglo de guerra a las drogas. Algunas primeras versiones de los capítulos que integran este reciente libro se publicaron en la revista, para abrir paso a una investigación más amplia sobre la historia de la prohibición, que cuenta con la edición de Martín Armada –editor general de THC–.

Además de un notable equipo de trabajo, el libro y THC comparten un proyecto más ambicioso: que la discusión sobre drogas sea también discusión sobre política (pública), economía, literatura, modos de narrar y de vivir. En cada uno de los trece capítulos se cruzan testimonios de especialistas, informes, tratados, mucho archivo y documentación de experiencias, siempre entre el pulso periodístico, la reflexión rigurosa y los guiños culturales (por ejemplo, con los subtítulos que coquetean con el cancionero del rock nacional, los nombres de los libros de Foucault o los eslóganes partidarios). A partir del eje de la prohibición, se despliega una historia que suma distintas voces: la del propio Suppa Altman, la del editor Armada, la del también periodista especializado en esta temática Emilio Ruchansky (a cargo del prólogo) y la del mítico filósofo sobre las drogas Antonio Escohotado (a cargo del epílogo). El libro finaliza con una síntesis cronológica de los hitos del prohibicionismo que dialoga con la hipótesis general: ¿qué hacemos con lo que las prohibiciones hacen de nosotros?

Suppa Altman plantea que “las personas se han embriagado y drogado en todos los climas y en todas las épocas”, para empezar a mapear cuándo (y cómo) ciertos objetos dejan de ser un insumo “natural” para pasar a ser una mercancía (“el paso de las formas de lo artesanal y ritual a la producción industrial y el comercio mundial”). Así, se exploran casos testigos como el del opio en la magnánima China, el nacimiento de la marihuana en México y el expansionismo de la cocaína. Este decir “del opio venimos y al cannabis vamos” permite, sobre todo, ubicar cierto estado de las prohibiciones en torno a la producción, el consumo y la circulación de psicoactivos como otra forma de leer la geografía política, el mapamundi tambaleante del largo siglo XX. La historia moderna de la conformación de los Estados nacionales –entre dictaduras y democracias–, los vaivenes del capitalismo –con sus crisis cíclicas– y la eclosión de las formas de la cultura de masas –rock, punk, pop–, pueden ser, así, leídos en clave de política sobre sustancias. “Guerra a las drogas”, entonces, es el nombre que recibe un conglomerado de acciones y discursos, de control social, que se irradian desde las grandes metrópolis, en particular, el centro de Estados Unidos, cuyo actor histórico es la Administración para el control de drogas (DEA).

Este decir “del opio venimos y al cannabis vamos” permite, sobre todo, ubicar cierto estado de las prohibiciones en torno a la producción, el consumo y la circulación de psicoactivos como otra forma de leer la geografía política, el mapamundi tambaleante del largo siglo XX

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La lógica prohibicionista en el marco legal se proyecta hacia un modelo social que también resulta “abstencionista” en su dimensión sanitaria e “hipócrita” en su dimensión moral. La contracara del paradigma prohibicionista es fundamentalmente el narcotráfico. Siempre el signo $: “donde hay una prohibición, hay un negocio”. Quizá el ejemplo extremo resulte la “ley seca” que atraviesa Estados Unidos entre 1920 y 1933, cuando no se podía comercializar ni consumir ninguna bebida alcohólica. Aquí se inscribe una de las ideas fuerza del libro: la paradoja del prohibicionismo implica que, mientras más se endurecen las políticas represivas, aumentan el comercio y el consumo de sustancias ilegales. En este juego de doble moral y enemigos íntimos entre prohibicionismo y negocios, Suppa Altman sostiene que “las fuerzas de seguridad locales serán árbitros y parte del mercado ilegal de drogas”. Las transformaciones de las fuerzas policiales no pueden dimensionarse sin la relación limítrofe entre el combate contra las drogas y la corrupción interna. ¿Cómo pensar las especificidades locales de esta problemática? En La prohibición se postula que en América Latina “la guerra a las drogas es la continuidad de Plan Cóndor por otros medios”.

En países como México y Colombia, en particular, se negocia muchas veces la conflictividad territorial por el control de sustancias. En todo momento, en La prohibición se habla del mundo para contar el país, y cuando se habla del país es para contar el mundo. En estos contrapuntos, un hecho ineludible es 1923, cuando el diputado radical Leopoldo Bard presenta a la cámara su proyecto de ley para la represión del abuso de los alcaloides, primera ley penal de drogas en la Argentina.

El control prohibicionista de sustancias psicoactivas es parte también de una cierta agenda militar y farmacéutica. En los capítulos se alternan datos sobre el uso de drogas en soldados que van a pelear a las guerras, en caídos en los interrogatorios, o en el entrenamiento de las fuerzas de seguridad en general. La otra vertiente, complementaria, son los flujos de las industrias farmacéuticas químicas, que implican los tensos cruces entre las drogas y el imperativo de “salud”. Primero, en el crecimiento exponencial de la producción de benzodiazepinas, como el famoso Valium: “las drogas dejaron de ocupar un lugar en la mesa de celebraciones para convertirse en painkillers que mataban los dolores que la agitada vida moderna generaba”. Segundo, en el proceso que va del modelo médico-policial de represión hacia los usuarios a otro que, sin dejar de ser punitivista, es el producto de un nuevo orden internacional sobre lo “saludable”.

la paradoja del prohibicionismo implica que, mientras más se endurecen las políticas represivas, aumentan el comercio y el consumo de sustancias ilegales

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¿Quién es el sujeto usuario de drogas? Prohibicionismo también es un modo de responder a esta pregunta: como adicto, primero; como enfermo, después. ¿Se lo puede pensar como un consumidor, un bon vivant, un experimentador, o al menos un ciudadano? ¿Todo uso de drogas es, necesariamente, un uso problemático de drogas? Si hay alguna forma alternativa de responder estos interrogantes ocurre, como en casi todos los temas de micropolítica, en esa siempre polémica reconfiguración de la frontera entre daño y crimen. A medida que avanza el siglo XX se revisa la política de criminalización de los usuarios y la legitimidad de ir preso por tenencia. En las últimas décadas, son muchos los cambios culturales en torno al consumo, en especial, de marihuana. Suppa Altman señala que, de forma lenta y contradictoria, comienza a verse al usuario de drogas como un “sujeto de derecho”. En este punto, el consumo de psicoactivos se intersecta con la gran contradicción cultural del capitalismo: hay que trabajar y hay que divertirse. ¿Qué hacemos entonces con nuestro tiempo libre, en el “cada vez más democrático fin de semana”?

En tiempos de álgida discusión sobre por qué las leyes deben regular nuestra vida privada, o la jurisdicción del gobierno sobre nuestra intimidad, ¿hasta dónde el Estado tiene que cuidarnos de nosotros mismos? ¿Le seguimos pidiendo paternalismo? La prohibición complejiza el argumento: no es sólo la argumentación de corte liberal (“mi cuerpo es mío”) sino una mirada política –hasta de justicia social– sobre los efectos del prohibicionismo y la criminalización de los usuarios como una política con un corte de clase, racial y étnico. ¿Qué vidas se perjudican más con el discurso de la prohibición? Leer el libro hoy abre un juego ineludible con sus condiciones de fuerza y producción: después de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, ¿ésta es la ley democrática que se viene?

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