19 de Abril de 2024 •

23:22

Columbus
50°
nubes dispersas
59% humidity
wind: 8m/s WNW
H 52 • L 47
53°
Sat
56°
Sun
61°
Mon
62°
Tue
54°
Wed
Weather from OpenWeatherMap
TW IG FB

24 de julio 2020

Federico Zapata

PERONISMO Y COALICIÓN EMPRESARIA

Tiempo de lectura: 12 minutos

EL DESAFÍO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA  

Argentina viene tropezando con la misma piedra desde el retorno de la democracia: la dificultad para establecer una coalición empresaria portadora de futuro, competitiva internacionalmente, que acepte formar parte un proyecto de país inclusivo. La tarea no es sencilla. Sin embargo, este ensayo está escrito con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. 

Con tensiones y conflictos, marchas y contramarchas, el país muestra algunos avances que podrían contener el germen de una nueva institucionalidad. Aun atravesando una de las peores crisis internacionales desde la existencia de la Nación. O quizás porque toda crisis permite rediscutir las reglas de juego. 

El texto recorre cuatro momentos centrales para pensar la relación entre peronismo y coalición empresaria: el menemismo, el duhaldismo, el kirchnerismo, y el albertismo, como una posibilidad de apertura o reconfiguración coalicional. 

¿Por qué pensar la política para abordar al empresariado? Porque como bien nos enseñó Aldo Ferrer, el empresariado realmente existente no es el milagro que necesitamos, sino la cruz que nos merecemos. En otras palabras, la burguesía nacional es el producto de nuestra incapacidad como sociedad para estructurar un Estado desarrollista.

cuatro momentos centrales para pensar la relación entre peronismo y coalición empresaria: el menemismo, el duhaldismo, el kirchnerismo, y el albertismo, como una posibilidad de apertura o reconfiguración coalicional.

Compartir:

MENEM

Durante el menemismo, el peronismo diseñó una colación empresarial estable, incluso más allá de las trincheras del peronismo. ¿Una coalición para la democracia posible? Digamos mejor, una coalición tacticista. Una coalición que permitió destrabar el conflicto distributivo que terminó con el gobierno de Alfonsín, pero que no logró brindar condiciones sustentables de desarrollo. Simplemente permitió una gobernabilidad con serruchos. Con ciclos. Con fugas. Con crisis. Y hablamos de un serrucho con pendiente negativa. Un cada vez peor. 

El menemismo fue un proceso idiosincrático de “reforma y apertura”. Menos parecido a la imagen de su demonización (liberalismo puro) y más cercano a la idea que trazó Ricardo Sidicaro: liberalización contradictoria. Efectivamente, Menem no se alió a una coalición empresaria internacional para desestructurar la vieja coalición ISI (industrialización por sustitución de importaciones), sino que, por el contrario, cimentó una coalición con esa vieja burguesía, pactando una liberalización parcial de la economía, donde el capital mercado-internista se quedaba con rentas extraordinarias en un mercado de competencia oligopólica. 

Menem no se alió a una coalición empresaria internacional para desestructurar la vieja coalición ISI (industrialización por sustitución de importaciones), sino que, por el contrario, cimentó una coalición con esa vieja burguesía, pactando una liberalización parcial de la economía

Compartir:

El contexto internacional del menemismo estuvo marcado por dos fuerzas paralelas: en primer lugar, el auge de la economía de servicios en Estados Unidos, que implicó, entre otras cosas, una masa de financiamiento externo disponible para sostener la performance ineficiente de la coalición mercado-internista. Un trade-off de “expansión del consumo interno” a cambio de “deuda externa”. Por otro lado, la disolución de la Unión Soviética y el comienzo del despegue de Asia. Ambas dinámicas implicaron en la práctica la integración de cadenas de valor a escala global y el movimiento de los procesos industriales hacia Oriente: baja tasa de sindicalización y costos laborales muy competitivos. 

La invención menemista (coalición mercado-internista con endeudamiento internacional) fue una creación sólida, con raíces históricas, casi podríamos decir una política cultural. Un acuerdo implícito de esos que no se discuten, y que, por lo tanto, tienden a reproducirse a lo largo de los ciclos políticos. Y también, una película que siempre termina mal. La trampa estructural: cada expansión del mercado interno genera una tendencia al déficit comercial externo, y como consecuencia y para cubrir ese desbalance sin ahorcar el mercado doméstico, provoca la necesidad de recurrir a endeudamiento externo o emisión monetaria (inflación). Es decir, una coalición empresaria que vive del mercado interno y su relación “especial” con el Estado, y que, por lo tanto, a sabiendas de la falta de sustentabilidad del ciclo que la alimenta, establece una agenda de desarrollo cortoplacista, que prioriza inversiones de fácil salida. 

Ahora bien, si bien el menemismo fracasó en generar una coalición empresarial competitiva en términos internacionales, si logró, a partir de un efecto no buscado, reconvertir en forma agresiva el sector agropecuario argentino. 

El sector agropecuario tuvo un período para el olvido durante el menemismo. Apreciación cambiaria y bajos precios internacionales. Una combinación letal que terminó expulsando a una cantidad importante de productores de la actividad. Sin embargo, en un contexto marcado por la desregulación, los productores y las empresas del sector, no tuvieron más remedio que modernizarse o desaparecer. Así, mientras que en la década del 90 el campo sufría una de sus crisis económicas más dramáticas, también se modernizaba. 

Se ha escrito mucho sobre el boom de la soja. Se trata de la punta de iceberg, donde lo central, no es tanto el éxito de tal o cual cultivo, sino el corrimiento de la frontera de posibilidades de producción del sector, asociado a la conformación de actores económicos muy propensos al cambio tecnológico. Hasta la década de los 90, el trigo argentino rendía un tercio del europeo, y el maíz nacional la mitad del maíz norteamericano. Hoy Argentina compite a la par de ambas potencias agrícolas (es una potencia agrícola). En el 2000 Argentina cosechó 60 millones de toneladas. Este año se cosecharán 150 millones de toneladas. 

En otras palabras, el menemismo dejó dos burguesías realmente existentes. Por un lado, la fracción dominante, la coalición empresarial transversal al sistema político, enfocada en el mercado interno y la captación de rentas extraordinarias en condiciones de baja competencia. Por otro lado, un sujeto que se reconvirtió -el agro pampeano-, en condiciones para competir con el mundo en la provisión de alimentos e insumos.    

DUHALDE

Duhalde fue el Presidente de la segunda transición. De la implosión del sistema de partidos a la reconstrucción de la representación política. Su Presidencia fue corta, pero sentó las bases de una coalición informal (no declarada), que marcó una innovación en el universo coalicional del peronismo: el sector agropecuario. 

Efectivamente, el sector que se había reconvertido y modernizado durante los 90, vivió su “primavera peronista” con Duhalde: tipo de cambio competitivo en el contexto de un boom en los precios y la demanda internacional de alimentos. Asia, la pesadilla para la industria a nivel internacional, nos daba a los países productores de alimentos una oportunidad inédita: la reversión de los términos de intercambio. Del “granero del mundo” al “supermercado del mundo”.

Duhalde se apalancó en ese dinamismo, para cumplir con su mandato específico: devolverle a la política su capacidad ordenadora. Su fórmula política se llamó Néstor Kirchner. Su fórmula económica se llamó Roberto Lavagna: superávit comercial, superávit fiscal y desendeudamiento. En síntesis, recuperar la autonomía relativa de la política y la viabilidad del Estado.

KIRCHNERISMO

Kirchner, ese astuto lector del corrimiento de la frontera de lo posible, eligió heredar a Roberto Lavagna, y con él, a la coalición informal (el sector agropecuario). Su originalidad, consistió en pactar un contrato redistributivo en favor de sectores populares informales (el nuevo sujeto post-noventa). 

Como bien explicar Roy Hora, para el peronismo del siglo XX, la función del campo era aportar divisas para empujar el crecimiento de la manufactura y ofertar alimentos de bajo precio para satisfacer el consumo popular. El sector rural nunca se vio contenido coalicionalmente en ese esquema, ni siquiera en términos informales. El segundo Perón, el pragmático, nacido con la crisis del trigo de 1952, no logró -o no tuvo tiempo- para redefinir una relación constructiva. 

Kirchner reorganizó ese paradigma instrumentando uno para el siglo XXI: condiciones de competitividad para el campo, que proveería a cambio las divisas necesarias para sustentar la coalición con sectores informales de la era postindustrial: la reconstrucción de la economía social. “Lupín” entendió que algo había mutado en el capitalismo, y que la idea de pleno empleo industrial se había tornado un objetivo opaco en una sociedad en donde el trabajo, como concepto, había entrado en crisis. Tanto Zarazaga como Etchemendy, comprendieron, por diversos caminos, la importancia que para el kirchnerismo tuvieron los sectores populares informales. 

Kirchner, ese astuto lector del corrimiento de la frontera de lo posible, eligió heredar a Roberto Lavagna, y con él, a la coalición informal (el sector agropecuario). Su originalidad, consistió en pactar un contrato redistributivo en favor de sectores populares informales (el nuevo sujeto post-noventa)

Compartir:

Cristina Fernández completó este giro copernicano, y sumó a la agenda redistributiva en favor de la coalición informal una agenda de reconocimiento: ampliación de derechos. El kirchnerismo se había transformado en el 4.0 del peronismo. 

En este marco general, la sociedad política NK-CFK, consciente de la debilidad estructural de la coalición mercado-internista, desplegó uno de los capítulos de política económica más virtuosos de nuestro enredado capitalismo contemporáneo: la Ley de Promoción de la Industria del Software (2004). El sujeto económico nacido al calor de esa Ley comenzaría a madurar políticamente recién a partir del 2013, con la creación de ARGENCON. 

Entre 2008 (conflicto con el sector agropecuario) y 2011 (segundo mandato de CFK), la coalición empresaria del kirchnerismo entró en crisis. La relación con el campo nunca pudo reconstruirse. Era un matrimonio cama afuera. Demasiado informal. Demasiado superficial. Demasiado instrumental. A partir del 2008, cada vez que el peronismo se resfrío en el conurbano, fue puesto en jaque por el voto de la región pampeana. Esa región que los había votado, en silencio, desde 2003. Pero no sólo abandonaron la coalición los productores rurales. La relación con la burguesía mercado-internista (urbana) entró en crisis con la restricción al acceso de dólares a partir del 2011, como ocurre siempre con ese sector de la burguesía cuando se cierra la cuenta de capitales. El kirchnerismo llegó a las elecciones de 2015 sin coalición empresaria. Tanto en la ruralidad como en la urbanidad.   

La relación con la burguesía mercado-internista (urbana) entró en crisis con la restricción al acceso de dólares a partir del 2011, como ocurre siempre con ese sector de la burguesía cuando se cierra la cuenta de capitales. El kirchnerismo llegó a las elecciones de 2015 sin coalición empresaria. Tanto en la ruralidad como en la urbanidad.

Compartir:

Desde el llano y ya como opositora, CFK se cobijó en el arma más importante que tiene un dirigente político: la inteligencia. Contra los pronósticos, movió sus fichas hábilmente. Entendió que la Argentina había cambiado culturalmente, y que, para reconstruir una legitimidad mayoritaria, era necesario un giro pragmático. Se lanzó a la tarea de encontrar un canal de apertura hacia la Argentina no peronista. El Frente de Todos fue, una solución para la relación del peronismo con el exterior. Ese “cisne negro” del macrismo se llamó Alberto Fernández. Una autocrítica. Una plataforma dialógica. Una apertura.

FERNÁNDEZ

¿Quién es exactamente Alberto Fernández? ¿Cuál es su proyecto? ¿Quiere? ¿Puede? Intentaremos pensar algunas respuestas, desde el punto de vista de la coalición empresaria. Porque la coalición empresaria que Alberto Fernández logre (o pueda) constituir, definirá también su horizonte estratégico y su capacidad para mover la frontera de posibilidades de producción de la realidad. Hagamos entonces un ejercicio de economía política sobre Alberto Fernández (y su tiempo).   

Alberto Fernández puede ser conservador. Básicamente, recostarse sobre la coalición clásica mercado-internista, lograr un pacto de convivencia con el sector agropecuario para financiar la expansión del mercado interno, y esperar que el rebote post-pandemia se parezca más a una V que una U. Un Duhalde más que un Kirchner. Un momento de transición más que un momento de creación. Un Consejo Económico y Social con la UIA (Industriales), la CGT dialoguista y ADEBA (Bancos). El eterno retorno a la Argentina del serrucho. Una foto sepia en el contexto de una película con inteligencia artificial. 

Alberto Fernández puede ser revisionista. Ante la debacle del sector privado, puede adoptar la tesis empujada por los sectores radicalizados de la coalición: “ha llegado la hora de revisar la correlación de fuerzas entre el Estado y el sector privado”. Y para ello, apoyarse en una coalición con eje en la economía popular. Sin acceso al crédito internacional, sin una coalición con capacidad exportadora, polarizando con el viejo y el nuevo empresariado, este camino posiblemente termine dinamitando las bases fiscales de la estatalidad, y paradójicamente, destruyendo valor agregado (primarizando) y acelerando el deterioro de la calidad de vida de la base electoral del peronismo. El camino al infierno con buenas intenciones. 

la coalición empresaria que Alberto Fernández logre (o pueda) constituir, definirá también su horizonte estratégico y su capacidad para mover la frontera de posibilidades de producción de la realidad

Compartir:

Alberto puede ser innovador. Es decir, puede construir una nueva coalición empresarial, con los dos segmentos más dinámicos de la economía argentina: el sector agropecuario (transformado en el menemismo) y el sector de la economía del conocimiento (transformado en el kirchnerismo), y puede acordar con ellos, condiciones de competitividad para que se expandan en el mundo, a cambio de un pacto doméstico de inclusión social y desarrollo territorial. Sería una coalición exportadora, superadora de la vieja coalición mercado-internista. Una fuerza de modernización. 

Al respecto, el tercer Alberto, el “Alberto modernizador”, implica redefinir una serie de cuestiones al interior de la coalición gobernante y el rol del Estado. 

En primer lugar, Argentina necesita focalizar la reconstrucción del Estado en mejorar -de una vez por todas- la calidad de los servicios públicos (salud, educación, justicia y seguridad), y en paralelo, avanzar en un agresivo plan de inversión pública en infraestructura (conectividad y logística). Sin servicios públicos de calidad, el sueño de la clase media argentina y el ascenso social está condenado a transformarse en una pieza de antigüedad para el museo de nuestros fracasos colectivos. Sin conectividad y logística, el desarrollo territorial equilibrado es imposible. Corolario. No necesitamos un Estado Empresario. Necesitamos un Estado Inversor. Modernizador. 

En segundo lugar, tejer una coalición innovadora implica salirse de la hoja de ruta del corporativismo. Ni la UIA ni la Sociedad Rural ni ADEBA expresan hoy a los actores dinámicos que podrían constituir esa nueva coalición. Por supuesto, tienen que estar. Por supuesto, incluyen empresas y/o productores valiosos. Pero con el corporativismo no alcanza. Auth0, Globant, Bioceres, Mercado Libre, OLX, Despegar, ACA, UALÁ (y el resto del universo Fintech y biotecnológico), forman parte de un entramado variado de Cámaras, pero no gobiernan esos espacios edificados en la Argentina del siglo XX. Es necesario recrear una nueva institucionalidad, público-privada, donde estos actores no se vean marginalizados por la vieja coalición mercado-internista. 

En tercer lugar, para que la estructura económica y social acompañe a la coalición exportadora, es fundamental impulsar un agresivo plan de reconversión tecnológica de la vieja matriz mercado-internista hacia la economía del conocimiento. Necesitamos que sean innovadores, que compitan y que exporten. Esa transformación precisa que el sistema científico y tecnológico se articule en forma orgánica con el entramado productivo nacional. Con la excepción de la ciencia básica, esa reorientación del sistema implica entre otras cosas, que los criterios de evaluación de CONICET incorporen la vinculación tecnológica como un incentivo o categoría a ser evaluada. Incluso, pensar en la idea de “acción de oro” para que las instituciones del sistema -y no sólo los investigadores- se esfuercen por participar del desarrollo productivo nacional.

Auth0, Globant, Bioceres, Mercado Libre, OLX, Despegar, ACA, UALÁ (y el resto del universo Fintech y biotecnológico), forman parte de un entramado variado de Cámaras, pero no gobiernan esos espacios edificados en la Argentina del siglo XX. Es necesario recrear una nueva institucionalidad, público-privada, donde estos actores no se vean marginalizados por la vieja coalición mercado-internista

Compartir:

En cuarto lugar, es necesario revisar la relación entre lo urbano y lo rural desde una estrategia de desarrollo territorial. La tasa de urbanización de nuestro país es del 92% (97% en una década si no se implementa un plan para revertir esta tendencia). La industria tradicional no es una solución a ese problema de concentración. Es su causa. Una vía posible de abordaje es la bioeconomía en tres intensidades: (1) un ambicioso plan de inversión público-privada en biorrefinerías para transformar la biomasa local en territorios subdesarrollados, y generar clústeres dinámicos, principalmente en el Norte y en el Sur del territorio nacional; (2) un acuerdo de producción, agregado de valor y exportación a cambio de bienes públicos en la “Pampa Viva” (región pampeana); (3) impulso institucional y presupuestario para la iniciativa “Pampa Azul”, estratégica para jerarquizar la Patagonia y nuestra inmensa y subdesarrollada plataforma marítima continental.

En quinto lugar, Argentina necesita escala y mercados. Por lo tanto, resulta fundamental que la política exterior deje de ser un vehículo de aspiraciones política e ideológicas, y se transforme en un recurso pragmático para construir un mercado común sudamericano abierto y competitivo de cara al mundo. Necesitamos un MERCOSUR del Siglo XXI. En ese nuevo mapa económico, es fundamental incluir a Brasil (escala) y a Chile (orientación pacífica). Gobierne quien gobierne. Nos guste o no nos guste. En la política exterior, no hay amigos o enemigos permanentes, hay intereses permanentes. 

En sexto lugar, Argentina, de avanzar en la senda de una economía del conocimiento, deberá repensar un nuevo pacto laboral. En el 2018, antes de la pandemia, según el Informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA), el 40% de la población económica activa mayor de 18 años logró acceder a un empleo formal, el 10% se encontraba desempleado, y el 50% restante en situación de informalidad (20% de subempleo inestable y 30% de empleo regular precario). Algo no está funcionando bien. Es necesario encontrar una fórmula donde los trabajadores no pierdan derechos, pero al mismo tiempo, el empresariado tenga incentivos para generar trabajo formal. 

UN FINAL ABIERTO

El título del acuerdo parece simple: reglas, bienes públicos, conocimiento y condiciones de competitividad, a cambio un contrato social y territorial inclusivo. La ingeniería, en cambio, es compleja. Requiere de mucha inteligencia, y, sobre todo, requiere de la capacidad de la coalición gobernante, para abordar una misión histórica en la que cada uno de sus integrantes, deberá disolver algo de su identidad (y de sus demandas particulares sobre el orden social), para permitir un proyecto de orden social universal. En términos de Laclau, una nueva hegemonía. 

Alberto Fernández no es una casualidad. Alberto Fernández fue concebido políticamente para devolverle al peronismo no solo su capacidad de ganar una elección, sino su capacidad para gobernar más allá de sus fronteras. Y también para devolverle al Partido su capacidad inventiva de un nuevo pacto de gobernabilidad, que necesariamente debe incluir, si pretende sacarnos de esta fagocitación nacional, una nueva coalición empresarial. Levántate Demiurgo. 

Dejanos tu comentario

Comentarios

  1. Alejandro

    el 25/07/2020

    Excelente análisis y diagnóstico, este es el verdadero debate que debe ocuparnos como sociedad ¿Tenés algún ensayo o libro publicado al respecto?

Bancate este proyecto¡Ayudanos con tu aporte!

SUSCRIBIRME