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22 de febrero 2017

Eduardo Minutella / María Noel Álvarez

Eduardo Minutella estudió Historia en la UBA. Actualmente enseña Historia de los Medios e investiga Historia Contemporánea en Untref. Ha colaborado con diversas publicaciones, entre ellas La Vanguardia, Revista Crisis y Panamá Revista. / María Noel Álvarez es periodista y estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como docente en las áreas de Historia de los Medios y Periodismo Digital y ha colaborado en diversos medios gráficos, entre ellos Página 12 y Revista Veintitrés.

LAS DESVENTURAS DEL NEWYORKER ARGENTINO

Tiempo de lectura: 12 minutos

 

 

 

img 5I. La edad de la inocencia

Nunca fuimos tan progres como contra el menemismo. Aunque discutible, la reelaboración de la célebre sentencia de Sartre da cuenta de la facilidad con que algunos sectores podían posicionarse públicamente como progres en la segunda mitad de los noventa Ya fuera por oposición a sus alineamientos neoliberales o por rechazo a la moral o la estética de la que hacía gala, el menemismo logró conformar un campo periodístico antagónico acaso con la misma facilidad con la que conquistó un séquito de leales. Por supuesto que ese campo era más enunciativo que productivo en términos políticos. Un progresismo difuso y sui generis, con el que podían coquetear incluso los medios de mayor tirada y hasta Mariano Grondona, quien flirteó transitoriamente con cierta corrección política, incomodado por las exuberancias del riojano y su entorno. “En esa época trabaja codo a codo con gente que se identificaba como progre con la que hoy no podría tomar un café”, señala al respecto Jorge Halperín, último director de Trespuntos. Aunque limitada en su tirada, la revista apareció como un espacio de encuentro para muchos periodistas identificados con ese ideario crepuscular. Casi dos décadas después, un listado caprichoso que incorpore algunos de aquellos nombres se revela, al menos, como demasiado variopinto: Marcelo Zlotogwiazda, Edi Zunino, Hernán Brienza, Sylvina Walger, Ernesto Semán, Sergio Ciancaglini, Jorge Sigal, Luis Gruss, Javier Calvo, Eduardo Blaustein, Santiago O´Donell, Roman Lejtman, Lucas Guagnini, Roxana Barone, Jorge Fernández Díaz, Quintín. Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano eran colaboradores asiduos y Carlos Gabetta tenía una columna recurrente.

Casi 20 años después un listado con algunos de los nombres de Revista Trespuntos nos parece demasiado variopinto

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Pero la revista fue una idea original de Claudia Acuña, secundada por Gabriela Cerruti y bendecida por la todavía influyente figura de Jacobo Timerman, a quien ambas periodistas visitaban periódicamente en su casa de Punta del Este. Acuña, que había pasado por Página 12 y Clarín buscó en Timerman –a quien reconoce como su maestro– un apellido prestigioso que le abriera las puertas para la financiación de una revista innovadora, que sacudiera la modorra del periodismo gráfico de la segunda mitad de los noventa. Por entonces, entre las publicaciones generalistas de contenido político reinaba Noticias, que según la actual directora de Mu “hacía una crítica superficial al menemismo, porque la revista en sí era menemista”. Las conversaciones con Timerman referenciaron un modelo alternativo al que proveía el producto de Editorial Perfil: había que hacer un Newyorker argentino. Periodismo de calidad, con fuerte impronta de opinión y enfocado en un público progre ABC1 con alto nivel cultural y llegada a las universidades: “un producto periodístico pensado a lo grande, a lo Botana”.

La edad avanzada de Jacobo le impedía comprometerse en la dirección del proyecto. En cambio, tenía algo valioso para ofrecerles a Acuña y Cerruti: su apellido. En consecuencia, la figura nominal al frente de la publicación sería la de Héctor Timerman, el hijo del fundador de Primera Plana, Confirmado y La Opinión que por entonces se desempeñaba como relacionista público y publicista en empresas como Sprayette y Slim Center. La marca Timerman, creía Jacobo, sería un aliciente para tentar a potenciales financistas interesados en el proyecto. El paso siguiente era encontrarlos.

II. Un casting de millonarios

En 1997, el hijo del empresario Franco Macri era presidente de Boca y –martillito plateado en mano– había organizado un remate de palcos preferenciales en el estadio del club. Los precios se suponían elevadísimos y allí concurrió el núcleo fundador de Trespuntos. La consigna era clara: “Elija su propio millonario”. A Acuña le llamó la atención el énfasis canchero con el que Macri saludó a un empresario que había gastado una fortuna en una cena reciente. Su apellido era Sielecki, era un peso pesado de la industria farmacéutica a través de los Laboratorios Phoenix y Elea y sobrevolaba sobre su figura la historia de que alguna vez presentó un toro que campeonó en La Rural, que fue comprado y asado casi inmediatamente por sectores antisemitas de la Sociedad. Héctor, sin embargo, le bajó el pulgar, ya que el elegido por Acuña era su cuñado. En cambio, propuso tentar suerte con uno de los socios de Sielecki en la industria bioquímica. El hombre en cuestión se llamaba Hugo Sigman, preside el grupo Chemo y es una de las grandes fortunas de la Argentina, promotor de emprendimientos culturales en medios gráficos (la editorial Capital Intelectual), radiales (el exitoso Mirá lo que te digo de la década pasada) y cinematográficos (es el productor de Kamtchatka, El Perro, Relatos Salvajes y El Clan, entre otros films). Sigman además estaba interesado en intervenir en el debate público, y lo hizo, según manifiesta Carlos Gabetta, “de la forma en la que suelen hacerlo los millonarios que se identifican con la izquierda”, es decir combinando la filantropía con la creación de mayores oportunidades para sus empresas y la reducción de impuestos. Sensible para los negocios, entusiasta y culturalmente progresista, parecía el personaje indicado.

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III. Un acto punk

Si, como afirma Acuña, “Trespuntos fue un acto punk”, también fue una empresa periodística que, en sus inicios, disponía de importantes ventajas comparativas respecto de sus competidoras. Durante el primer año de la publicación sus artífices disponían de una amplia libertad temática y de iniciativa, además de contar con los mejores salarios del mercado. Los trabajos de investigación de Gabriela Cerruti, Santiago O´Donnell, y Diego Rosemberg, las columnas de Ernesto Semán, Beatriz Sarlo, Martín Caparrós y Ricardo Ibarlucía, las notas de fondo sobre temas de negocios, empresas y macro-economía a cargo de Marcelo Zlotogwiazda, las internacionales de Gustavo Sierra o la sección cultural en la que se desempeñaba Quintín descansaban sobre pagas superiores a las de cualquier revista de la época. Las ventas, sin embargo, no estaban a la altura de lo esperado, pero en los primeros meses aquello no parecía un obstáculo. La revista demostraba calidad, profundidad y, en algunos casos, capacidad para instalar algunos temas en la agenda pública.

La primera nota de resonancia de Trespuntos surgió a raíz de un testimonio recogido por Santiago O´Donell. Una fuente involucraba a un peso pesado de la Corte Suprema menemista, el juez Adolfo Vázquez, en un pedido de coimas. La información generó dudas en el staff de la revista, pero decidieron publicarla cuando Luis Moreno Ocampo se comprometió a ofrecerles apoyo legal.

“¿Estamos dispuestos a ir presos? –cuenta Acuña que se preguntaron– Todos dijimos que sí”. La nota tuvo repercusiones. El presidente de la Corte, Julio Nazareno, aceleró su regreso de un viaje a Miami y la oposición pidió el juicio político del denunciado, quien no dudó en presentar cargos contra los responsables de la publicación.

 

Si Trespuntos fue un ‘acto punk’, también fue una empresa periodística que, en sus inicios, disponía de importantes ventajas comparativas

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El siguiente impacto sobrevino desde el inesperado ámbito de la cultura y ocurrió a raíz de la entrega del Premio Planeta de Novela a Ricardo Piglia. La ceremonia era un evento cultural teñido de la frivolidad del momento: una gala en el hotel Alvear, regada de champagne importado, transmitida en vivo por un canal de cable y con foto del triunfador sosteniendo un cheque gigante de cartón piedra incluida. Acuña accedió como outsider y decidió contar lo que muchos sospechaban pero nadie decía: que en la elección de Plata Quemada se habían quebrado todas las reglas básicas de un concurso literario. Según denunciaría la directora periodística de Trespuntos, la novela de Piglia ya había sido contratada por Planeta, había sorteado el comité de preselección y llegó directo al jurado como una de las diez finalistas. El paso siguiente fue una incisiva entrevista con el escritor, quien esperaba una charla complaciente y se vio sorprendido por la acusación de que el premio estaba arreglado. La nota se transformó en tapa: “La novela del fraude. La cultura también hace trampa”. Por primera vez Trespuntos estuvo en boca de todos.

El número de diciembre del ´97, bajo el título Yo aborté, también sacudió el debate público. La propuesta, inspirada en una similar aparecida en la revista brasileña Veja tres meses antes, sorprendía por su carácter directo y sin ambages. Una decena de mujeres públicas argentinas daba la cara para contar en primera persona sus experiencias con el aborto. Para realizar la nota, las editoras estuvieron en todos los detalles, desde la cuidada producción de fotos hasta la asesoría legal de Luis Moreno Ocampo ante posibles denuncias. A los pocos días, Acuña confrontaba en Hora Clave con un representante antiabortista de la Iglesia católica.

El intento por crear agenda continuaba. Durante el verano de 1998, mientras Noticias cubría el día a día de la farándula tardomenemista en Punta del Este en un estilo no muy distante al de Caras y Gente, Trespuntos propuso un número cuyo tema principal era “la nueva familia gay”. En la tapa aparecía un todavía poco conocido Fernando Peña presentando a su pareja. La publicación persistía en su intento por crear agenda sobre temas que por entonces se trataban poco o, directamente, no se trataban.

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Ese número no vendió muy bien, pero el siguiente, en el que se destacaba una entrevista de Gabriela Cerruti a Alfredo Astiz bajo el título “No me arrepiento de nada”, resultaría histórico. Amparado por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el represor permanecía en libertad y todavía formaba parte de la Armada. Sus declaraciones, en las que refería abiertamente a los métodos empleados por los represores, provocaron un enorme impacto y fueron reproducidas en los principales medios, especialmente la afirmación “Soy el mejor preparado técnicamente en este país para matar un político o un periodista”. La revista se vendió como nunca, pero también hubo bemoles. Cuenta Claudia Acuña que Cerruti olvidó encender el grabador, lo que sirvió a Astiz para manifestar que en aquella reunión no se había consumado una entrevista sino una simple conversación off the record. La cuestión llegó a un juicio donde los abogados de Astiz convocaron a periodistas como Pepe Eliaschev y Jorge Lanata para que expusiesen las principales características del código periodístico del off the record. Esta polémica respecto de los usos y costumbres del oficio periodístico no restó impacto a la nota, que tuvo como consecuencia la separación definitiva de Astiz de la Armada.

 

Sin embargo, la repercusión de la revista no era proporcional a las ventas y Hugo Sigman comenzó a mostrar disconformidad con el rumbo de la publicación. Las pérdidas económicas in crescendo y el nivel de combatividad alcanzado molestaban al empresario, que también esperaba que Trespuntos le sirviese como plataforma para sus múltiples negocios. La solución la propuso Héctor Timerman quien sugirió que Román Lejtman se hiciera cargo de la publicación. Sigman indemnizó al tándem Acuña-Cerruti y la primera usó ese dinero para financiar los primeros años de la revista Mu.

IV Un camino no tan largo (pero sinuoso)

Lejtman se hizo cargo de la dirección periodística de la revista en un contexto crítico, que incluyó la reducción del precio de tapa con el objetivo de aumentar las ventas. Timerman creía que el enfoque de Lejtman, más centrado en la investigación periodística y la denuncia, podía contribuir a mejorar considerablemente las ventas, pero éstas no se reactivaron. La situación se complicó aún más cuando apareció un producto que, en sus inicios, apuntaba a un público parcialmente similar: la revista XXI, que luego se llamó Veintiuno, Veintidós, Veintitrés, y que los años poskirchneristas encuentran en crisis y reconvertida al formato digital. Según cuenta Roman Lejtman, se trataba de una idea original de Lanata financiada por Gabriel Yelín, que era el heredero del dueño de la empresa Veraz. “Mirá Hugo, es el gordo con plata. Olvidate de ganarle” –le dijo Lejtman al dueño de Trespuntos– “Lo que podés hacer es una revista de nicho, con info mejor tratada y más aspiracional. Dejá que el gordo se lleve al mainstream y vos quedate con el ABC1. Una revista con un agujero en el medio no es lo nuestro”. En efecto, Lanata apelaba a artificios varios para hacer atractiva la nueva publicación: agujeros que la atravesaban en alusión al presupuesto nacional, bolsas con tierra de Anillaco, o un Documento Nacional del Boludo, como si las estrategias montadas en su exitoso ciclo televisivo Día D fueran extrapolables a una publicación semanal. La revista, sin embargo, fue de mayor a menor. Se agotó en su primera tirada y llegó a vender ochenta mil ejemplares cuando Trespuntos vendía bastante menos que diez mil, pero pronto los números fueron en baja, lo que permitía a Acuña repetir su vieja chanza sobre el carácter de “eyaculador precoz” de Lanata en lo que concierne a sus emprendimientos periodísticos. Y aunque XXI contaba con periodistas importantes y publicaba algunas páginas valiosas, la pérdida de calidad que suponía en comparación con Página 12 era significativa. El lugar de relevancia otorgado en la publicación a la sección de Jorge Rial llevó a que –según relata Eduardo Blaustein en Las Locuras del Rey Jorge– comenzaran a llamar a XXI “la (revista) Gente de izquierda”.

¿Dónde ponemos el voto progre? La respuesta mostraba en tapa un trasero en primer plano”.

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Ante la embestida del producto de Lanata, Trespuntos intentó hacerse fuerte en lo cultural, por lo que cada vez cobró más importancia la figura de Jorge Halperín, que se había ocupado por años del suplemento de cultura y la sección Opinión de Clarín. Halperín llegó de la mano de Ariel Granica, socio de Sigman en su nuevo emprendimiento: la editorial Capital Intelectual, artífice de la versión local de Le Monde Diplomatique y de los libros de la colección Claves. Con una concepción de lo cultural acaso más afín a la de Sigman y un interés especial por los grandes nombres del momento (Sontag, Galbraith, Eco, Ramonet o Saramago), la convivencia entre Halperín y Lejtman pronto se hizo insostenible. Porque además de la mala relación entre ellos –Lejtman no soportaba la tutoría que le había impuesto Sigman– Halperín comulgaba con otra forma de hacer periodismo, que tomaba distancia del modelo de investigación periodística centrado en las denuncias de corrupción. Esa concepción del periodismo también pareció saturarse a fines de los noventa, al punto que desencadenó una polémica en Veintuno entre Jorge Lanata y Martín Caparrós, quien, anticipando su crítica a lo que años después denominó “honestismo”, escribió: “En estos tiempos, la prensa progre patria decidió que informar equivalía a convertirse en una dependencia autogestionada de la fiscalía de investigaciones. (…) Los medios no cuentan la política en términos de movimientos sociales, usos del poder en beneficio de ciertos sectores, construcciones de una sociedad; todos son dialoguillos, aliancillas y pactuelos, negocios lícitos e ilícitos (…). Y, a la cabeza de todo eso, la corrupción, el gran descubrimiento menemista.

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La mala relación personal con Halperín, el malestar en la redacción por los recortes salariales exigidos por Sigman para continuar con el proyecto y la negativa a que le marcaran la cancha en lo que respecta a qué tipo de producto realizar pronto provocaron el alejamiento de Lejtman, quien por entonces sostenía varios proyectos en simultáneo. Sin embargo, los problemas internos continuarían, especialmente a raíz de la permanente tensión entre Halperín y Jorge Sigal, un ex dirigente del PC que en los ochenta se había volcado al periodismo y oficiaba como nuevo jefe de redacción. Al difícil clima interno, de cuya situación se hacía eco la revista de Lanata –en Veintitrés se informaba sobre el “inminente cierre” de la competidora Trespuntos–, había que sumar la pesadumbre por la derrota de Chacho Álvarez en la interna de la Alianza. El referente político posible del universo progre de la época había resultado segundo en las internas abiertas y el candidato a presidente sería De la Rúa. Otra vez el escepticismo comenzaba a impregnarlo todo. Ante la inminencia de las elecciones el tema de portada sería: ¿Dónde ponemos el voto progre? La respuesta, inspirada a raíz de un diálogo entre Halperín y el académico Carlos Altamirano, mostraba en tapa un trasero en primer plano.

V Acta est fabula

Aunque con final anunciado, Trespuntos no salió del mercado de manera abrupta. Más bien se fue desvaneciendo, con tiradas cada vez menores y tapas que reflejaban la confusión de los meses finales de la Alianza, el estallido del 2001 y el año de gobierno de Duhalde. La salida de Halperín, interesado en otros proyectos y agotado por tener que manejar gente, tarea que manifiesta no disfrutar, obligó a que en su última etapa la publicación –que había cambiado su nombre a 3 Puntos– fuera capitaneada por Sigal. Durante el último año, la revista tuvo algunos aciertos, como la profética nota de Hernán Brienza sobre el argentino que puede ser papa”, pero también números que se alimentaban de rumores poco trascendentes. En octubre de 2002, entusiasmada por el fenómeno Lula, 3 Puntos anunciaba en portada el nacimiento de un PT Argentino liderado por Víctor De Gennaro que estaría destinado a replicar los éxitos de la experiencia brasileña. Cuatro meses antes, la revista había coqueteado en tapa con la posibilidad de una fórmula de izquierda integrada por Luis Zamora y Elisa Carrió para las elecciones de 2003. Ese desconcierto no parecía diferir del que atravesaba gran parte del progresismo argentino ante la vorágine de los acontecimientos. “Las noticias nos quedaban viejas todos los días”, dice al respecto Javier Calvo, que hoy se desempeña como editor de política de Perfil.

Aunque con final anunciado, Trespuntos no salió del mercado de manera abrupta. Más bien se fue desvaneciendo.

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Finalmente, a comienzos del 2003, se anunciaba que la revista saldría de circulación. No obstante, se informaba a los lectores que la sociedad Sigman-Granica lanzaría al mercado otro semanario. El nuevo producto, más ligero, más canchero, se llamaría TXT. Su director, Adolfo Castelo, definiría al estilo de la publicación como progredivertido, cosa que nunca terminó de convencer ni a sus directores periodísticos –Santiago y María O´Donell– ni a los ex miembros de la redacción de 3 Puntos reubicados en el nuevo proyecto. Apenas sobreviviría un año y medio.

Los recorridos posteriores de algunas de los periodistas que estuvieron a cargo del primer semanario financiado por Sigman ilustran el estallido del periodismo progre tal como lo habíamos conocido en los años del tardomenemismo y la Alianza. Héctor Timerman ofició de columnista en el programa televisivo de Mariano Grondona y volvió a insistir con un semanario político –Debate– a través del cual estrechó sus vínculos con el gobierno del que luego fue parte. Gabriela Cerruti lanzó su carrera política en Nuevo Encuentro apoyada por el grupo Chemo, que capitanea Hugo Sigman. En cambio, Claudia Acuña y su marido, Sergio Ciancaglini, se alejaron definitivamente de los grandes grupos mediáticos y crearon la cooperativa La Vaca, orientada a lo que llaman contrainformación. Distinto fue el camino de Jorge Sigal, quien actualmente oficia como Secretario de Medios Públicos en el gobierno de Cambiemos. Por su parte, Román Lejtman conduce la mañana de Radio Nacional, medio que albergó a Jorge durante el gobierno anterior.

En una de sus últimas ediciones, Trespuntos sacó en tapa a Néstor Kirchner con el título “No voy a ser el candidato de Duhalde”. Cuenta Javier Calvo que Miguel Núñez, el vocero del santacruceño, llamó toda la semana a la redacción para insistir en que el entonces poco conocido candidato fuera nota de portada. “Está bien, vamos con lo de Kirchner”, cuenta Calvo que dijo Sigal. En aquella semana de comienzos de 2003 la publicación progre no tenía otra cosa. Acaso como sus lectores.

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<Agradecimientos> Los autores quieren agradecer a quienes brindaron su testimonio para la realización de este artículo, a los colegas del archivo de TEA y, muy especialmente, a quienes colaboraron en la investigación periodística: Carla Pérsico, Daniel Blanco Gómez, Carlos Giardulli, Marina Gamba y Pablo Barragán Grondona.

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