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07 de abril 2020

Tomás Guido D'Amico

Desde Belgrado, Serbia

MEMORIAS DEL BOMBARDEO EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

Tiempo de lectura: 8 minutos

No había tráfico ni gente en las calles de Belgrado la noche del 24 de marzo de 1999. El sonido de las sirenas de ataque aéreo recorría lento la capital yugoslava. Algunos en refugios comunitarios, la mayoría en sus hogares, todos aguardaban frente al televisor o la radio donde hacía apenas unas horas habían escuchado al presidente Slobodan Milosevic declarar el Estado de Emergencia ante un inminente ataque de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La razón: los crímenes del Gobierno contra la población albanesa en la provincia de Kosovo. 

Dentro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, China y Rusia se opusieron a la intervención e, incluso, Boris Yeltsin, que dejaría el gobierno ruso unos meses más tarde, se comprometió a ayudar al Estado yugoslavo. Promesa que nunca cumplió. Sí llegaron los misiles lanzados desde buques y submarinos a través del mar Adriático, y de aviones que partieron desde bases militares en Italia y Alemania. La ONG Human Rights Watch concluyó que fueron entre 489 y 528 las víctimas civiles a causa de los bombardeos mientras que las autoridades locales estimaron entre 1200 y 2000, y cerca de 10 mil heridos. La Operación Fuerza Aliada duró 78 días y fue el primer asedio de la OTAN a una capital europea. 

“Ese día hacía lo mismo que todos los demás niños de mi edad: ver la popular telenovela mexicana ‘Esmeralda’. Justo en el momento en que empezaron las sirenas de ataque, el protagonista se cayó de su caballo y fue una escena trágica. Todos en Serbia la recordamos muy bien”, recuerda con humor Milica Svabic, belgradense que tenía diez años en aquel entonces y hoy es abogada especializada en derechos humanos. 

Aquella noche, Mira Milicevic, 19 años, cursaba su primer año de Ingeniería Informática en la universidad en Novi Sad, la segunda ciudad más grande del país: “Estaba viviendo en una habitación estudiantil con mi hermana y discutíamos porque no podíamos creer que nos estuvieran bombardeando, era algo que leíamos en los libros de historia y que creímos que no volvería a suceder”. El primer misil cayó en un edificio de la policía; días más tarde cayeron sobre los puentes que cruzan el río Danubio; después, sobre refinerías, centrales eléctricas y antenas de la televisión estatal. 

Rodeado de soldados con barbijos y guantes, el ministro de Defensa, Aleksandar Vulin, besó la bandera nacional y dijo que los bombardeos de la OTAN fueron el último gran crimen sin condenados del siglo pasado. También alertó que el país enfrenta una nueva amenaza de extinción y llamó a la unidad de la población, el ejército y el Estado

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Al sur del país, en la ciudad de Leskovac, a pocos kilómetros de Kosovo, Marko Jovanovic cumplía nueve años y vivía junto a sus padres y a su hermana mayor. Su madre, enfermera de larga trayectoria, cubría el turno noche y formaba parte del Comité de Crisis del hospital municipal. “Teníamos nuestro sótano preparado ya que todos sabían que íbamos a una guerra. Mi padre nos puso a dormir después del anuncio. En mi caso, el momento más aterrador fue cuando mis vecinos dijeron que habían bombardeado el hospital. Mamá estaba trabajando y no pudimos hacer más que esperar a que llamara para decir que estaba bien”. 

A pesar de los ataques, Marko y Milica comentan que llevaron una vida normal, de tardes al aire libre y juegos en la calle con sus vecinos. “No recuerdo la época como algo terrorífico, podíamos estar afuera durante el día, también recuerdo haber aprendido a jugar a las cartas en el sótano de mi edificio. Tuvimos muchos apagones, a menudo no teníamos agua corriente, las tiendas estaban vacías pero nos acostumbramos rápidamente y la vida continuó”, señala ella. 

La situación fue diferente para Mira: “Vivíamos en el último piso de un edificio, estaba aterrorizada, básicamente no dormí durante la primera semana, tal vez unas pocas horas durante el día”. Recuerda que estaba sentada de frente al noticiero cuando un misil impactó contra el edificio del canal estatal lRadio Televición Serbia (RTS), un mes después del inicio del asedio. La señal se cortó. Dieciséis trabajadores murieron y el mismo número de personas resultaron heridas.

En un reportaje, el entonces primer Ministro de Reino Unido, Tony Blair, explicó que dichas estaciones de televisión eran parte del aparato de la dictadura y del poder de Milosevic. El edificio en ruinas puede visitarse al día de hoy se encuentra casi en las mismas condiciones en las que quedó luego del ataque. A un costado de una hilera de arbustos plantados, uno por cada muerte, un monolito grabado en cirílico reúne los nombres de las víctimas y un “¿Por qué?”. Del mismo modo, pueden verse de lejos los impactos de misiles sobre la sede del ex Ministerio de Defensa, en pleno centro de la ciudad, cubierto de momento bajo una extensa lona impresa con una imagen de una soldado serbia y una cita de Živojin Mišić, líder militar serbio de la Primera Guerra Mundial, que expresa “La vida es una lucha larga y difícil, quien se atreve obtiene beneficios, quien no tiene miedo sigue adelante”.

“Sentíamos que el mundo estaba en contra nuestro. Además arrastrábamos las consecuencias del embargo económico que Naciones Unidas había impuesto unos años antes. Eso fue todavía más duro… mi padre me contaba que llegaba a casa con su sueldo diario y primero alcanzaba para comprar medio kilo de carne, al día siguiente una cerveza, luego un poco de pan y por último una caja de fósforos”, revela Marko, que trae al presente su recuerdo de niñez del ataque con bombas de racimo a un hospital universitario en Niš, ciudad vecina a Leskovac, donde perdieron la vida quince personas, entre ellos estudiantes y médicos. 

El acto oficial a veintiún años de la intervención se dio bajo una intensa nevada en el centro hospitalario Dragisa Misovic de Belgrado, institución en la cual tres pacientes y siete agentes de seguridad murieron durante el asedio como resultado de un ataque aéreo con misiles. Rodeado de soldados con barbijos y guantes, el ministro de Defensa, Aleksandar Vulin, besó la bandera nacional y dijo que los bombardeos de la OTAN fueron el último gran crimen sin condenados del siglo pasado. También alertó que el país enfrenta una nueva amenaza de extinción y llamó a la unidad de la población, el ejército y el Estado: “Ahora, frente al coronavirus, debemos estar unidos porque de nuevo es la única forma de sobrevivir”.

La amenaza global, puertas adentro

En el décimo aniversario de los ataques, Belgrado hizo sonar las sirenas de alerta a las veinte horas, momento en el que la OTAN había iniciado las operaciones aéreas en 1999. Pero en esta ocasión, se escucharon aplausos, música de acordeón, gritos, silbidos y algunos fuegos artificiales que nada tuvieron que ver con la conmemoración, sino con la solidaridad y el apoyo al personal médico que está afectado a la lucha actual del Covid-19. 

Serbia tiene hoy 2200  infectados y 58 muertos. El presidente Vucic mantiene conferencias vespertinas donde anuncia las medidas para controlar la propagación del virus. En la primera de ellas, al borde de las lágrimas, acusó a la Unión Europea por la falta de apoyo en el control de la pandemia, al tiempo que destacó la labor de China, país que hasta había enviado media docena de aviones con científicos, médicos, medicamentos, equipamiento técnico, respiradores, máscaras y guantes. 

El estrecho vínculo entre ambos países tuvo un importante capítulo durante el asedio de Belgrado, luego de que un avión estadounidense destruyera la embajada de China y ocasionará la muerte de tres trabajadores. El entonces secretario de Defensa norteamericano William Cohen dijo que el objetivo era otro y que el error se debió al uso de un mapa desactualizado. Cierto o no, Serbia respondió que la embajada había estado siempre en el mismo sitio y China nunca perdonó el incidente a los Estados Unidos. 

al borde de las lágrimas, acusó a la Unión Europea por la falta de apoyo en el control de la pandemia, al tiempo que destacó la labor de China, país que hasta había enviado media docena de aviones con científicos, médicos, medicamentos, equipamiento técnico, respiradores, máscaras y guantes. 

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La batería de medidas que adoptó el gobierno contra el Covid-19 reúne: toque de queda por doce horas a partir de las cinco de la tarde; cierre de escuelas, jardines y universidades; prohibición de permanecer en parques y espacios verdes; paralización del transporte público interurbano y entre ciudades, sólo taxis y coches particulares; mayores de 65 años dentro de sus viviendas. De este modo, siempre y cuando haya un acatamiento total, las autoridades prevén unos 25 días para que la curva de infectados comience a descender. 

“En general, la guerra no fue un período tan agradable de mi vida pero me quedó una buena impresión del comportamiento de la gente, estuvimos unidos y nos cuidamos más de lo normal. Creo que hoy vivimos una situación parecida, no en relación al pánico por el virus sino a la conexión entre la gente y el cuidado de los ancianos”, reflexiona Mira, ingeniera informática que cumple al momento 20 días de cuarentena en un tres ambientes ubicado en el distrito Novi Belgrado. Pasa más de diez horas diarias sin correr la vista de la computadora, entre hojas de cálculo y sistemas de programación, con tal de esquivar el tema del que habla todo el mundo. 

Milica es abogada para una compañía y hace años cubre roles legales como voluntaria en diversas oenegés. Hace una semana que trabaja desde su casa. Si bien concuerda con que la guerra generó un clima de hermandad en la comunidad, no cree que hoy suceda lo mismo:  “No veo solidaridad. La gente está en pánico, ven al otro como un posible transmisor del virus, la mayoría de la gente apoya el toque de queda, las medidas opresivas de la policía, el arresto de ancianos que son vistos en las calles y los ataques en las calles. Los abuelos son tratados casi como enemigos”. 

Ninguno confía en el actual Jefe de Estado y los motivos se remontan a su pasado político. Vucic fue dos años ministro de Información de Milosevic y, tras trece años sin ocupar un cargo de gabinete, asumió la cartera de Defensa en 2012, la Vicepresidencia de Gobierno un año más tarde y, en 2017, se catapultó a la presidencia tras arrasar en las urnas con más del 55% de los votos. “Nunca me voy a olvidar ni voy a perdonar a ninguno de los políticos de los países que estuvieron involucrados en los ataques: Blair, (Gerhard) Schröder, incluso los nuestros, algunos de los cuales hoy son cercanos y asesores de Vucic”, dice Mira. 

El estrecho vínculo entre ambos países tuvo un importante capítulo durante el asedio de Belgrado, luego de que un avión estadounidense destruyera la embajada de China y ocasionará la muerte de tres trabajadores

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Marko todavía asiste a su oficina en turnos rotativos, es empleado en una compañía alemana de insumos médicos que importó máscaras y elementos de seguridad a Serbia hasta que la casa matriz suspendió el traslado de material. A sus 30 años, planifica desprenderse de todo y lanzarse a un viaje de meses por Sudamérica. Dice que de algún modo está conectado con Argentina a través de las obras de Jorge Luis Borges, su escritor favorito. También apunta contra Vucic: “Empezó en la extrema derecha, cuando llamaba a matar a cien musulmanes bosnios por cada serbio asesinado y después, desde que lo amenazaron con ser juzgado en La Haya como le pasó a su padre, cambió de lado y ahora se abraza con Schröder, Tony Blair, Bill Clinton y Javier Solana (ex Secretario General de la OTAN). Es un exponente del colonialismo neoliberal, un presidente títere de un país que no existe”.  

Sobre el futuro de Serbia y de la región, Marko arriesga: “La gente no cree que este sea el último capítulo de la ex Yugoslavia. La forma en la que vivimos en cada país no es normal para ninguno de nosotros. Creo que habría que apuntar hacia otra cosa: ni parlamentarismo ni socialismo. Algo distinto. Y si hay algo que somos es resilientes, a los yugos nos pueden golpear y golpear pero siempre salimos adelante”.

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