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25 de junio 2018

Miguel Angel Vallejos

Grupo de Estudios sobre el Pensamiento de Max Weber Facultad de Ciencias Sociales-Universidad de Buenos Aires

MAX WEBER EN BUENOS AIRES

Tiempo de lectura: 4 minutos

En vida, lo más cerca que Max Weber (1864-1920) estuvo de Argentina fueron unos artículos que escribió sobre las comunidades agrícolas de colonos de Entre Ríos. Y es que la historia de cómo este joven especialista en temas agrarios, historiador del Medio Evo y el antiguo imperio romano, devino en uno de los clásicos ineludibles del estudio comparado de las religiones mundiales y padre fundador de la sociología moderna, es casi tan interesante como la historia de las fronteras que su obra atravesó después de su muerte.

Efectivamente, la obra del por entonces desconocido sociólogo alemán tuvo una precoz recepción en el mundo de habla hispana (el conjunto de sus estudios reunidos bajo el celebre título “Economía y sociedad”, fue traducido íntegramente al español mucho antes que al inglés, francés o italiano). En Argentina, por desgracia o por fortuna, dependiendo de dónde se lo mire, desembarcó a través de densas intermediaciones. En los años ’50 el fundador de la carrera de sociología en Argentina, el investigador italiano Gino Germani, importó el estructural-funcionalismo anglosajón, teoría hegemónica en la época, e introdujo la obra de Weber a nuestro país a través del filtro del norteamericano Talcott Parsons, quién había usado la teoría sociológica del alemán en su ofensiva contra la sociología marxista, en el periodo más álgido de la guerra fría. Aunque Weber ciertamente tenía un ojo puesto en el ensayo socialista de Rusia, ésta sesgada interpretación brindó un cariz original a la metáfora más famosa, quizá, de la sociología mundial: La “jaula de hierro” (iron cage), alusión a la moderna sociedad industrial-burocrática que ahoga hasta el último rescoldo de libertad, espontaneidad y creatividad individuales, ya que esa expresión jamás fue utilizada por Weber. Germani, no menos astuto que su mentor espiritual, haría uso de la teoría weberiana y su visión desencantada de la política en su confrontación local con el peronismo. El estudio sobre el “líder carismático” y su capacidad de movilización sentimental (irracional) de las masas, que Weber rastrea en el profeta religioso y su versión secular, el príncipe guerrero, tipos-ideales construidos en su Sociología de la religión, ayudó al joven investigador local a explicar (y acaso vituperar) la figura mesiánica de Perón y la adscripción incondicional de las clases populares a él. Esto nos devuelve a la obra de Weber en sí.

Quizá una clave que le permite a Weber derrumbar todas las fronteras geográficas y temporales, es su penetrante y descarnado tratamiento del problema de la “dominación”. Probablemente debido a la época en que vivió, cuando el capitalismo estaba atravesando su etapa monopolista, mientras pululaban los trust y carteles comerciales, Weber no tuvo reparos en definir al Estado como “el monopolio de la violencia legítima”. Ya Trotsky había denunciado que “el Estado es una banda de hombres armados”; pero Weber le agrega un componente original, la legitimidad. De este modo se anticipaba a autores posteriores de la sociología política, Gramsci en primer lugar, que entendieron la naturaleza dual de la hegemonía en tanto “consenso blindado de coerción”, como sostuvo Juan Carlos Portantiero, intelectual argentino y asesor político de Raúl Alfonsín. Ciertamente la sociología de Max Weber propone una interpretación alternativa al reduccionismo economicista del marxismo, centrándose en el actor y el sentido, en el sujeto y los significados (religiosos, éticos, políticos, etc.) que éste asigna al mundo. La tesis capital de sus estudios recogidos en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” consiste en elucidar los determinantes culturales e ideales en la formación del carácter de la clase dominante de la modernidad: la burguesía. Sin embargo, aclara expresamente, no trataba de desmentir la interpretación materialista vigente, mucho menos promover una concepción individualista y racionalista de la vida, como reza la vulgata weberiana. Lo cierto es que en Argentina, y por razones que escapan a sus divulgadores, como hemos visto, Weber se enseña poco y mal.

Desde 1987, los profesores Perla Aronson y Eduardo Fidanza, a quienes se sumaría más tarde Eduardo Weisz, se han dado a la ambiciosa tarea de, no solo impulsar el estudio sistemático del legado weberiano, sino incluso “des-Parsonsnificar” a Weber, entendiéndolo no como opuesto a la interpretación materialista de la historia, sino como un recurso complementario (y necesario). A lo largo de casi treinta años, desde su pequeña trinchera en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), donde la mainstream ha sido históricamente marxiana, ellos proponen volver a leer al sociólogo de Heidelberg sin intermediarios. En 2005 organizaron las primeras (y pioneras) Jornadas Internacionales sobre Max Webery este año redoblan la apuesta, en un contexto nacional mucho más adverso para las ciencias sociales, con la organización de las II Jornadas internacionales. Max Weber: Política y Religión. Éste será un evento señero dentro del ámbito de las ciencias sociales, y convocará a reconocidos especialistas en la obra del autor, particularmente abocados a la relación entre religión y política. Asistirán cerca de veinte profesores del exterior -Alemania, Inglaterra, España, Francia, Estados Unidos, Hong Kong, Perú y Brasil-, a los que se sumarán representantes del ámbito local para dar lugar a paneles y conferencias que serán de un intenso debate e intercambio de ideas.

Cerca de cumplirse un siglo de su muerte, en un mundo contemporáneo signado por el derrumbe de los socialismos reales (tras lo cual el “espíritu del capitalismo” parece estar más vital que nunca), los populismos de izquierda y derecha en América y Europa, la amenaza del mundo islámico que parece tener en jaque a la civilización occidental y cristiana y, last but not least, el revival del catolicismo tras la elección de un carismático papa argentino, invitan a retornar a los estudios de Max Weber. Sin dudas, su espíritu se dará una vuelta por la calle Corrientes en octubre.

 

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