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07 de febrero 2019

Florencia Benson

QUERIDO DURÁN BARBA

Tiempo de lectura: 6 minutos

Le escribo estas líneas —y me disculpo por enviarlas de este modo, es que no tengo otra manera de hacérselas llegar; ni por Twitter, Instagram o Facebook—. Decía, le escribo estas líneas humildemente para, de algún modo, iniciar una conversación. Profesional, nomás, como si estuviésemos en el Networking de algún congreso.

Empezaría por reconocer la titánica tarea de hacerle creer a mi pueblo que no vale nada. Digo “tarea” porque me resulta difícil atribuir a causas culturales sin más el hecho de que mis compatriotas parezcan creer que habitan un suelo estéril, un país inviable, una ruina plebeya. Este es un país rico en recursos y en talento, en cultura y economía (el G20 no es un concurso de belleza) pero pareciera, no quiero ser malpensada, como si un poderoso dispositivo comandado por alguien de suma habilidad y experiencia, le hubiera hecho creer a un sujeto valioso que es un inútil. Es más, esta operación ha logrado lo impensado: que los ciudadanos lo repitieran hasta el cansancio, convenciendo a otros, contagiando a su alrededor ese derrotismo vil que, cada tanto (en períodos muy puntuales de nuestra historia), nos aqueja. Saltando la grieta que tanto rédito ha dado a su estrategia (construida sobre bases preexistentes, claro está, acorde a las mejores prácticas profesionales de nuestro rubro), sucede ahora que los votantes opositores y oficialistas se desprecian mutuamente usando el mismo discurso (“los argentinos somos una mierda”). Magnífico.

Ahora bien, algunas personas creen que hay desclasados y patriotas, pero usted y yo sabemos que esos dos seres coexisten en la misma conciencia. Usted parece querer alimentar el primero, yo apuesto por el segundo. Después de todo, un cipayo no es más que un hombre sin líder. Algunas personas sostienen, además, que existe un grupo del Bien y uno del Mal, héroes y villanos, pero desde luego usted y yo sabemos que no son más que dos facetas del mismo cuerpo; y que depende de algunos factores ambientales, y algunas predisposiciones interiores, poder activar una u otra. Cada conciencia es un multiverso, y cada colectivo también; quien logre alinear las facetas primero, como un gran cubo Rubik a la N, es el que gana.

Empezaría por reconocer la titánica tarea de hacerle creer a mi pueblo que no vale nada. Digo “tarea” porque me resulta difícil atribuir a causas culturales sin más el hecho de que mis compatriotas parezcan creer que habitan un suelo estéril, un país inviable, una ruina plebeya

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Otra cosa que compartimos, creo yo, es el conocimiento de que la esperanza no es algo dado, es algo que ha de construirse. Para eso se inventó la política y se inventó el arte. Política, si se me permite la grandilocuencia, es materializar las visiones que sueña y que produce el arte. Política es hacer viable la utopía. Aunque también, precisamente, existe la antipolítica, de manera análoga a la materia y antimateria. Esa antipolítica consiste en obturar esa utopía, o desnaturalizarla, o bien intoxicar los mecanismos a través de los cuales se siembra, se cosecha y se reparte. Usted y yo sabemos que la esperanza es un insumo fundamental para la vida, tanto como el oxígeno y el agua.

En definitiva, usted y yo sabemos que los humanos no somos cualquier primate, mal que les pese a los Newt de este mundo. Tenemos lenguaje. Y eso cambia un poco las cosas, ¿no es así? Nuestra arma más poderosa como especie es gratuita y letal. Gracias a ella no somos primitivos; pero podemos serlo, a veces. Neandertales. Entre nos, usted y yo sabemos que esa conversión no es más que una operación discursiva, es decir, artificial.

Entiendo, créame, la fascinación por el experimento, a cielo abierto y gran escala, con el que nuestros venerables precursores de las ciencias sociales sólo podían soñar. Ah, si George H. Mead viviera… Hoy, hacer política se parece más a escribir un guión de Realidad Inmersiva multijugador en tiempo real que a un despacho de políticas públicas. Escribimos el código, ¿no es cierto?, usted y yo y nuestros colegas, de los escenarios plausibles que puedan surgir a partir del libre albedrío impredecible de millones de jugadores actuando en simultáneo. ¡Menudo poder!

En la Era de la Paradoja que nos convoca —cuando por ejemplo la candidata opositora tiene más votos que ninguno de sus contendientes partidarios pero no los suficientes para vencer en un ballotage, mientras que alguno de sus oponentes, presumiblemente, podría vencer en la segunda vuelta pero no en la primera; o, por dar otro ejemplo, cuando los ricos parecen gozar de una temporalidad ilimitada mientras los pobres son apenas muertos que extendieron su estadía en la tierra—, es precisamente la habilidad de la mente humana de sostener al mismo tiempo una idea y su contraria —una operación compleja que podemos realizar únicamente gracias al lenguaje—, la que está haciendo estragos en nuestra capacidad analítica, empática y funcional. Explotar sistemáticamente esta disonancia cognitiva de manera sostenida en el tiempo es, sin dudas, uno de los grandes hallazgos de esta Cuarta Revolución industrial y, al mismo tiempo, el ocaso de la vida humana como la conocemos.


Lo que quisiera saber, lo que me intriga, señor Durán Barba, es qué ideales mueven todo el emprendimiento en el que se ha embarcado. No pregunto por sus valores o sus experiencias de la infancia. No estoy buscando el momento ‘Rosebud’ de Durán Barba —usted y yo sabemos que no existe, que se manufactura si hace falta, que se escenifica o se oculta según convenga a la estrategia—. No busco el capullo sino la rosa florecida, floreciente, desplegada en toda su capacidad.

Sus amigos en Miami, estoy segura, deben repetir un montón de frases hechas para justificar sus acciones, pero usted y yo sabemos que son apenas una cortina delgada para motivos ulteriores. Lo que yo creo, señor Durán Barba, es que usted tiene otra agenda, otra comprensión del mundo, que comparte quizás con otros círculos: cuando, en aquella cumbre en Ciudad de México, J.J. bajó a buscarme entre cientos de colegas en la cena, se me acercó, conversó, besó mi mano y extendió su tarjeta —sabiendo que no me había convencido—, entendí que usted era diferente.

Mi pregunta es muy sencilla, señor Durán Barba: ¿a dónde nos llevaría si pudiera? ¿Qué haría con mi pueblo, con el suyo, con las señoras que hacen las compras y con aquellos pastorcitos de la Puna que juegan a la pelota?

¿Acaso usted, y los que piensan como usted, están preparando un diseño eficiente que les dé a esos chiquitos un calzado mejor y una pelota de campeonato profesional? ¿Será que con los avances de biotecnología van a curar todas las enfermedades y multiplicar la diversidad y variedad de la vida? ¿O, por el contrario, encontraron un “número de equilibrio” entre el ecosistema y la economía y están preparándose para lidiar con el exceso?

No estoy buscando el momento ‘Rosebud’ de Durán Barba —usted y yo sabemos que no existe, que se manufactura si hace falta, que se escenifica o se oculta según convenga a la estrategia—. No busco el capullo sino la rosa florecida, floreciente, desplegada en toda su capacidad.

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A veces tengo miedo, señor Durán Barba. Siento una angustia de muerte. No sé si le ha pasado, dar vueltas en la cama con una premonición horrible. Mi temor es que algunas ideas logren imponerse en ‘la masa crítica’ y la humanidad consienta a su propio exterminio. Los algoritmos, usted sabe, sólo refuerzan los sesgos humanos —se comprueba con la burbuja de filtros elemental y también con la IA más sofisticada—. Algunas de estas ideas proponen una humanidad subalterna respecto de la tecnología. Proponen la abolición del conocimiento científico, alegando una supuesta “hegemonía” de una teoría que, usted y yo sabemos, se apagó hace más de treinta años. Proponen, algunas de estas corrientes, la edición genética para crear una especie que coincida únicamente con un fenotipo particular, desechando todos los demás. Proponen una sociedad totalmente vigilada y totalmente regulada, usted me entiende, una gobernanza total de las esferas de la existencia humana, inversamente proporcional al poder de cada ciudadano de participar en la toma de decisiones colectiva. Proponen un acceso diferenciado a los bienes y servicios considerados, hoy día, derechos humanos básicos; proponen, en definitiva, una jerarquización estamental de las personas a partir de las nuevas definiciones de la vida y de la muerte que están por emerger en un horizonte próximo, de no más de 30 años.

Estoy segura de que está informado acerca de estas ideas, las ha leído o se las han comentado. ¿Usted qué opina? ¿Y sus clientes, para quienes trabaja tan duro? ¿Coinciden sus miradas, sus agendas, métodos y objetivos?

Señor Durán Barba, ¿qué humanidad desea usted? ¿Cuál es su visión del futuro?

Desde ya, muchas gracias por su tiempo y atención.

Atentamente,

Flor

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Comentarios

  1. A.M.C.

    el 07/02/2019

    No entendi una mierda

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