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07 de junio 2019

Florencia Benson

MILITANCIA DE NICHO: UN COMENTARIO SOBRE LAS IDENTIDADES

Tiempo de lectura: 6 minutos

Una elección supone un corte transversal, sincrónico, en una trayectoria continua de subjetividades en proceso. En este texto, nos interesa rastrear esas identidades en un aquí y ahora que tiene su foco en el AMBA, es decir, CABA y conurbano bonaerense, y en las identidades más densas, más pobladas, más transitadas. Algunas de ellas son novedosas y otras, por el contrario, persistentes, y se entrecruzan (o no) en el territorio y en las redes sociales, en la agenda mediática y en las políticas públicas.

Si algo definirá las elecciones en 2019 es el perfil de votante y de qué manera, o con qué eficacia, cada propuesta política interpelará esas subjetividades. Por el lado de la oferta, la selección peculiar de candidatos del peronismo kirchnerista también ordena o configura una serie de características que pueden resultar más o menos atractivas según el electorado. Resta ver qué propone el oficialismo, tanto en figuras como en plataformas, si bien su línea discursiva se encuentra sólida desde, al menos, la apertura de sesiones ordinarias del Congreso.  A su vez, los votos que retiene Sergio Massa (no sus primeras líneas ni su estructura, sino él) serán claves para definir una elección seguramente ajustada en la primera vuelta. Esbozaremos aquí tres configuraciones subjetivas posibles para enriquecer las lecturas de las narrativas que se activen durante esta campaña.

Los pensadores

La candidatura de Axel Kiciloff a gobernador de la Provincia de Buenos Aires fue bien recibida por los intendentes de esa provincia pero, irónicamente, no pasó los tests del peronómetro de los tuiteros metropolitanos. “El conurbano para los conurbanenses”, parecían clamar desde CABA. ¿Qué es este fenómeno? El votante kirchnerista o progresismo urbano tiende quizás a idealizar toda emanación del peronismo hardcore: fetichiza el conurbano, romantiza la pobreza, sostiene los símbolos del pasado y reivindica lo feo, lo sucio y lo malo. Lejos de las opciones más “presentables” del peronismo racional o la centroizquierda ad hoc, la intelligentsia porteña ama lo que su clase social desprecia: el kirchnerismo es el menemismo de los 2030s, y será glorificado por los realpolitikers del momento.

la candidatura de Kiciloff estaría reflejando fielmente esta estructura social peronista-de-izquierda-de-AMBA, la nueva mixtura entre el estilo de vida urbano y la mitología conurbana

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Sin embargo, la predilección de los intelectuales urbanos por el peronismo no es del todo correspondido. Gráficamente, la capital votaría Magario con las dos manos pero el peronismo “del interior” no votaría espontáneamente a Alberto Fernández, ahora con más aceptación luego del visto bueno de los gobernadores. Axel Kiciloff, entonces, podría ser una buena síntesis, lo suficientemente distanciado de la identidad kirchnerista como para apreciar su origen e intervenir sobre su destino, al tiempo que ha demostrado con sus perennes recorridas por la provincia el afecto popular extraordinario del que goza.

Lo cierto es que el conurbano no se distingue demasiado de la Capital y viceversa, existen más continuidades que rupturas, entre otros motivos gracias al acceso al consumo, pero también a la educación (universidades nuevas, escuelas) la salud, la infraestructura, la urbanización y gentrificación exponencial de los últimos quince años. Así, la candidatura de Kiciloff estaría reflejando fielmente esta estructura social peronista-de-izquierda-de-AMBA, la nueva mixtura entre el estilo de vida urbano y la mitología conurbana.  

Es también cierto que quizás pierda tracción en “el interior de la provincia”, aquellos distritos más identificados con una cultura política más tradicional, rural, ligada al agro y a valores conservadores. Esta lectura se pondrá a prueba, entre otras, al momento de las elecciones. Pero no existe en el escenario actual una alineación exacta, directa, entre la figura nacional y la provincial, en especial desde que el oficialismo jugó a conservar los jefes locales para concentrarse en la Trinidad metropolitana (Nación, Ciudad y PBA). Si Massa hubiera aceptado llevar a Vidal en su boleta habría sido, directamente, el tiro de gracia de dicha alineación. .

Rige la confusión entre adherir a una ideología y ser intelectual y moralmente superior al contrario

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De hijas

Observando la ampulosa cobertura en prime time de parte de TN a la última marcha de Ni Una Menos y el oportuno anuncio publicitario de OITNB, quien suscribe no puede dejar de pensar que cuando el feminismo entró a escena, la política se fue por la ventana. No sólo por cierta postura que se autocomplace en ser feminista como un fin en sí mismo, un logro moral que se consume en el mismo momento en que se enuncia: “soy feminista”. Rige la confusión entre adherir a una ideología y ser intelectual y moralmente superior al contrario (se establece un orden jerárquico a partir de ciertos saberes que circulan entre las feministas y se ubica al oponente en inferioridad cognitiva; además de ser consideradas esencialmente malvadas por su posición anti-abortista). Este activismo del Yo, sin embargo, no es exclusivo de la militancia feminista sino que está atravesado por el ethos digital basado en el narcisismo e inserto en un clima de época, que es, entre otras cosas, el de la despolitización.

La preocupación central reside en el fenómeno que podríamos llamar militancia de nicho. En efecto, entró a escena la genitalidad, la espiritualidad new age y la performance. Salió por la ventana la rosca, la realpolitik, la militancia transversal, holística, con una comprensión sistémica de las relaciones sociales, la estructura económica y la institucionalidad política. Se indujo, por el contrario, a una segmentación y especialización de la participación política. Esto conlleva la fragmentación y debilidad, tanto de las bases como de las demandas: un esquema necesariamente mucho más cómodo y manejable para el poder central que un movimiento organizado y vertical que se pone en marcha por distintas demandas. Esto se pone de manifiesto con toda claridad en la notable asimetría entre participación y resultados, y nos deja la pregunta de si, al “abrir el debate”, el oficialismo no estaría en realidad emprendiendo una acción de purplewashing de su propia marca. Es necesario atender la relación asintótica entre la masificación de una causa y su poder de fuego: la comodificación del discurso y la fetichización de sus símbolos tienden a neutralizar su poder subversivo, conflictivo, es decir, político.

Combinados, el esencialismo identitario y los derechos de tercera generación o, en términos de Chantal Mouffe, la pospolítica, no alteran las relaciones de producción ni rasguñan las estructuras de poder. Más vaginas en puestos institucionales no necesariamente cambian la ecuación: casos de mujeres esbirras hay y hubo a montones, las perras guardianas del Amo.

¿Cuál sería entonces una agenda feminista auténticamente desafiante, es decir, política? Quizás, una punta del ovillo podría estar en el deseo. Si se cuestionaran las relaciones de poder a partir del deseo (qué podemos hacer) y no del mandato (qué no podemos hacer), encontraríamos una serie de preguntas muy distintas a las consignas que venimos repitiendo públicamente hace más de un lustro. Entender los tiempos de la política no va en desmedro de la causa: frenar los femicidios y las muertes por aborto clandestino es urgente hoy, pero fue urgente ayer y será urgente mañana.

El votante massista, entonces, posee una suerte de ethos de la madurez, y responde a las señales de no-bullshit, vamos-al-grano, no me vengas con historias raras,

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Los hacedores

La incógnita de Massa y su definición electoral nos remiten a la figura igualmente esquiva del pibe gol, un segmento de votantes que no son interpelados por el significante kirchnerista. El voto massista se caracteriza por su pragmatismo: no le importa si Massa dijo A y después cerró con B. Le importa que le garanticen la infraestructura socioeconómica indispensable para que su vida fluya sin mayores escollos que los que ya enfrenta per se: madurar, dejar de lado su faceta creativa o imaginativa, su sensibilidad, su tiempo, su ocio, en la puerta de su negocio o empleo. Ese sacrificio ya es suficiente. No necesita épica, saturarse de sentido, y no lo moviliza la solidaridad sino el progreso. Poder trabajar lo mejor posible, estar tranquilo en el tiempo libre, darse sus gustos, que para eso acepta la explotación. Ahora bien, si en ese progreso puede incluir a más gente lo hará con gusto, pero no se va a correr de su camino para ayudar: sus impuestos, el acatamiento de las reglas y su ética laboral son aportes suficientes y sustanciales al “colectivo” o, dicho de otro modo, al orden social.  

Toda reivindicación o demanda que no se deduzca necesariamente de las condiciones materiales inmediatas de existencia, por tanto, caerán en saco roto frente a este votante. El feminismo, el “garantismo” e, incluso, la gratuidad de ciertos servicios bien pueden ser considerados meras fantasías inmaduras o, peor aún, “atajos” (palabra dilecta del discurso oficialista) si la economía está difícil.

El votante massista, entonces, posee una suerte de ethos de la madurez, y responde a las señales de no-bullshit, vamos-al-grano, no me vengas con historias raras, qué me podés dar, qué tengo que dar yo a cambio. No queremos señalar con esto que es un voto interesado ni mezquino, sino mas bien que es un negociador nato. Y esta subjetividad no quiere que la política le ocupe demasiado espacio ni demasiado tiempo ni demasiada energía: es algo que debe resolver y lo hará, como todo en esta vida, cuando surja. Ni antes ni después.

En algún punto, es el más marxista de los votos, en el sentido de que está sobre-determinado por su cercanía con lo material, sus condiciones materiales de existencia. En otro sentido, desde luego, no contempla la realización colectiva como meta porque no pertenece a colectivo alguno, aunque reconoce pares; no suscribe a una teleología de la cultura ni anda esnifando el horizonte a ver en qué deviene la humanidad. Su mente está ocupada en hacer cosas y hacer que las cosas pasen: tener un auto, irse de vacaciones, criar un hijo, ver el partido, pasar el rato con amigos, aprender a tocar la guitarra, dedicar el tiempo libre a su hobby y, por supuesto, poder hacer estas cosas sin que nadie lo moleste, ni con impuestos ni con robos ni con violencia ni con cadenas nacionales ni con excesivos anuncios en Facebook. Que todo fluya, coincidir en espacio-tiempo sólo cuando ambas partes están de acuerdo y, el resto del tiempo, cada uno en la suya, sin joder al resto y sin que me jodan a mí: la comunidad, en definitiva, del liberalismo organizado.

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