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17 de mayo 2017

Ezequiel Kopel

LOS ÁNGELES DE ALI

Tiempo de lectura: 5 minutos

Hace unos años, un colega periodista iraní se explayó largamente en su idea de la importancia de las elecciones presidenciales de su país. Según su opinión, las elecciones en Irán “son como una visita al casino: el visitante se puede retirar triunfador o perdedor, sentirse victorioso o derrotado, pero al fin y al cabo la casa (el establishment clerical que maneja los hilos de Irán desde la Revolución de 1979) siempre gana”. Sin embargo, el presidente de Irán es una de las personas más poderosas del estado persa por su potestad para seleccionar el gabinete de gobierno. También lo es su influencia en los ministerios gubernamentales (a pesar de que otras entidades están fuera de su alcance como el organismo de radiodifusión estatal, cuyo jefe es designado por el líder supremo y la Guardia Revolucionaria iraní) que, en consecuencia, impacta en las políticas económicas, sociales e internacionales del país. Una rápida comparación entre el gobierno del actual primer mandatario Hassan Rouhani con el de su predecesor Mahmoud Ahmedinejad permiten comprobar las diferencias entre ambas gestiones. Por lo tanto, sería más preciso aseverar que la elección del presidente iraní se basa en elegir a la segunda persona más importante del país después del líder supremo que, para la estructura piramidal de la República iraní, ya es mucho decir.

En las elecciones de primera vuelta que acontecerán el  próximo viernes 19 de mayo (en las cuales es necesario que el ganador se imponga con el 50 por ciento de los votos para que no llegar al ballotage) la principal incógnita es si el actual primer mandatario, el moderado Hassan Rouhani, será reelegido. O si el principal candidato opositor, el conservador Epbrahim Raisi, lo convertirá en el único presidente iraní que sirvió sólo un mandato. Predecir una elección iraní es tan imprevisible como pronosticar el valor exacto del petróleo para el año entrante.

la elección del presidente iraní se basa en elegir a la segunda persona más importante del país después del líder supremo

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Desde 1997 hasta la actualidad, las elecciones presidenciales iraníes han producido sólo sorpresas. La campaña electoral actual ha estado dominada por la especulación sobre si el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, favorece o no a Raisi, un sombrío clérigo de turbante negro. Asumiéndose como descendiente directo de Mahoma, y con una base de poder en la ciudad sagrada de Mashhad, Raisi modeló su campaña mediante la promesa de aumento a los subsidios de dinero en efectivo, repitiendo la  acción que hizo a Ahmadinejad tan popular entre los pobres pero que también contribuyó  a colocar al país en una crisis económica. De este modo, los discursos de Raisi se dirigen hacia los iraníes de más bajos ingresos tratando de poner en evidencia, según su lógica, una creciente brecha entre ricos y pobres desde que Rouhani llegó al poder.

El hasta hoy presidente accedió al cargo en 2013 con la promesa de revitalizar la economía, abriendo el país a la inversión extranjera mediante la cancelación de las sanciones internacionales que le impedían a Irán acceder al mercado mundial de finanzas. En 2015, Rouhani junto a su ministro estrella, el canciller Javad Zarif, firmó un Acuerdo Nuclear con las potencias occidentales con el fin de terminar el aislamiento. Pero la mejora económica ha sido escasa o, cuando menos, poco tangible: casi todo el crecimiento ha sido en la industria petrolera, con insuficientes beneficios para el ciudadano iraní medio en el corto plazo.

8 millones de iraníes -entre una población de 80 millones- se encuentran desempleados

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A pesar de que bajo la presidencia de Rouhani la inflación bajó de un 40 por ciento a un solo dígito, el producto bruto interno dejó de disminuir y el crecimiento ha trepado en un 6 por ciento durante el último año fiscal, 8 millones de iraníes -entre una población de 80 millones- se encuentran desempleados (vale tener en cuenta que el Ministerio de Trabajo considera a cada iraní que trabaja al menos una hora a la semana como empleado ocupado) y sólo la mitad de las mujeres educadas encuentra trabajo. Asimismo, el desempleo entre los menores de 25 años alcanza casi el 30 por ciento. Como paliativo, el gobierno proporciona una red de contención basada en el empleo público que contiene a alrededor de 8,5 millones de personas dentro de su sistema (aunque de acceso casi imposible para la población joven) junto a un seguro de desempleo a los trabajadores despedidos. Si bien pocos de los males actuales de Irán pueden ser rastreados a partir de la administración Rouhani, el gobierno está pagando el precio por las expectativas de una masiva inversión extranjera que no ha logrado materializarse. Aún hoy, los inversionistas temen que la nueva administración estadounidense (junto a los políticos tribunales norteamericanos) continúe castigando a las multinacionales -bancos y compañías petroleras- si profundizan sus relaciones con Irán. La respuesta de Rouhani ha sido la misma durante toda la campaña electoral: los cambios requieren de tiempo y para eso es necesario un segundo mandato.

los inversionistas temen que la nueva administración estadounidense continúe castigando a las multinacionales si profundizan sus relaciones con Irán

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La llave de una posible reelección del actual presidente parece estar en una alta participación del electorado. Pues a mayor cantidad de votantes aumentan las posibilidades de que el elegido sea un candidato moderado- Rouhani- antes que uno conservador -Raisi-. Los números de las anteriores elecciones confirman la estimación: el moderado -y hoy censurado- Mohamed Khatami ganó en 1997 con 79.9 por ciento y en 2001 con 66.8 por ciento de participación electoral. Hace cuatro años, Rouhani triunfó con una participación del 72,9 por ciento mientras que el último presidente conservador, Mahmmoud Ahmadinejad, se impuso en 2005 con un 62,8 por ciento de participación (la más baja desde 1993). Por lo tanto, una baja afluencia en  los comicios beneficiará a los candidatos de “línea dura”, que tienen una base cautiva de votantes y que ronda el 20 por ciento del electorado. En cambio, la estructura demográfica del país -donde por lo menos el 60 por ciento de la población es menor de 35 años-  parece ser menos importante que la economía y la participación electoral durante esta elección. El último censo realizado en el otoño pasado expuso que “el baby boom” de los nacidos en los primeros años de la Revolución -que hoy están en sus 30- ha aumentado la edad media de la población: de 24 a 31 entre 2005 y la actualidad. También la edad promedio del votante ha escalado de 33 a 37 años (en Estados Unidos es de 45 años) Este sector no sólo es “más adulto” sino que es probable que preste más atención a los programas económicos de los candidatos que a la forma en que se refieren a las libertades sociales dentro de Irán.

Pues a mayor cantidad de votantes aumentan las posibilidades de que el elegido sea un candidato moderado

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Las elecciones presidenciales iraníes tienen suma importancia y el ganador influirá sustancialmente en el futuro del país. Mientras tanto, el líder supremo Khamenei, que pidió repetidas ocasiones que la gente vote en gran número, también será el vencedor incluso si sus adversarios moderados triunfan. La aritmética para sostener esta ecuación es sencilla: una alta participación electoral es la forma más tangible de legitimar la República Islámica. Y, a pesar de que históricamente ninguna administración ha podido implementar los eslóganes centrales de la Revolución de 1979 (“Independencia, Libertad y Justicia Social”) no es masivo el pedido de un cambio de régimen o, acaso, una nueva revolución. La casa -y Ali Khamenei- siempre ganan.

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