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05 de julio 2020

Federico Zapata

¿QUÉ HACEMOS CON MENEM?

Tiempo de lectura: 12 minutos

NUESTRA GENERACIÓN EN EL MENEMISMO

Para los que nos tocó nacer entre el regreso de Perón a la Argentina (1973) y la vuelta de la Democracia (1983), la generación “X” tardía, el menemismo fue nuestro primer acto de autonomía política. Es decir, fue nuestro primer ingreso a la vida política por decisión propia. Vivimos nuestra primera juventud política con Menem. Nuestra adolescencia política. Y en la mayoría de los casos, hicimos política contra Menem. Menem era la representación de un “mal absoluto” al que debíamos combatir. 

Hacer política en los 90 podía implicar -al menos principalmente- tres cosas. 

Formar parte del peronismo de base, aquel que se había alejado del Partido Justicialista, que se había reagrupado en la militancia social, y que de a poco comenzaba a construir nuevas bases de representación política y gremial. La experiencia más significativa de esta vía a la iniciación política fue sin dudas el Frente Grande. Y en lo sindical, la CTA, como forma de representación gremial alternativa a la CGT. El carisma de Chacho. La honestidad de Víctor De Gennaro.

También podía significar formar parte de la corriente trotskista más importante de América Latina, que, por esas curiosidades de la historia, era Argentina: el MAS. A esta corriente le tocó protagonizar la primera interna abierta del país: Zamora versus Vicente. La primavera trotskista parecía indicar la hora de Luis. Sin embargo, nos tocó presenciar el último estertor del poder soviético: miles de viejos afiliados del PC saliendo debajo de las baldosas y dándonos una nalgada de socialismo realmente existente. 

Luis fue electo diputado, aunque lo deberían haber ungido diputado rebelde. En pleno consenso menemista, mientras todas las bancas aplaudían de pie al Presidente Norteamericano George H. W. Bush, Luis se levantó de su banca, venció la seguridad del Congreso, y le cantó las cuarenta. “Acá no pasarás Bush”. Bush sonrió, y vaya si pasó. 

Vivimos nuestra primera juventud política con Menem. Nuestra adolescencia política. Y en la mayoría de los casos, hicimos política contra Menem. Menem era la representación de un “mal absoluto” al que debíamos combatir

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Finalmente, y hacia fines de los 90, cuando estas dos variantes de socialización política comenzaron a mostrar signos de agotamiento, hacer política pasó a ser sinónimo de militancia social. Hija de la crisis de representación, la militancia social fue el refugio de los primeros jóvenes desilusionados de la democracia partidaria: agrupaciones estudiantiles, agrupaciones de trabajadores desocupados, agrupaciones de derechos humanos, agrupaciones campesino-indígenas, colectivos de alfabetización, cooperativas de tierra y trabajo. No es casual, que el primer kirchnerismo se edificara como representación política de estos jóvenes desclasados, militantes sociales “vacantes” en el sistema de partidos. 

Parafraseando a Cooke, el menemismo fue el hecho maldito que amalgamó estos tres posibles recorridos. No se trataba de compartimentos estancos. Sino de avenidas con múltiples intersecciones. 

Hacia principios de los ´90, mi hermano de la vida, Agustín, se reunió en el centro de Córdoba junto a militantes estudiantiles de diferentes colegios secundarios. La cita era un café. Uno de los asistentes planteó moción de orden: “yo quiero militar”. Votación unánime por el “nosotros también”. “¿A dónde?” preguntó un asistente. Votación unánime nuevamente: “al Frente Grande”. Los adolescentes precoces pagaron el café con monedas (literalmente). Caminan durante horas. No logran encontrar el local del Frente Grande. Pero encontraron en cambio el local del MAS. Esa tarde empezaron a militar. Lo habían definido horas antes. Habían planificado en el Frente Grande. Habían terminado en el MAS. 

Meses después, Agustín relató lo acontecido a un viejo sindicalista de Luz y Fuerza, quien tomó papel y un lápiz y anotó la dirección del local del Frente Grande: Urquiza esquina Santa Rosa. Luego de algunos meses, el colectivo de amigos definió colectivamente, como en aquel café de las monedas, pasar del MAS al Frente Grande. A Agustín no le gustó el rumbo que tomaba la fuerza, y hacia 1995 concurrió a un encuentro fundacional: H.I.J.O.S (con puntitos). Y allí se quedó. Y allí creció.

Así de porosas y vertiginosas fueron las fronteras políticas de nuestra generación. En las tres avenidas, siempre, militar implicó estar en contra de Menem. 

Nuestra generación “X” tardía se lanzó a aquella experiencia de socialización democrática, sin dejar por ello de vivir y experimentar el menemismo cultural. Veíamos MTV, coleccionábamos latas de cerveza importadas, lloramos con Maradona en Italia ´90, descubrimos el champagne, la NBA, los Simpson, llenamos nuestra pared con posters de la revista 13/20, usamos babuchas, pelo largo, AXE o impulse, aros, nos tatuamos, estudiamos inglés, tuvimos nuestras primeras vacaciones en Brasil (algunos), nos comunicábamos con teléfono fijo, nos escribíamos cartas de amor, fuimos a la matiné, tuvimos que mudar del casete al CD, del walkman al discman, de la máquina de escribir a la computadora. La Ferrari aspiracional, el Ford Escort posible.  Militamos -sin mucho éxito- contra el menemismo político, y al mismo tiempo, fuimos transformados por el menemismo cultural. El menemismo estaba lleno de contradicciones. Eso lo hacía profundamente argentino. 

Militamos -sin mucho éxito- contra el menemismo político, y al mismo tiempo, fuimos transformados por el menemismo cultural. El menemismo estaba lleno de contradicciones. Eso lo hacía profundamente argentino. 

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Por supuesto, y más allá de estas tres corrientes que se solapan, la experiencia menemista también incluyó la socialización política positiva: los que comenzaron a militar en favor del menemismo. Con el Justicialismo profesionalizado y fragmentado en provincias, a la militancia joven del menemismo la aportó la UCD (Unión de Centro Derecha), con su rama juvenil: la UPAU. Buenos alumnos. Para nosotros eran “jóvenes avejentados”. Con ellos, las cosas no venían bien desde la primaria. Eran de no pasar la tarea, faltaban a los partidos y nos dejaban con uno menos. La metáfora de Quico dándole la manzana al profesor Jirafales mientras al Chavo del 8 le tocaba el barril.   

UNA REVISIÓN CRÍTICA 30 AÑOS DESPUÉS

Pasaron 30 años. Ha llegado el tiempo de sacar a Menem del clóset. Que incomode. Que se vuelva a levantar y parar en frente de nosotros. Que nos vuelva a desafiar. Joven. Erguido. Con sus patillas. El “Príncipe de los Llanos”. Nuestra generación posiblemente sea la primera, no formada en esa escuela de gobierno que fue el menemismo, en asumir las riendas del país. Es imprescindible un debate histórico sobre esa experiencia, que para bien y para mal, gobernó y transformó la Argentina. Paradójicamente, tanto como el proceso que se abrió en 1945.  

Como bien escribió Martín Rodríguez, Menem ya fue juzgado. En líneas generales, dos malos gobiernos (el segundo claramente malo), con incapacidad para diseñar una agenda sostenible de desarrollo económica y social, con déficits fundacionales en materia de corrupción (la bendita matriz justicia-política-inteligencia tan difícil de desterrar), y con una sobreactuación de la posición internacional del país (realismo periférico). 

La pregunta relevante entonces: ¿Es posible abstraerse del menemismo programático y extraer la fuerza motora del menemismo político-gubernamental?

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Sin embargo, el menemismo también abrió una serie de preguntas de época, o “penales mal pateados”, que, si no son problematizados con seriedad por el peronismo, pueden operar como dinámicas artrósicas o subliminales que se reproducen “debajo de la alfombra”. Entonces, cuestionando la vieja práctica del estalinismo que reza que “como no podemos discutir ideas, mejor no discutir”, este ensayo busca indagar sobre la potencia del menemismo como actor de transformación. No por el penal errado, sino por cómo llegó a construir un penal, que no es otra cosa que abrir la caja de la historia (y de las transformaciones).   

La pregunta relevante entonces: ¿Es posible abstraerse del menemismo programático y extraer la fuerza motora del menemismo político-gubernamental? Pensar al menemismo desde esa clave de lectura, puede ser una vía para disociar la capacidad y efectividad transformadora de la experiencia, de su programa y sus resultados. Y creo es parte del balance “no” hecho sobre esa etapa “maldita” de nuestra cultura política. 

Voy a ensayar 3 hipótesis, que han sido más o menos interpeladas por las sucesivas experiencias del peronismo post-menemista, y que, por lo tanto, pueden ser parte de un debate generacional sobre el peronismo del Siglo XXI: orden y poder, cambio tecnológico, coalición empresarial. 

ORDEN Y PODER

La generación del ´80 tuvo su meta-teoría del gobierno y la modernización argentina: orden y progreso. Y en ese mito transformador, logró resolver el problema de la unidad nacional: unitarios y federales sellaron la paz en la Constitución de 1853, con el puerto nacionalizado y un tucumano gobernando en la Ciudad de Buenos Aires. La gran síntesis de Alberdi. 

Menem, un siglo después, asumió las riendas de un país que se parecía mucho a la pesadilla del Leviatán. En este marco, su primera iconoclasia laica fue pensarse como un “Roca Peronista”. Y en esa transfiguración, lograr hacer del peronismo un Partido del Orden. Parafraseando a Luis XIV, Menem le susurró a la Argentina: el orden soy yo. Y el peronismo adquirió, desde ese momento, un halo de legitimidad que lo ha transformado en un actor central de la gobernabilidad democrática. Duhalde y Kirchner aprendieron la lección, y también fueron orden.

Menem reescribió, un siglo después, el mito de gobierno de la generación del ´80: orden y poder. Y para ejercerlo, mejor rodearse de los mejores hombres y mujeres de Estado (no los mejores hombres y mujeres de negocios). La metáfora Eduardo Bauzá

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Menem también comprendió, casi como un discípulo de Gramsci, que un orden legítimo es el mejor orden para conducir y ejercer poder. Portantiero explicaba que la continuidad entre el votante del Menem de la revolución productiva y el salariazo (1989) y el Menem en el gobierno, era su estilo. Su hipótesis era que el giro programático radical, entre otros factores, se sostenía en esa línea de continuidad. Desde el punto de vista cultural, Cafiero expresó la vía racional-moderna a la renovación. Menem expresó la vía nacional-popular a la renovación. En la metáfora de Germani, Menem fue la migración del interior profundo metiendo las patas en la fuente. Antes y durante su Gobierno. Su Gabinete era Cosquín. Un gobierno, todas las tonadas. Se nutrió de los mejores cuadros provinciales y formó cuadros que después fueron a las provincias. En una política en la que todavía no se había construido una frontera entre el intelectual y el partido.   

Parafraseando a Giulio Andreotti, Menem nos enseñó que el poder desgasta, a quien no lo ejerce. Menem reescribió, un siglo después, el mito de gobierno de la generación del ´80: orden y poder. Y para ejercerlo, mejor rodearse de los mejores hombres y mujeres de Estado (no los mejores hombres y mujeres de negocios). La metáfora “Eduardo Bauzá”.

CAMBIO TECNOLÓGICO

Si el peronismo no es un actor revisionista del orden social ¿cuál es su razón de ser en el siglo XXI? ¿Cómo compatibilizar ser un bastión del orden y la gobernabilidad, y al mismo tiempo ser un actor de cambio? Una respuesta posible para superar ese dilema, es ser un Partido del desarrollo tecnológico y la innovación. El menemismo facilitó, como resultado indirecto de la convertibilidad, un proceso de catch up tecnológico del entramado productivo nacional en relación con la frontera internacional del conocimiento, y vía ese proceso, despertó la curiosidad social por la “innovación”. 

Se trató de un proceso autogenerado desde el punto de vista productivo, y contradictorio desde el punto de vista institucional. Por un lado, el menemismo protagonizó fuertes disputas con organismos que acusaba de “endogámicos y aislacionistas” (CONICET, INTI e INTA). Disputas que implicaron en muchos casos, ajustes presupuestarios. Por otro lado, el menemismo sentó las bases del sistema nacional de innovación, vía la arquitectura que desde entonces moldea la relación entre la ciencia y la economía nacional: la Secretaría (o Ministerio) planifica, la Agencia promociona, el CONICET financia. El arquitecto del sistema fue Juan Carlos Del Bello. Repasemos.

Si el peronismo no es un actor revisionista del orden social ¿cuál es su razón de ser en el siglo XXI? ¿Cómo compatibilizar ser un bastión del orden y la gobernabilidad, y al mismo tiempo ser un actor de cambio?

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El 28 de septiembre de 1990 se aprobó la Ley 23.877, de Promoción y Fomento de la Innovación Tecnológica, que creó la figura de las unidades de vinculación tecnológica (UVT). En 1993 comenzó la implementación del Programa de Modernización Tecnológica (PMT) cofinanciado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En 1997 se creó la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que pasó a gestionar un programa emblema para el empresariado nacional: el Fondo Tecnológico Argentino (FONTAR). En 1991 se creó la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), gestionada por lo más parecido que hemos tenido al perfecto administrador weberiano, el gran italiano-argentino, Conrado Varotto. Finalmente, entre 1989 y 1999, el Gobierno de Menem creó 9 Universidades Nacionales. Seis de ellas en el Conurbano: La Matanza (1989), Quilmes (1989), San Martín (1992), General Sarmiento (1993), Tres de Febrero (1995), y Lanús (1995). Tres en el resto del país: La Rioja (1993), Patagonia Austral (1994) y Villa María (1995).

Analizando este recorte sectorial en forma retrospectiva, con las contradicciones del caso, es posible identificar un vector sobre el cuál construir una estrategia de desarrollo nacional: ¿y si el peronismo se transforma en el Partido del conocimiento y la innovación? 

COALICIÓN EMPRESARIAL

Si el peronismo quiere ser un actor portador de futuro (desarrollo tecnológico e innovación), deberá ser necesariamente un gestor eficiente del capital. El menemismo supo leer, que en el mundo globalizado que se habría con la implosión de la Unión Soviética, el proyecto de desarrollo no podía ser Estado-Céntrico, y para ello, el peronismo debía dejar de ser una amenaza y transformarse en condición de posibilidad y desarrollo del capital. Como un Deng Xiaoping de Anillaco, Menem también decretó su proceso idiosincrático de “reforma y apertura”. O el peronismo se modernizaba, y modernizaba al país, o el peronismo corría el riesgo de terminar sepultado por un Boris Yeltsin de las pampas. 

Creo este punto merece una discusión. Al no darse un debate político profundo sobre la etapa del menemismo, el peronismo post-menemista a nivel nacional tendió, sin cuestionarse, a reproducir la coalición empresarial que cimentó el menemismo. 

En concreto, la convertibilidad y las reformas de mercado asociadas a su implementación se edificaron sobre la base de una coalición empresarial y sindical orientada al mercado interno. Es decir, la liberalización del mercado y la reforma laboral fueron selectivas y pactadas con la vieja coalición de la matriz ISI (industrialización por sustitución de importaciones). Así, la vieja clase empresarial y sindical accedió a procesos de liberalización parciales, a cambio de rentas extraordinarias en nichos oligopólicos de mercado. Siguiendo a Freytes: “esta estrategia de liberalización se reveló menos exitosa que otras en la consolidación de una clase empresarial doméstica en condiciones de enfrentar la competencia internacional y expandirse internacionalmente”.

Al no darse un debate político profundo sobre la etapa del menemismo, el peronismo post-menemista a nivel nacional tendió, sin cuestionarse, a reproducir la coalición empresarial que cimentó el menemismo. 

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En otras palabras, el problema con esa coalición es que, al estar orientada al mercado interno (bienes y servicios no transables por sobre bienes y servicios transables), empuja a la Argentina a una trampa estructural: cada activación del mercado interno genera una tendencia al déficit comercial externo, y como consecuencia y para cubrir ese desbalance sin ahorcar el mercado doméstico, provoca la necesidad de recurrir a endeudamiento externo o emisión monetaria (inflación). 

Por lo tanto, si el peronismo quiere convertirse en parte de la solución del problema de desarrollo nacional, debe replantearse la coalición empresarial, y construir una orientada al comercio exterior. Diseñar una nueva coalición exportadora, sostenida en el tiempo, implica al menos tres cosas:

En primer lugar, focalizar la reconstrucción del Estado en mejorar -de una vez por todas- la calidad de los servicios públicos (salud, educación, justicia y seguridad), y en paralelo, avanzar en un agresivo plan de inversión pública en infraestructura (conectividad y logística). No necesitamos un Estado Empresario. Necesitamos un Estado Inversor. Necesitamos crear el contexto -reglas estables y bienes públicos- para que nuestros empresarios se modernicen y compitan en el mundo. 

En segundo lugar, el peronismo debe superar la idea de que la existencia de grandes empresas nacionales internacionalizadas constituye un problema de equidad productiva. La política de equidad social no debe mezclarse con la política productiva. Las actividades con las cuales podemos insertarnos en el mundo (exportar), requieren escala para operar. Por lo tanto, necesitamos empresas argentinas grandes orientadas a la exportación. 

ARCOR y Techint fueron pioneras en la década del ´90. Reconversiones exitosas pensadas para competir en el mundo. En la década 2000 vimos el boom de nuevos negocios vinculados a la economía del conocimiento (Globant, Bioceres, Insud, Mercado Libre, OLX, Despegar) y la bioeconomía (Aceitera General Deheza y Asociación de Cooperativas Argentinas). Esos actores, entre otros, deben ser la mesa chica de una nueva coalición que empuje la economía argentina hacia el mundo, y que nos permita cimentar un contrato social de equidad sostenible y consensuado. 

si el peronismo quiere convertirse en parte de la solución del problema de desarrollo nacional, debe replantearse la coalición empresarial, y construir una orientada al comercio exterior.

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En tercer lugar, hay que superar el tradicional antagonismo campo-industria, propio de los debates más importantes en materia de desarrollo económico argentino en el marco de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI). La reestructuración de la agricultura conlleva a un nuevo modelo de articulación entre agro e industria. La revolución tecnológica en el agro –habilitada en gran medida por las transformaciones económicas y políticas– hace que las nuevas cadenas productivas estén conformadas por una renovada alianza en la que se incluye al campo, la industria (metalmecánica, las biotecnologías, la informática y las comunicaciones) y sectores de servicios. 

podemos intentar el enorme desafío de calibrar una estrategia generacional, pensada como un proyecto de modernización de Argentina, que incremente el poder, la riqueza y la autonomía

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Estos sectores forman una red (y en muchos casos una amalgama) compleja y dinámica, que incluye en su base a pequeños y medianos productores (agrupados en cooperativas), y que es central si queremos desarrollar las economías regionales y sus territorios. Hablar de propiciar el desarrollo territorial a escala federal y desconcentrar los centros urbanos, y al mismo tiempo instrumentar políticas contrarias al sector agroindustrial, es un oxímoron. 

  

NUESTRA GENERACIÓN 30 AÑOS DESPUÉS

Nuestra generación se debe un debate. Abierto. Sin mezquindades. Inteligente. Podemos sentarnos a tararear el viejo “tango” de la política argentina de los últimos 30 años, o podemos intentar el enorme desafío de calibrar una estrategia generacional, pensada como un proyecto de modernización de Argentina, que incremente el poder, la riqueza y la autonomía. Es decir, que revierta décadas de destrucción de poder, riqueza y autonomía. Esta revisión crítica del menemismo sugiere al menos tres vectores: construir poder y organización, ser portadores de cambio tecnológico e innovación, y edificar una nueva coalición empresaria. Toca crecer. Tocar hacernos grandes. 

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Comentarios

  1. Diego

    el 05/07/2020

    Muy bueno!

  2. Diego

    el 05/07/2020

    Había que meter el cupo perspectiva de género en el dossier? Forzado al pedo

  3. Eduardo visus

    el 09/07/2020

    No soy de la generación del autor de la nota sino de la diezmada ( la montonera). Nuestro movimiento tiene hoy una responsabilidad ineludible , no errar en su desafio actual.
    Coincido en muchas de sus apreciaciónes y la incorporacion critica de la experiencia menenista
    Creo que que a los 3 vectores sugeridos hay que agregarle un cuarto que seguramente marcara al siglo xxl. La planteada en su integralidad por Francisco en su encíclica Laudato si. Los desplazados los migrantes la ecología el consumismo etc. Etc…..

  4. Carlo

    el 16/07/2020

    Si no sabes qué hacer con Menem es que eso dejó el menemismo: un montón de cínicos y quebrados.

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