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Quizás creemos demasiado en el poder de las palabras. Nombro, y luego existe, rumiamos. En Argentina habita una cierta idea sobre “el poder de los gobernadores”. Se trata de un concepto político que todos repiten y de tanto repetirlo, quizás, algún día existirá. 

El contexto de este texto es sugerente: se vienen produciendo triunfos peronistas en distintas provincias (desde la tradicional victoria de Gildo Insfrán en Formosa hasta la novedad de Omar Perotti en Santa Fe) que marcan y entusiasman una tendencia del voto peronista que hace dos años parecía amenazado. Sin embargo, lo que motiva estas líneas es centrarnos en las razones de la elección del senador Miguel Ángel Pichetto como compañero de fórmula de Mauricio Macri, decisión que también se descubre, entre otras cosas, sin ánimo aguafiestas, a la luz de lo que se dio en llamar “el poder de los gobernadores”.

En caso de incendio

El “poder de los gobernadores” resulta casi un símil de lo que en el siglo 20 argentino se usó para nombrar a los “generales profesionalistas”. Mito del periodismo y el círculo rojo, desde tiempos de Kirchner “los gobernadores” nunca pudieron proyectar su poder provincial en un poder nacional. Un fenómeno análogo al del “intendentismo” bonarense y su incapacidad para formular alternativas efectivas para disputar la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. ¿El retrato de un país que pulveriza sus mediaciones? Su último escenario de poder real se cristalizó en la crisis de 2001 y sus Asambleas Legislativas, cuando todavía  eran “La Liga”. Kirchner también venía de ahí, de esa sombra del poder, pero para lograr la construcción de su “autoridad presidencial” a partir de 2003 tuvo que neutralizar esa “Liga”. Sin embargo persistió en el mainstream editorialista como imaginario de un “orden”: el poder detrás del poder, el Consejo de Sabios y Prudentes capaces de corregir los desvíos o excesos “ideológicos” de un poder central. Lo perenne del poder peronista contra lo contingente del signo de los tiempos. Siempre se pensó que el kirchnerismo pendía de un hilo: del hilo que podían cortar los gobernadores. Aunque la escena real fuera decididamente la contraria.

La figura senatorial de Pichetto eterniza esa fama. Como un yoda que inspira en su posición de buda una fuerza secreta. Pero esa fuerza, ¿existe o no existe? El árbol que cae en el bosque y nadie lo escucha. ¿Existe el poder que no se proyecta ni se usa? Existen los gobernadores, todos por separado, o en trenzas y alianzas que se hacen y deshacen y cuya consistencia es consecuencia siempre del “poder central” y nunca la causa de un poder central. El “peronismo federal” es el nombre no solo de un reciente fracaso electoral sino también de este malentendido conceptual, dado que Alternativa Federal centraba su principal hipótesis política en la proyección de ese poder territorial. El caso Córdoba es ejemplificador: por lejos la provincia más importante del Interior argentino, por economía, peso electoral y tradición historica, y que cuando le tocó la tarea de ordenar el espacio “prefirió no hacerlo”, a la manera de un Bartleby el Escribiente meditérraneo.

Pichetto no es EL peronismo, sino lo que los no peronistas valoran utilitariamente del peronismo

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Cuando Macri en estos días designó su candidato a vice, no sólo enterró para siempre el “Plan V” que lo horadaba, sino alumbró un mensaje de contención “a los gobernadores”. Pero contener a los gobernadores es una tautología: es patear una puerta abierta. Y, en todo caso, en el más puro sentido operativo y político, los gobernadores ya estaban relativamente “contenidos” por el trabajo gris y efectivo de Rogelio Frigerio. El máximo diferencial que podria aportar el vice patágonico sería, en cualquier caso, reforzar una idea, “profundizar el modelo”: “ganen sus elecciones ahora, y después hagan huelga de brazos caídos en la campaña de Fernández-Fernández, que con nosotros en la Rosada está visto que pueden negociar mejor”. No mucho más que eso. La pregunta, entonces, se sostiene: ¿para qué sirve Pichetto?

Por un lado, es el revival de un clásico del manual macrista porteño, desde que nacieron como fuerza política: seleccionar y cooptar figuras sueltas del peronismo. Solos y solas peronistas incorporados según el juicio de estos no peronistas: elegir hombres del justicialismo que “naturalmente” sabrían manejar más y mejor los asuntos oscuros de la república. Cristian Ritondo o Diego Santilli son los ejemplos de este casting histórico. Ayer, la policía bonaerense; hoy, la justicia federal. Si bien esto contiene la visión explícita del “peronismo como el mal”, en este caso lo hace bajo la contraseña realista: el mal necesario. Y ahí se ve cómo los explican: “hombre de Estado”, “partido de poder”, “tiburones que huelen sangre”. Se trata del uso de la jerga con la que no peronistas mentan virtudes de peronistas que necesitan. Diríamos: Pichetto no es EL peronismo, sino lo que los no peronistas valoran utilitariamente del peronismo. Pero también Miguel Ángel Pichetto expresa la versión del peronismo nacido como “partido del orden”. Es la versión nacida para darle viabilidad, “gobernanza”, como dicen algunos, al país desigual. Eso que nació con Menem.

En el ya canónico ensayo publicado en 1993 (La Larga Agonía de la Argentina Peronista), el historiador Tulio Halperín Donghi se preguntaba menos por la crisis del peronismo en tanto forma política y partidaria, “politológica”, como en su forma “sociológica” y de estructura socioeconómica: la sociedad peronista antes que la política peronista. O, en todo caso, se preguntaba cómo haría el peronismo político para asimilarse a las profundas transformaciones que desde 1976 habían herido de muerte a la sociedad igualitaria del fifty-fifty. Lectura fina con que Alfonsín había hecho su campaña (“no me votarán los obreros, pero sí sus esposas”): el triunfo radical inédito del 83 reflejó el pasaje de un voto de clase a un voto “ciudadano”. De la fábrica a la casa, como lugar de decisión electoral. Esa hoja de ruta de 1983 no sellaba que el país no iba a ser más gobernado por el peronismo, sino el cómo.  La verdadera transformación del peronismo -la creación del “peronismo de la desigualdad”- llegó con el menemismo. La carta astral de su cumpleaños es el 27 de marzo de 1991, día de la sanción de la Ley de Convertibilidad. El peronismo como Partido del Orden nació en esta década.

Y ese peronismo de los noventas propone una alternativa a la sociedad peronista en vías de extinción: reemplazar el horizonte de la justicia social por la utopía del consumo de masas, sostenido en el programa de estabilización monetaria. El hecho mismo de construir su legitimidad de origen en un programa antiinflacionario marca a las claras la transformación que el peronismo experimentó en la democracia. Su palabra fetiche será: “gobernabilidad”, que ya no hace a la sociedad más justa sino más gobernable.

Unos noventas sin consumo, sin inversiones y sin Mercosur. La pura declamación de un capitalismo verbal que nunca se realiza, el relato que reemplaza el Apple Store en Plaza de Mayo que nunca llegó.

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Macri elige a Pichetto bajo esa premisa instrumental: en caso de incendio rompa el cristal y saque un peronista para gobernar la crisis. Y encuentra un patagónico del norte, sin votos, con experiencia 24/7 en la ahora fetichizada “rosca”, que en su ficha existencial se declara harto de nuestra culpa católica en contraposición a una, pongamos, ética protestante capaz de parir el verdadero capitalismo argentino. Pichetto describe los males de un país demasiado igualitarista: es la expresión última de un tipo de peronismo nacido en la democracia que se amputó a sí mismo toda noción de justicia social, y que parece verse más en el espejo del Partido Republicano americano que en la aventura igualitarista del peronismo del siglo XX. Cree tan firmemente como el macrismo en que el problema argentino se encuentra en “las altas expectativas sociales” de su sociedad. Entre Pichetto y el “viejo Cambiemos” la diferencia es tan solo procedimental: el cómo se hace. “Más círculo rojo y no menos”, como lo señaló explícitamente en el Senado.

La propuesta de “Juntos por el Cambio” traiciona sin embargo en su propuesta el ethos fundamental de ese menemismo: donde éste era pura realización concreta, el macrismo es pura narrativa y verbalidad. Un menemismo sin su principio ordenador central: sin orden económico, crecimiento ni estabilidad de la moneda. Unos noventas sin consumo, sin inversiones y sin Mercosur. La pura declamación de un capitalismo verbal que nunca se realiza, el relato que reemplaza el Apple Store en Plaza de Mayo que nunca llegó. Puede notarse esta “re ideologización” del gobierno del PRO en la notoria línea de continuidad que existe entre los últimos artículos de Jaime Durán Barba y el ideario pichettista. Una remake en clave derechista del “clima destituyente” de la vieja Carta Abierta se actualiza en ese “Populismo totalitario vs República” que parece ser la divisa electoral del oficialismo para este año. Podría decirse que el candidato a vice ayudará a organizar ese discurso con más sustancia. Hasta ahora el mainstream de la política argentina habia evitado romper la línea en ciertos temas “consensuales” de su conformación histórica, como por ejemplo el respeto a sus inmigrantes. La activación de estas temáticas con la incorporación de Pichetto resume la paradoja de Cambiemos y su promesa fallida de “normalidad”: así como necesitó durante todos estos 4 años de la híper presencia de CFK (la famosa centralidad de Cristina), ahora que ésta realizó su propio corrimiento el macrismo necesita reinventar un inverosímil boliviarianismo de Alberto Fernández para volver a centrar el debate en “los temas que le interesan”, como si necesitase de la catastrofe para justificar su propia existencia. Los que venían a erradicar los fantasmas de la Historia argentina terminaron armando su propia versión de la casa embrujada.

El sueño argentino

Pues bien: el límite de esta visión macrista del “problema argentino” que completa Pichetto es que está construido como diagnóstico, no de la sociedad real, sino de la política y sus interpretaciones. ¿Qué queremos decir? Que toda la pedagogía de Cambiemos es un diálogo con el kirchnerismo. Y su problema lo tienen con la sociedad real. Dicho más fácil: el “problema argentino” no es el peronismo, ni es la sociedad salarial. El problema argentino es la clase media.

ahora que CFK realizó su propio corrimiento el macrismo necesita reinventar un inverosímil boliviarianismo de Alberto Fernández para volver a centrar el debate en “los temas que le interesan”

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La unidad peronista de dirigentes y bases militantes (esta “unidad hasta que duela” que con Massa parece completarse) no refleja exactamente la unidad de la estructura social fragmentada que compondría el voto histórico peronista. Tema del politólogo jesuita, Rodrigo Zarazaga, quien argumenta sobre “los sectores populares  fragmentados”. En su visión del Conurbano infinito, el jesuita apunta lo obvio: la base social está rota aunque muchas representaciones simbólicas y militantes la sigan uniendo. No obstante, la antigua clase obrera argentina es un mosaico de espejos rotos en un país en el que la sociedad en su mayoría se auto-percibe de clase media.

Decirse de clase media, creerse de clase media, desearse de clase media, confirmarse de clase media, es el sueño democrático en el que además se diluyó el sentido histórico de la existencia del Partido Radical. Lección de la sangre y la astucia post 1983: la clase obrera va a la guerra, la clase media construye el paraíso aquí y ahora. Nadie quiere morir en su semana trágica. El armisticio de la derrota social de 1976 trajo el sueño de ser de clase media como refugio. La democracia nació en 1983 para lidiar con ese deseo mayoritario. Eso explica no sólo el triunfo cultural de Alfonsín (no su triunfo electoral, como le dijo a Mirtha Legrand en un almuerzo de 2001: “me quieren pero no me votan”), sino también la adaptación ideológica de Menem (el político al que no quieren pero votan). Ser una sociedad más libre, con derechos civiles, dijo Alfonsín. Derecho al consumo, dijo Menem. Ser “un país normal”. ¿Y qué es un país normal? Un país de clase media. La clase media, así, puso en aquel 83 las patas en la fuente y fue el hecho maldito del país peronista. Ni patria socialista, ni patria peronista, ni neoliberalismo, ni populismo: una sociedad de clase media es el “sueño argentino”.

La foto de la sociedad que atraviesa esta crisis es la de una sociedad insegura y sin certezas. Insegura de que le roben, insegura de perder el trabajo, insegura de que le metan un tarifazo, insegura de llegar a fin de mes, inseguros de que no se vaya Macri algunos, inseguros de que “vuelva Cristina” otros. El miedo crea esta sensibilidad agazapada, porque parece ser una sociedad que hasta ahora vive la crisis puertas adentro. Una crisis en la que se vuelve más oscura y rumiante porque no se sabe del todo aún quiénes perdieron, quiénes quedaron afuera y quiénes no. Diríamos: la procesión va por dentro porque la crisis parece a punto de estallar y aún no estalla. Su línea de tiempo está en el aire. Nadie confía en el mensaje oficial de que “lo peor ya pasó”, y nadie confía tanto tampoco en quienes, como en el cuento del lobo, se pasan el rato anunciando lo peor. No puede desplegarse ese estallido, como en 2001, porque hay excluidos pero el sistema aún funciona: la gente puede sacar plata de los cajeros o puede ir formalmente a comprar dólares al banco. En 2001 había excluidos e incluidos, pero colapsó el sistema de los incluidos (corralito). A los sistemas no los hacen tronar los excluidos sino los estafados. Los de adentro.  Algo de esto puede observarse en la evolución ideológica del partido radical, que parece haber pasado de las premisas fuertes y llenas de potencia de la democracia alfonsinista (se come, se cura y se educa) a esta suerte de “mínimo no imponible” de republicanismo que comporta un solo y único axioma: los peronistas no deben volver a gobernar. Punto final. De impulsores principales del Plan V (“Vidal-Lousteau”) al “Macri-Pichetto” sin escalas. Un plan “Durar” cuya única utopía es terminar el mandato y renovar, y que defiende el “sistema politico” en abstracto sin anunciar nunca que pretende de él: un sanwich con dos panes y sin fiambre.

En este paisaje es que el gobierno completa su “oferta”, con una suerte de PP español, aunque sin clero. El monopolio de la oferta de orden con un político peronista que haría más verosímiles los temas, quizás. Control migratorio, economía abierta, flexibilización laboral y aborto. Pichetto no parece desmentir el ideario de Cambiemos sino solidificarlo: macrismo sin retorno.

Solos y solas peronistas incorporados según el juicio de estos no peronistas: elegir hombres del justicialismo que “naturalmente” sabrían manejar más y mejor los asuntos oscuros de la república

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Comentarios

  1. Elena Santillam

    el 17/06/2019

    Ultrabueno el articulo- Muy inteligente y muy buena forma de expresar esta enfermedad de la que sufrimos como un cancer tal vez desde que nacio la democracia, desde Alfonsin-
    Y yo que no lo vote a Alfonsin ahora a lo lejos lo respeto, porque era un valiente, un soñador al que le faltaba el apoyo de un partido que tenia mas nombre que militancia-
    Yo incluiria dentro de este contexto a los radicales y su falta de coherencia tambien, porque a los que dicen que el peronismo no es un Partido politico sino un movimiento que se creo a partir del General Peron y que vive de los sueños del pasado porque pareciera que los advenedizos tienen lugar en cualquier estructura- Llamese como se llama, cualquiera es peronista, cualquiera es macrista y asi sucesivamente-
    Convivimos con una sociedad politica de panqueques a los que tendriamos que abuchear cuando los vemos por la calle o por los medios, una sociedad politica enferma de hipocritas que ensucia el futuro de un pueblo digno –
    Pondria tal vez enfasis en comentar que el.partido radical, un partido historico se ha olvidado de sus sueños para comprometerse con la necedad y el egoismo de un gobierno vendepatrias- Todos no son asi- Lo se-
    Peronistas y radicales, dos fuerzas del pueblo argentino, lo mejor-
    Y si apuntamos asi que les parece?
    LOS FELICITO, a vos Martin, que te conozco de super chiquito-

  2. Alejandro

    el 17/06/2019

    Análisis ajustadídimo. Mucho rigor histórico/periodístico.

  3. Pedro

    el 18/06/2019

    Gran artículo!! FELICITACIONES a los autores

  4. Marta Giana

    el 20/06/2019

    Bueee. Flashes interesantes pero posicionamiento ambiguo. No es tiempo de tibios!

  5. Patocas

    el 13/07/2019

    El periodismo no tiene (necesariamente) que ser militante. Con ese criterio, es mejor un editorial de Majul que esta tremenda nota.

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