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18 de enero 2020

Lorena Álvarez

LOS QUE LE DIMOS DE COMER

Tiempo de lectura: 9 minutos

Si era un chancho vivo o un cordero muerto, es casi un detalle a esta altura de la soirée. Un animal es arrojado desde un helicóptero a la piscina de un exitoso empresario, y mientras cae es filmado con risas de fondo de su mujer, una exmodelo. Para culminar, la escena es viralizada por los propios dueños de casa. Y todo bajo el cielo de Punta del Este, la Meca de los argentinos pudientes durante la temporada estival.

Visto así, parece un gran homenaje a los 30 años del comienzo de la década del 90, el período que fue un auténtico terremoto en materia cultural. Pertenecer, exhibir y ufanarse fueron los símbolos de esa etapa en la que la exclusión económica llegaba para instalarse, pero en la cual vivíamos fascinados por la posibilidad de romper el sortilegio y ser parte.

Federico Álvarez Castillo -el dueño de la pileta donde cayó el animal- fue de los que pudieron torcer su camino  e integrar ese selecto grupo de “los salvados”. Oriundo de Burzaco, hijo de la clase media trabajadora, con necesidades en su infancia, adicto al trabajo y con la suerte de cruzarse con las personas adecuadas en el lugar correcto, el chico con destino de Conurbano terminó siendo esta semana una buena síntesis del devenir de todos estos años, una pieza fundamental dentro del rompecabezas sociocultural de este país. Desconocido para la mayoría y famoso entre de los lectores de Gente o Caras, volvió a hacernos poner el ojo en el mundo de los ganadores.

el chico con destino de Conurbano terminó siendo esta semana una buena síntesis del devenir de todos estos años, una pieza fundamental dentro del rompecabezas sociocultural de este país

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Allá lejos y hace tiempo

Siempre hay que recordar que Punta del Este empezó como aspiración para una nutrida parte de la clase media en los 80. Ni bien llegó la democracia, durante el verano en que asumió Alfonsín, una tapa cambió para siempre la estética de este país. Una rubiecita bronceada y deportiva girada de espaldas con cara de “¿qué mirás?”, llegó para instalar la hegemonía estética que hoy continúa vigente. Adiós a los cuerpos pulposos a base de pastas y guisos, bienvenidas las bien alimentadas y atléticas.

Papina Fabbri haciendo debutar un colaless gris en la portada de Gente revolucionó al país. La libertad y la exhibición de los cuerpos ya no era solo terreno de las vedettes, ahora las chicas bien podían adueñarse de diminutos trajes de baño y mostrarle al mundo las consecuencias de vivir bien. Músculos, piel tersa y ningún rastro de celulitis o estrías.

El escenario elegido, por supuesto, eran esas playas inalcanzables a pocos kilómetros: Punta del Este.

Una, dos, cien tapas nos terminaron de convencer de que ese era el lugar perfecto para pertenecer, el espacio de las ondas, el sitio donde la moda y el estilo se imponían. Hasta llegaron a hacer guerra de chicas entre las delicadas habitúes esteñas y las contundentes y mundanas visitantes de La Feliz. La lucha de clases de los traseros.

Pero el sueño aún era inalcanzable: la inflación, el dólar y la hiperinflación posterior seguían siendo trabas para acceder al Edén. Aunque la espera no duraría tanto. El menemismo se moría por nacer durante el alfonsinismo.

En esas mismas playas terminó de coronarse una posición, minoritaria pero contundente, que le estaba restando votos al radicalismo: una rubia, que podía ser la tía de cualquier chica de tapa, ante el halago de un veraneante sobre su cola, tradujo todo en un simple “si te gusta mi culo, votalo”. Era Adelina Dalesio de Viola, la joven revelación de la UCeDé, la mujer que le había dado una inyección de vida a un partido que parecía habitar un sarcófago. La tía rubia y bonita de cualquier chica de tapa de Gente. La auténtica reina madre del hoy llamado “pueblo macrista”. La génesis de todo.

una rubia, que podía ser la tía de cualquier chica de tapa, ante el halago de un veraneante sobre su cola, tradujo todo en un simple “si te gusta mi culo, votalo”

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Llegó el rubio de ojos celestes

La década del 90 nació con hiperinflación y el último levantamiento militar. Y hubo que esperar hasta el verano 91/92 para que el mundo girara mágicamente con la varita de Domingo Cavallo, gestor del “un peso, un dólar”, el padre económico; su progenitor político era el ya rubio y de ojos celestes Carlos Saúl Menem. Un paño frío para una economía en llamas, que rápidamente se convirtió en la droga favorita de una clase media que sentía que ganaba más de lo que perdía. “Nunca hay que arruinar una linda sensación con la verdad”, podría ser el tatuaje elegido en esos años.

El arribo de los shoppings con sus precios en moneda extranjera, los jeans de los que algunos gustaban decir que los pagaban “cien dólares” y el universo de sentido sintetizado en las marcas llegaron para destronar hábitos.

Álvarez Castillo, conocedor en carne propia de las aspiraciones de quienes no pertenecen, comprendió enseguida que el éxito venía de la mano de la exclusión. Una marca para pocos, aunque consumida por muchos. Un guiño elitista (aunque tanto no lo fuera) le permitiría ganar plata extra. Inventar un sueño para un puñado en el que participaran muchos sin darse cuenta. Un verdadero cambio de vida.

Pues, aunque no lo crean, en los 80 aún se solía consumir ropa confeccionada a través de una Singer de la abuela, o se viajaba horas para visitar Munro, un pequeño barrio en la localidad de Vicente López, que otrora había albergado al monumental estudio de cine Lumiton, devenido en el paraíso de los precios accesibles. Cuadras que se atiborraban de gente un sábado en busca de vaqueros, calzado deportivo, vestidos, zapatos y buen precio.

Inventar un sueño para un puñado en el que participaran muchos sin darse cuenta

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Las marcas de jeans no eran tan importantes; a lo sumo, para distinguir un corte del otro en el caso de las mujeres, todavía importaba que tuviera “calce profundo”, como rezaba la publicidad de un jean que ante todo proponía mejorar las sentaderas. Y para los varones, con marcas clásicas era suficiente para distinguir un mejor sueldo de otro. Pero algo estaba cambiando subterráneamente.

Via Vai fue de las primeras marcas que impusieron “el ser o no ser”. Una joven y creativa pareja venía marcando tendencia a finales de los 80 desde Punta del Este, Paula Cahen D’Anvers y Alan Faena Rogers (sí, así lo conocimos al hoy famoso empresario inmobiliario), con su marca distinguida, joven y exclusiva. (Digresión necesaria: el primer vestido que me compré de esa marca, uno largo rayado de morley, me hizo sentir automáticamente parte de la alcurnia de este país. Creer o reventar.) Pero aún era de nicho. La aspiración de apenas un grupo. Con la nueva década, llegaron los jeans y la democratización de la necesidad de pertenencia. Y también las modelos.

Una gasolinería perdida en medio del Oeste (concepción estética muy de la época, vivíamos plenas relaciones carnales) y una chica cargando nafta con un jardinero de jean sin ninguna otra prenda debajo hicieron tambalear el mercado. Y así llegaba una nueva imposición estética: no bastaba un buen trasero, ahora también se necesitaban tetas para alcanzar el paraíso. La chica fue sensación, como los jeans; Motor Oil, la marca elegida para atravesar las rutas y la cotidianidad. Los jeans, junto a los pechos de Carolina Peleritti, empezaron a cotizar en Bolsa. Como la demanda de cirugías mamarias.

Mango fue la otra marca que competía en el podio y ahí estaba ella, Natalia Lobo, en una foto que dejaba ver más la transparencia de su blusa que el pantalón que publicitaba. Y también llegó la lolita más rebelde del mercado, Déborah de Corral, en bikini junto a un puma para Soviet, otra marca que ganaba terreno entre los jeans.

Y Federico Álvarez Castillo, siempre detrás de esos fenómenos. El dueño de las marcas, con su estilo de joven rebelde, con la barba desprolija, el pelo largo, los jeans, las motos y una remera blanca (un modelo a seguir años después por el “Corcho” Rodríguez, otro personaje que ganó ríos de tinta después de conquistar a Susana Giménez enviándole miles de rosas amarillas, las favoritas de la diva).

En silencio, sin dar notas y embolsando millones, Álvarez Castillo fue la contracara no mediática de Pancho Dotto, que -por esos años y gracias a su personalidad rutilante- fue la gran estrella a destacar. Sus modelos cobraban fortunas, imponían productos y estilos. Todo desde la Meca esteña. Llegó a tener una casa donde todas residían durante la temporada, émulo de Charles Manson pero inofensivo, solía mostrarse rodeado de ellas como si tuviera un harén. Si bien noviaba con muchas de ellas, además, lograba “colocarlas”: varias terminaron casadas o de novias con los principales hombres del país. Daniela Urzi fue pareja durante varios veranos del empresario Manuel Antelo, Carola Del Bianco terminó casada con el hijo del secretario de turismo Paco Mayorga, Paquito, y hasta la bella Carolina Peleritti fue disputada por dos importantes figuras de esos años, el dueño del rating televisivo Nicolás Repetto y Gerardo Romano, el actor del momento, el “transgresor módico”, según palabras del escritor Jorge Asís en un debate televisivo entre ambos. Pero Carolina, que tenía mucha sensibilidad y otras búsquedas, terminó siendo musa del gran Luis Alberto Spinetta, que sucumbió a su belleza al punto de dar por terminado su matrimonio de años. Por esa misma época, su hija Cata pasó por el quirófano para agrandar la talla del corpiño. El efecto Caro trascendía los mundos y la indómita luz.

Como si fuera poco, los contratos más jugosos fueron durante esos años. Y eran hasta comentados como si se tratara de temas de interés nacional. Carolina Peleritti para volver a hacer otra campaña de Motor Oil pidió un monto de seis cifras. Y le fue otorgado. Aunque esta vez había dejado el enterito rasposo y ahora lucía un vestido sixty para la misma empresa de vaqueros. Los excesos del uno a uno permitían publicitar un jean con un vestido. ¿Quién no iba a querer ser modelo en esos años?

El dueño de las marcas, con su estilo de joven rebelde, con la barba desprolija, el pelo largo, los jeans, las motos y una remera blanca

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Por otro lado, Via Vai fue de las primeras marcas que se vendieron a un grupo económico en una cifra astronómica. Sus socios fundadores ya eran ex novios y cada uno seguía con su vida, aunque nunca muy alejada una del otro. Después de esa venta millonaria, Alan dejó los trapos: se dedicó al negocio inmobiliario y a pasear de blanco por la playa como un gurú, mientras se ponía de novio con Natalia Lobo, la revelación de Mango, la marca de Álvarez Castillo, que a su vez se había casado con Paula, que, con su parte, siguió en el mundo de la moda, ahora vistiendo mujeres con su nombre y apellido. Porque el mundo bien es así… un pañuelo. Y un pañuelo que facturaba cifras insólitas para un país que iba a caerse de la alucinación del “uno a uno” más temprano que tarde.

Un regalo del cielo

Para la segunda parte de la década, el país era otro: aunque las costumbres esteñas seguían deleitando a los cada vez más excluidos del sueño el divorcio de los padres de la convertibilidad, los primeros piquetes en el Sur y una desocupación en alza cambiaron los hábitos nuevamente.

La élite de las modelos dejó su cielo sin nubes y aparecieron nuevas camadas, con cachets más acordes, aunque con las mismas ansias de protagonismo. En este grupo podemos ubicar a Lara Bernasconi, una modelo tucumana de hablar entre sanisidrense y gangoso, que llegó a portada de Gente gracias a sus largas piernas y su tenue belleza natural.

El grupo de chicas post 96 tenía más posibilidades de casarse con un millonario o famoso que de obtener un jugoso contrato dolarizado. Natalia Graziano, casada con Matías Martin, María Vázquez, esposa desde hace años de Adolfito Cambiasso, y Paula Traverso, cónyuge de uno de los hijos de Yabrán, confirman la regla.

La llegada de grupos empresarios de pedigree dudoso y con ansias de absorber negocios exitosos fue el paso siguiente para que el talento de Álvarez Castillo para llevar marcas al estrellato se expandiera y lo hiciera más millonario aún, vender sus empresas y pasarse también al negocio inmobiliario. Aquel chico que trabajaba mucho, para finales de los 90 y principio del 2000 ya no era más un visitante bien visto por la elite esteña sino parte fundamental. Abultada cuenta bancaria, casado con una talentosa y aristocrática diseñadora vernácula, y modelo estético de muchos poderosos. Desde Marcelo Tinelli, pasando por su amigo el empresario gastronómico Federico Rivero (casado con otra modelo, Andrea Bursten), hasta el “Corcho” Rodríguez, terminaron siendo émulos de este señor, que mantenía intacta su colección de motos, su pelo largo y la barba desprolija. Basta mirar cualquier foto de los 2000 y ver que todos parecían Federico Álvarez Castillo. Nuestro propio “¿Quieres ser John Malkovich?”.

Viendo el filón, apareció su marca: Etiqueta Negra. “Si quieren ser yo, compren mi ropa.” Y así armó su último grito de estilo. Los años del kirchnerismo agregaron marcas en su haber. Y mucho dinero. Un divorcio y un nuevo matrimonio.

Con la llegada del macrismo al gobierno, después de años, pudimos conocer su voz y pensamiento. En una entrevista en un programa de cable, el empresario -lejos de mostrar sus habilidades–- nos regaló una gran entrevista para comprender en términos sociológicos quiénes somos también. Porque, acaso, ¿no somos todos un poco el Federico Álvarez Castillo que voto “cracks como Schwarzenegger”? El chico rico sin infancia. El padre simbólico del rugbier que le pegó una piña a traición a otro chico en Punta.

Y un día de enero del 2020, en una casa alquilada de un barrio privado de José Ignacio, junto a su nueva mujer, Lara Bernasconi, y su hijito, bastó la exhibición descarada del momento en que arrojaron un animal a su piscina para que el sueño se astillara. Lluvia de críticas: desde asemejar la imagen a los vuelos de la muerte hasta pensar en su grado de inconsciencia, pues si el animal caía en otro lugar podría haber habido víctimas fatales. Nadie espera que le llueva un chancho o un cordero del cielo y lo graba con el celular. Un chiste lindero a la tragedia.

El tipo que se hizo rico entendiendo a las clases medias de este país con sus ganas de pertenecer, su necesidad de ser parte, e inventó marcas para saciar esos deseos, olvidó que para ser de nuestra clase alta no hay que mostrar nada, que la manteca se tira al techo sin testigos, que los chanchos que tirás a una pileta no se viralizan, que todo se tapa bajo la alfombra, que exhibir es de esa misma clase media necesitada de pertenencia. Su público. Ese al que, en el fondo, en esas playas, desprecian.

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Comentarios

  1. Eduardo Sen

    el 18/01/2020

    Lorena, ésta nota tuya es un bisturí sociológico, diseccionando una época y una clase social. Sinceras felicitaciones

  2. Maia

    el 19/01/2020

    Buenísima la nota; una descripción minuciosa de la clase media aspiracionista Argentina. ” Fiesta de farsantes de la espuma social; invítame a pasar”.

  3. magali

    el 19/01/2020

    Muy bueno!!

  4. Nora Maresio

    el 19/01/2020

    Muy buena nota, descriptiva de años que he transitado y conozco.

  5. Celeste

    el 19/01/2020

    Excelente análisis. Hace tiempo no leo algo tan bien escrito. Síntesis de la tragedia de nuestra identidad. Me dejó con un sabor agridulce a verdad dolorosa…

  6. Jorge zapata

    el 19/01/2020

    Excelente nota de Lorena. Aunque demasiado extensa para tan poca alcurnia. Ninguna/o de los nombrados en la nota seria capaz de escribir una oración con sujeto y predicado

  7. angel

    el 19/01/2020

    excelente.

  8. Alejandra

    el 20/01/2020

    Me hace ruido esto de “nuestra” clase alta, no comprendo si la periodista se está incluyendo o es a modo de abstracción. Luego, lo escrito, muy bueno!!

  9. Cris

    el 21/01/2020

    EXCELENTE

  10. Diana

    el 26/01/2020

    Este artículo es excelente. Nunca tan bien descrito un grupo de tiligos de poca monta.
    Tenes una escritura de fuste
    Diana

  11. Teresa

    el 26/01/2020

    Que ganas de gastar tinta y tiempo en cosas que no vale la pena

  12. Hernan Montenegro

    el 07/02/2020

    EXCELENTE!!!..tremenda y triste descripcion de una realidad bien ARGENTA!!…seguimos bajando de los barcos y no podemos dejar de ocultar nuestro terrible COMPLEJO de INFERIORIDAD…

  13. Magdalena

    el 02/03/2020

    Tremenda nota!!! Gracias!!!

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