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09 de febrero 2018

Luciana Garbarino

NIÑOS SIN TIEMPO NI FUTURO

Tiempo de lectura: 3 minutos

Los cuerpos son pequeños, pero tanto la mirada como la piel son las de un adulto. Sus manos están ajadas, los nudillos curtidos, los pies descalzos y sucios, arrugados. Los niños duermen amontonados, unos encima de otros, para darse calor. En ocasiones miran a cámara y exhalan el humo de los cigarrillos que acompañan su vagabundeo. Algunos sonríen, pero no logran ocultar la tristeza que escupen sus ojos. Otros sencillamente tienen cara de resignación. Visten sacos enormes que acentúan su infancia arrebatada. El blanco y el negro de las foto refuerza los contrastes. Su calidad estética no embellece la pobreza. No la frivoliza. No se compadece. La refleja con el genio de un fotógrafo que sabe capturar la esencia de una realidad y sus personajes.

La muestra del chileno Sergio Larraín, exhibida hasta hace pocos días en el Centro Cultural Borges, enseña ese rostro de Chile que poco tiene que ver con el consumo tecnológico y la ropa barata que tanto celebran diarios y turistas argentinos. Tomadas a mediados de los 50, con una perspectiva torcida como la realidad que reflejan, las fotos nos devuelven esa imagen de la América Latina profunda, pobre, pobrísima. Esa realidad rasgada por la miseria, con rostro mestizo, que solemos ver en las imágenes de fotógrafos y documentalistas que salían a denunciarla allá por la década del 50, cuando la chispa revolucionaria se encendía por todo el continente. En el campo audiovisual,son los años del Cinema Novo en Brasil, de los primeros documentales de Fernando Birri o del neorrealismo italiano que exponía los desastres sociales de la posguerra.

Su calidad estética no embellece la pobreza

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Una calurosa noche de enero salimos con mi amiga Lucía de la exposición con una mezcla de fascinación y angustia que no tardaría en acrecentarse. Caminamos por las Galerías Pacífico y nos detuvimos a admirar esa huella arquitectónica de la aristocracia argentina. Inspirados por el Bon Marché de París, a fines del siglo XIX Francisco Seeber y Emilio Bunge crearon ese monumental edificio para ofrecer las últimas expresiones de la moda mundial. Hoy el Bon Marché argentino alberga a las marcas más caras,al Centro Cultural Borges y a la muestra de un fotógrafo chileno que retrata los contrastes de un modelo que continúa concentrando la riqueza y expandiendo la pobreza. Caminamos por la calle Florida con el asombro de un extranjero y por momentos nos entregamos a la fantasía del escenario europeo.

Pero rápidamente, al bajar las escaleras del subte, nos sumergimos de nuevo en la cruda realidad del presente argentino. Mientras esperamos la combinación de la línea “D” en la estación Pueyrredón, un grupo de unos ocho niños de entre seis y doce años se hace notar. No solo porque son muchos, ni porque están solos, gritan y tienen la mirada perdida. Se hacen notar en especial porque todos llevan en sus manos una bolsita negra. Están excitados y confundidos. Uno de ellos nos preguntó si ese subte se dirigía hacia Scalabrini Ortiz. Frente a la respuesta afirmativa, se abalanzaron adentro del vagón apenas se abren las puertas y se dispersan por el espacio.

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No sé cómo, pero de repente el vagón estaba casi vacío. Mi amiga y yo estábamos sentadas. Junto a nosotras, una fila de niños y enfrente otra. Los dos más grandes permanecieron parados. El olor a poxiran comenzaba a dominar el ambiente. Con una dramática sincronía, todos los niños se pusieron a aspirar. Metían sus pequeñas caras adentro de las bolsas que se inflaban y desinflaban al ritmo de sus jóvenes respiraciones. La impotencia y la angustia se combinaban en iguales proporciones. La sensación de abandono flotaba espesa con el olor a pegamento en el aire caliente del subte.

Uno de los más pequeños, Demian, se mostró curioso por mi embarazo. Me preguntó por el bebé, me acarició la panza. Esos ojos achinados y ese cuerpo excitado y tenso volvieron a recuperar de pronto la curiosidad y la dulzura de un niño.

En el 2018, en la Argentina de la pobreza cero, los mismos cuerpos pequeños, las mismas manos ajadas y los nudillos curtidos. Los mismos rostros mestizos que retrató Larrain hace más de sesenta años deambulan por Buenos Aires. Sus miradas tristes pretenden borrarse con sustancias que, como el blanco y negro de Larrain, solo las vuelve más dramáticas. Los niños se bajan en Scalabrini Ortiz, en una dirección concreta, con un destino incierto.

la muestra de un fotógrafo chileno que retrata los contrastes de un modelo que continúa concentrando la riqueza y expandiendo la pobreza

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Comentarios

  1. NIÑOS SIN TIEMPO NI FUTURO – Notas copadas

    el 20/03/2018

    […] Fuente: Panama revista […]

  2. Marisol Campos

    el 13/08/2018

    En una verguenza para la humanidad que nuestros ninos no sonrian, que la esperanza se haya marchado de sus pequenos corazoncitos. En Argentina, Chile y en cualquier lugar del mundo, los ninos son “la luz del mundo,” pero, los adultos vivimos en una tremenda obscuridad e inersia, que todo aquello hermoso se nos escapa, no somos capaces de abrir los ojos, los ojos del alma, aquellos que nos permiten mirar desde el corazon, sentir el dolor de los otros, el dolor de un fragil nino. Los ninos son nuestro futuro, su sufrimiento conlleva a un futuro quebrado, por ende, estamos frente a un manana enexistente, un manana que llora en un limbo absurdo. Es ironica la frase biblica, “dejad que los ninos vengan a Mi, pues de ellos es el reino de los cielos.” Solamente pensemos un poco en esa frase, sin importar el tipo de religion que procesamos, si miras a un nino con frio y hambre no dudes en abrir tu corazon, abrigale, abrazale…, Amale…

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