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11 de abril 2020

Daniel Montoya

PRIMERA PANDEMIA EN TIEMPO REAL

Tiempo de lectura: 5 minutos

Las pandemias son más viejas que el mundo cristiano. Inclusive con referencias literarias inolvidables, empezando por la peste de Atenas en tiempos de la guerra del Peloponeso. Ese episodio, relatado por Tucídides en su magistral libro, terminó con un tercio de la población de Atenas, rival de Esparta en esa contienda. Tifus, viruela, sarampión. No hay una conclusión definitiva sobre el origen, pero sí el detalle de sus síntomas. Calores en la cabeza, inflamación de garganta, lengua, tos. Unos siglos más tarde, en la Edad Media, Europa pierde más de la mitad de su población a causa de la peste negra originada a orillas del mar que honra su nombre. Inflamación de nódulos linfáticos, acompañada de supuraciones y fiebres altas. Bocaccio fue el Tucídides de su tiempo, describiendo en su inmortal Decamerón, los temibles efectos de esa peste transmitida por los ratones. Más cerca aún, el siglo XX también fue testigo de dos pandemias devastadoras, provocadas por la gripe española y el VIH/Sida.

Dolor de cabeza violento, malestar corporal, fiebre y tos fueron los síntomas de esa gripe curiosamente identificada con la península ibérica, pero de probable origen en Estados Unidos. El saldo fue aterrador, alrededor de 50 millones de muertos en todo el mundo, circa 1920. Una de ellas, el personaje de ficción Lavinia Swire de la taquillera serie británica Downtown Abbey. Dentro de esta saga pavorosa, la última imagen de alto impacto aún en la memoria social, quizás de los más veteranos, pertenece al Sida. Con alrededor de 30 millones de muertes, todavía es recordada por la desaparición de figuras de alto impacto público como el ex Queen Freddy Mercury o, por su representación en películas como Filadelfia o Gia, protagonizadas por Tom Hanks y Angelina Jolie. Fatiga, fiebre, malestar, pérdida de peso, entre otros síntomas. A partir de allí, la humanidad no vuelve a experimentar ninguna pandemia de esa letalidad.

Todas las pestes conocidas luego, SARS, MERS, Gripe Porcina, Ébola, aún con síntomas y consecuencias estremecedoras, no tuvieron la letalidad ni la dispersión global que las equipare con aquellas. El coronavirus quiebra esa saga. No sólo en términos de la proyección más conservadora de mortandad, sino por su difusión inédita. Por un lado, una cuarentena hoy extendida a un tercio de la población mundial. Luego, una propagación desconocida en los tiempos modernos, que incluye las principales capitales occidentales como Nueva York, Londres, París, Madrid, Roma, Milán, entre muchas otras. Inclusive, golpeando la puerta de líderes mundiales como Boris Johnson, Justin Trudeau, Donald Trump, Pedro Sánchez o Jair Bolsonaro, por citar algunos. En “Contagio”, Steven Soderbergh lleva a la ficción, casi una década atrás, un desastre de esas características. En particular, poniendo en foco la peligrosidad casi instantánea de un virus, en el marco de un mundo híper conectado físicamente.

Es la primera pandemia que vive el mundo en tiempo real, con un ciclo corto que abarca el contagio, una incubación aproximada de 2 semanas, la manifestación de síntomas, la difusión pública de los casos y, por último, la inmediata respuesta y adaptación de los sistemas sanitarios nacionales. Hasta el presente, la humanidad no vivió nunca una peste con esta modalidad.

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Vehículos de transmisión pasivos como picaportes o pasamanos, fómites en la jerga técnica. Vectores como insectos, garrapatas, ratas y murciélagos. La cámara de Soderbergh, desmenuza todos los riesgos asociados a esas acciones diarias, tanto automáticas como inconscientes, en un ambiente donde las compañías aéreas realizan, a escala internacional, alrededor de 200 mil vuelos diarios que involucran a 12 millones de pasajeros. En el caso del tren, las compañías de trenes chinas, trasladan 13 millones de pasajeros por día, mientras en Japón, la estación de trenes de Tokio, la más congestionada del mundo, concentra 3,5 millones de pasajeros diariamente. Tales cifras, hablan por sí solas respecto a la potencial multiplicación y velocidad de transmisión interna, de cualquier virus propagado por el contacto directo o mediante objetos. Si a ese dato le agregamos los 230 vuelos diarios actuales entre China y Japón, ahí obtenemos una idea rápida del potencial de dispersión inmediata, entre esos dos países solamente.

En tal sentido, las redes de comunicaciones físicas modernas, abren múltiples y veloces canales de contagio, impensables en tiempos remotos y, asimismo, la posibilidad de que su impacto y consecuencias sobre la salud pública, sea vivido en tiempo real, a partir de los medios y diferentes redes sociales. Ello explica en gran medida el enorme impacto social y económico generado por el coronavirus. Es la primera pandemia que vive el mundo en tiempo real, con un ciclo corto que abarca el contagio, una incubación aproximada de 2 semanas, la manifestación de síntomas, la difusión pública de los casos y, por último, la inmediata respuesta y adaptación de los sistemas sanitarios nacionales. Hasta el presente, la humanidad no vivió nunca una peste con esta modalidad. Aún una moderna como el SIDA que mostró un gran potencial mortífero, que el coronavirus no podrá empardar, ni siquiera en las estimaciones más sombrías de diferentes fuentes calificadas.  

En particular, el largo período de incubación del VIH, estimado entre 5 y 10 años, hasta la eventual aparición de síntomas, así como su método de transmisión directa por vía sexual o por la utilización compartida de jeringas, le brindó a esta enfermedad una condición muy especial versus el coronavirus. Específicamente, cuando el SIDA mostró su rostro a principios de los años 80, representaba un proceso de acumulación silencioso de años, que era imposible atacar por vía de cualquier política preventiva, que recién rindió sus primeros frutos a comienzos de los años 90. Lo que vivió el mundo en aquellos años fue aterrador, pero fue un proceso en cámara lenta que, más allá de su impacto focalizado sobre el sistema de salud pública, no tuvo consecuencias que afectaran el normal desenvolvimiento económico o productivo.  El mundo siguió funcionando. Así lo inmortalizó Freddy Mercury en los escenarios con “The show must go on”. Hoy sería imposible. El coronavirus cerró todos los estadios mundiales.

En el ámbito de la seguridad, apareció hace unos años un concepto algo bastardeado localmente. Sensación de inseguridad o victimización. No tiene el mismo impacto un crimen desconocido, que un delito transmitido por los medios de comunicación y amplificado por las redes sociales así como por el boca a boca, hasta en sus más mínimos detalles. En ese enfoque, el hecho en sí mismo es indisociable de la comunicación del suceso. El viejo adagio “la única verdad es la realidad”, dejó paso a “la única verdad es la virtualidad”. La repercusión de un asesinato transmitido en vivo, vale tanto como una larga saga de crímenes cometida hace 50 años. El coronavirus entra en ese terreno. Es la primera pandemia de la historia en tiempo real. Es factible que el contador final de muertos, no arroje mayor cantidad que las olvidadas gripes de los años 60. Pero ello carece de importancia. En un mundo híper conectado, cualquier acontecimiento, tiene consecuencias insospechadas. Vida y muerte en vivo.

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Comentarios

  1. Mingo

    el 11/04/2020

    Excelente articulo

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