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21 de noviembre 2019

Ernesto Semán

PERFORAR LA NACIÓN

Tiempo de lectura: 6 minutos

Para construir el largo plazo de la Argentina tampoco hay tiempo que perder. Mientras combata incendios y fantasmas, Alberto Fernández tendrá que empezar el 10 de diciembre a crear el país que deje atrás esos incendios y fantasmas, así como las causas que lo producen. El camino es que un número infinito trabajadores, consumidores, productores y víctimas del actual patrón productivo basado en la preminencia de las exportaciones agrícolas y las industrias extractivas, perforen el Estado para diseñar la transición hacia un modelo nuevo que inevitablemente va a llegar.

Es una apuesta difícil. Pero también es la única. El gobierno necesita que triunfe en lo inmediato el modelo económico que está en la base de la volatilidad argentina, y al mismo tiempo precisa convocar a que sus víctimas se metan en el Estado y se peleen con el mismo para diseñar una transición hacia algo mejor. Funcionarios actuales y futuros invitan a mirar al modelo noruego. Bueno, lo que hay que mirar de Noruega, lo único importante en este momento, lo fundamental del éxito de su modelo, es el uso del Estado de los fondos derivados de la extracción petrolera para producir un modelo que torne a esa misma explotación petrolera obsoleta e innecesaria.

que un número infinito trabajadores, consumidores, productores y víctimas del actual patrón productivo basado en la preminencia de las exportaciones agrícolas y las industrias extractivas, perforen el Estado para diseñar la transición hacia un modelo nuevo

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Es lindo ser alfonsinista, pero para eso va a haber que ser mucho mejor que Alfonsín. Con la democracia se come, se cura y se educa, pero solo si se revierten los obstáculos que hicieron estrellar el primer intento. Estos obstáculos son los mismos desde 1974, y los mismos que los alfonsinistas describían sombríamente en los ‘80: la extrema dependencia de la economía argentina de su volátil perfil externo y los costos de la competitivad internacional en términos de incremento de precios de alimentos y reducción de los costos del trabajo, una tenaza en los genitales de la clase media, los pobres y los trabajadores que se cura con mayor endeudamiento o mayor exclusión. O en la versión del último gobierno, con una combinación de ambas.

Alberto Fernández no tiene la fortuna de Néstor Kirchner en el 2003 de estar sentado arriba de una montaña de soja en el mismo momento en el que medio China se disponía a freír tofu. Pero también por eso, esta puede ser una oportunidad para imaginar otras formas más sustentables de desarrollo económico (y de permanencia política). El nuevo gobierno también tendrá la mirada puesta en Vaca Muerta o en la última cosecha de soja, pero sería necio si no pusiera en marcha una forma de ir dejando esas alquimias atrás.

En Argentina, esa apuesta a futuro sólo puede realizarse favoreciendo una “perforación orientada y masiva” del Estado. “Perforar desde abajo”, quizás en la forma en la que Néstor Kirchner concibió el lugar del Estado para dejar atrás la crisis social, pero para pensar el país todo. En esto, es más importante ser como Perón, que hacer como Perón. Perón no inventó la Argentina industrial. Con algo de astucia y mucho de suerte, simplemente hizo dos cosas. Una fue oler al muerto, separar lo nuevo de lo viejo, el agro de la industria y, a diferencia de otros que tenían el mismo diagnóstico, hacer de esa separación una plataforma política y un programa para el Estado. La otra fue detectar, un poco a la fuerza y otro poco por convicción quiénes eran los nuevos sujetos políticos que podían ser producto y apuntaladores de esa Argentina industrial. Sobre esa base, en 1943 algo de suerte, algo de intuición y algo de estructura le dejaron a Perón en una puerta lateral de una oficina pública desde la cual rehízo la relación entre sociedad y Estado, y en esa reconstrucción reinventó una Argentina igualitaria.

Alberto Fernández no tiene la fortuna de Néstor Kirchner en el 2003 de estar sentado arriba de una montaña de soja en el mismo momento en el que medio China se disponía a freír tofu

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¿Quiénes son esos sujetos hoy, los descamisados del siglo XXI, que aparecen de formas mas dispersas y lejanas? ¿Qué es lo que aún no se ve pero que dentro de 30 años veremos que era, obviamente, el futuro de la Argentina? No está, con absoluta seguridad, en el glifosato. Es el momento inaugural. ¿Quién más indicado para conversar un plan de pagos posible y realizable que los trabajadores y las víctimas de las industrias extractivas en las provincias argentinas? ¿Quién mejor parado para calcular un cronograma de generación de divisas del campo que los que perdieron tierras y siembra a manos de la expansión del monocultivo, o que las víctimas del uso del criminal glifosato en el campo argentino? ¿Por qué no llevar hasta la nación las decenas de iniciativas en las que trabajadores pesqueros conciben el salto y la amenaza que representan las salmoneras? ¿Por qué no involucrar a organizaciones e individuos desocupados de forma directa en la renegociación en marcha de la deuda externa? ¿Quién puede diseñar y poner en marcha una política ambiental que se vincule al desarrollo económico mejor que los que viven en barrios con aguas contaminadas? ¿Cuál es el plan de infraestructura deseable que no tiene en el centro a los que van a producir y utilizar esa infraestructura?

Esos y no otros son los actores que tienen que liderar una transición ordenada que nos permita dejar atrás la causa de la parte desencantadora de los ciclos económicos argentinos. Es posible que esa evolución sea mucho más lenta que lo que quisiéramos; más razón para empezar cuanto antes. Maristella Svampa viene demostrando los efectos devastadores del neoextractivismo en la calidad de vida de aquellos voluntaria e involuntariamente involucrados en la minería. Thea Riofrancos evidenció la dependencia de los gobiernos progresistas latinoamericanos del boom de las materias primas y la forma en la que esta dependencia limitó los alcances de sus reformas y revirtió muchas de ellas. Pablo Lapegna estudió los efectos desmovilizadores que trajo tanto la expansión del monocultivo transgénico como la relación del Estado con los organizaciones de sociales en la Argentina. No hace falta ser maximalista para saber que, además de la volatilidad económica, la expansión del monocultivo y de las industrias extractivas ha sido una máquina de producir desigualdad política.

Ante estas realidades, buena parte del ideario peronista está hoy caduco o es un lagrimón vintage sobre el enchapado. Empezando por el repetido llamado a la cultura del trabajo, en una sociedad en la que millones llevan generaciones sin relación alguna con el mercado laboral que presuntamente alimentó esa cultura. Pero, pero, pero: hay dos ideas fundamentales que están vigentes y que son urgentes, detrás de la noción de “derechos sociales”: que aquellos con menos poder deben organizarse colectivamente para participar de las decisiones nacionales con el mismo peso que otros derivan de su riqueza individual; y que su misión no es sólo la de defender sus derechos sino la de participar en el diseño del modelo de país en su totalidad, desde sus escuelas a sus cuentas públicas.

aquellos con menos poder deben organizarse colectivamente para participar de las decisiones nacionales con el mismo peso que otros derivan de su riqueza individual

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Alberto Fernández tiene la oportunidad de rehacer la Argentina desde sus procedimientos y hasta sus fundamentos, hacer de la promesa democrática de 1983 una realidad que ni Alfonsín pudo imaginar en su momento. El Estado es poroso por definición. Más aun, el Estado no es otra cosa que su porosidad: lo que el nuevo presidente tiene en sus manos es la posibilidad de decidir quiénes lo perforan, cómo y quiénes entran y salen. El pueblo no delibera sino a través de sus representantes es una frase que envejeció mal y mucho. Aunque en el momento que se instauró las razones era varias y diversas, hoy simplemente sobrevive como el obstáculo contra aquellos recursos que pueden hacer resucitar a la democracia en lugar de verla morir: la deliberación y acción directa de las mayorías y su invasión del Estado como principal instrumento para reducir la desigualdad. Se trata necesariamente de una invitación a los choques y las peleas. Pero en la Argentina, la única manera de que no haya guerra es que florezcan los conflictos. Es algo que los peronistas saben mejor que muchos.

Alguien podría decir que en esta coyuntura es imposible pensar en el largo plazo. Ese alguien no es Alberto Fernández ni ninguna persona con responsabilidad cívica. Argentina es una crisis de coyuntura infinita desde 1826, y eso no impidió que el Estado fuera el actor principal en el ascenso y caída de modelos productivos y de sociedad que marcaron la vida de millones de personas por décadas, su nivel de salario, la disponibilidad de tierra, el tipo de películas que era aceptable ir a ver al cine, la estatura media de los argentinos en cada provincia, la cantidad de dientes, o con quién corno poder irse a la cama. No es poca cosa la vida de la gente.

el Estado no es otra cosa que su porosidad: lo que el nuevo presidente tiene en sus manos es la posibilidad de decidir quiénes lo perforan, cómo y quiénes entran y salen

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