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06 de junio 2016

Alejandro Galliano

Escribo en Crisis y La Vanguardia, dibujo en Playboy y en Mu.

REALISMO CAPITALISTA

Tiempo de lectura: 8 minutos

A Martín Rodríguez

Vivimos tiempos marxistas. A la salida del promiscuo verano populista en el que los progresistas citaban a Schmitt y los comentaristas que pedían mano dura y menos planes sociales se llamaban “socialdemócratas”, nos encontramos con el desierto de lo real: un gobierno compuesto por gerentes que le piden más austeridad a los trabajadores al tiempo que le bajan los impuestos a sojeros y mineras y retraen el control civil sobre las FF.AA. Una viñeta digna de un manual de Bujarin o una escena de Titanic que nos devuelve la imagen en blanco sobre negro de empresarios capitalistas sin cadena, trabajadores de toda la escala salarial y un Estado limitado a cobrar impuestos y reprimir el desorden.

Derrota y después

En ese clima llega a nuestras manos Realismo capitalista, primer libro del profesor de filosofía y crítico inglés Mark Fisher, traducido y editado por Caja Negra. Las coordenadas de Fisher lo ubican con un pie adentro y otro afuera del “hemisferio izquierdo” markbio_0del pensamiento, habitado por Badiou, Ranciére, Zizek, Jameson, etc. Por un lado sus insumos intelectuales son similares: Deleuze, Lacan y toda la estela del posmarxismo en sus diferentes varietales. Realismo capitalista tiene el retrogusto de la prosa de Slavoj Zizek: tono provocativo y acelerado, ritmo digresivo entre las referencias  pop y el pesado bagaje conceptual posestructuralista. Por otro lado, Fisher pertenece a una generación posterior, la que se perdió el Mayo francés y salió al espacio público justo cuando el muro de Berlín caía. Esa marca generacional le dio otro background cultural (tiene un libro sobre Michael Jackson) y otro soporte a su pensamiento, que circuló primero por la blogósfera que Mark fatigaba como K-punk con compañeros de ruta como Simon Reynolds.

Sin embargo, hay un punto de comunión entre Fisher y el resto del pensamiento crítico actual: como todos ellos, él es hijo de una derrota. Educado bajo el thatcherismo, al autor le tocó la Inglaterra del New Labour y el keynesianismo siniestro del salvataje a los grandes bancos de 2008. Gran parte de los artículos de Realismo capitalista transmiten el clima de agobio e impotencia de esa coyuntura.

El relato

Pese a su estructura fragmentaria de artículos numerados y apéndices hay un relato que repta por debajo de todo Realismo capitalista: en 1979 Occidente dejó atrás el fordismo y su Estado de Bienestar, con la aquiescencia Fisher_altasilenciosa de los trabajadores que imaginaban un futuro posindustrial de libertad y deseos cumplidos. Lo que ocurrió a continuación los sorprendió: al tiempo que retornaba un capitalismo puro de explotación y exclusión social, una parte del capital financiero se disparaba hacia el futuro produciendo y vendiendo información y bits sin tocar el sucio suelo del planeta Tierra.

Fredric Jameson fue el primero en diagnosticar ese orden de cosas: posmodernismo como estadio cultural del posfordismo, la modernidad que abarca a todo el mundo y pierde la referencia del contraste, el desarrollo de los massmedia, la estetización del comercio, el pastiche en lugar de la parodia, el tiempo que se quiebra, el sujeto que muere.

Para Fisher la posmodernidad quedó superada por un nuevo estadio, el realismo capitalismo, fruto de la crisis final de la fe en una alternativa social: “capitalismo es lo que queda en pie cuando las creencias colapsan”.
Para los nacidos y criados en los ochentas el capitalismo abarca la totalidad del horizonte, hoy “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Incluso la nueva sci fi renuncia a proyectar mundos alternativos para seguir la huella ballardiana de concebir el futuro como mera exacerbación del presente.

Capitalismo es lo que queda en pie cuando las creencias colapsan

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Esa esterilidad política deja lugar a una “ontología de los negocios” que se deleita en describir a una sociedad descarnada de todo sentido de valores, como un esqueleto de intereses duros y puros, en donde ya no es necesario incorporar cualquier desafío potencialmente subversivo, como lo fueron el rock o el feminismo, porque esas producciones hoy (vg. el hip hop o la cumbia villera) son precorporadas, funcionan bajo la aceptación explícita y desencantada de las reglas del mercado.

La ideología del realismo capitalista funciona como un “principio de realidad” que desprecia a las ideologías y se presenta como mero hecho empírico, sin mayores preocupaciones por convencer. Al capitalismo “la propaganda suele sentarle mal y quizás el realismo capitalista funcione mejor cuando nadie lo defiende”. La problemática recepción que tuvo el corto comercial de Chevrolet sobre la meritocracia es un buen ejemplo: la mayoría silenciosa que vive sus duras vidas de acuerdo a este principio se sintió incómoda con esa explicitación obscena, hubiera preferido que no se hablara de ello.

Trabajo, salud y educación

Hasta aquí, el diagnóstico de Fisher no pasa de ser una aplicación amena de los conceptos del pensamiento crítico ya existentes. Su mayor aporte es la proyección de éstos sobre áreas particularmente sensibles a este nuevo régimen social e ideológico, que Fisher estudia desde su experiencia docente: el trabajo y la salud mental.

Fisher toma de El Proceso de Kafka el concepto de “postergación indefinida” para definir un dato de la vida laboral posmoderna: el trabajo nunca termina, la jornada se extiende hasta nuestros hogares, al tiempo que debemos subordinarnos a una realidad infinitamente plástica en la que las directrices laborales de ayer hoy son inútiles. Las empresas y dependencias estatales orientan a todo el proceso de producción a cumplir ciertos criterios marketing independientes de los resultados reales, revival capitalista de los planes quinquenales estalinistas, más preocupados por la foto y el informe que por la eficiencia.

El realismo capitalista contradice los sueños de un capitalismo inteligente, blanco y liviano como un iphone

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El resultado de este proceso es una pesada y gótica burocracia (estatal y privada) que contradice los sueños de un capitalismo inteligente, blanco, liviano e intuitivo como un iphone, capaz de desinstalar cualquier atadura territorial (la escasez, la tradición, la autoridad, la inercia, la muerte) y hacernos vivir en un flujo absolutamente libre de mercancías e información. Esa utopía de mercado, que nace en la primera parte del Manifiesto comunista y llega hasta ciertos publicistas deleuzianos del cibercapitalismo, hoy se limita al mercado financiero. El resto del realismo capitalista se signa mejor en los laberintos de melamina y música de espera de los call centers, con su trabajo alienante y la frustrante licuación de cualquier duda o reclamo del consumidor, supuesto soberano de la economía de mercado, en la libido burocrática de disolver decisiones de abajo hacia arriba.

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Fisher usa un conjunto de patologías psicológicas para metaforizar de manera bastante libre el malestar de la cultura ante las nuevas condiciones del realismo capitalista. La depresión de trabajadores e izquierdistas ante la frustración de sus tradicionales modos de vida y lucha bajo la falta de alternativas. Los desórdenes de memoria causados por la plasticidad infinita de las condiciones de trabajo. La poslexia como capacidad de los nuevos sujetos de procesar datos en forma de audios, videos, memes, gifs y emoticones sin necesidad de leer, contracara de la dislexia pandémica en colegios y universidades. La hedonia depresiva de consumidores incapaces de hacer otra cosa que no sea buscar placer, pero que atenazados por la sensación constante de insuficiencia de ese placer para espantar al “aburrimiento”, el gran fantasma de la época: quedar privado del cordón umbilical con la usina de sensaciones y estímulos, auriculares puestos todo el tiempo, conexión permanente.

Fisher en Argentina

El libro de Fisher, amable en forma y demoledor en contenido, como todas las obras de este tipo nos plantea el problema de su torsión al aterrizar en suelo argentino. Por supuesto que formamos parte del mismo siglo y el mismo mundo, pero ¿cuánto de lo pensado en el Meridiano 0 del capitalismo se aplica en esta periferia sojera con dengue y emprendedores tipo Cristiano Rattazzi? ¿Cuánto de ese realismo capitalista se verifica en un país permeable a la sacarina duranbarbista de Antonia, la promesa de un segundo semestre, el llanto de Triaca o las propagandas emotivas de cervezas con gusto a mierda y bancos con tasas de interés usurarias? Y, finalmente, ¿cuánto de la apuesta maximalista de Fisher en constituir un “sujeto colectivo anticapitalista capaz de atravesar la fantasía” se puede pensar en una mitad de la sociedad que aún espera reacciones de la CGT o la unificación del PJ?

¿Cuánto de ese realismo capitalista se verifica en un país permeable a la sacarina duranbarbista?

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Una vez más, el mayor de aporte de Fisher es su diagnóstico de la patología social del realismo capitalista. Por debajo de la hedonia depresiva y la poslexia emerge el verdadero problema: el realismo capitalista descansa sobre una cultura del goce reacia a toda figura paternal de deber y autoridad. Las personas quieren hacer lo que quieren, lo que sienten, ser intensos de mercado dispuestos a satisfacer permanentemente su deseo sin recibir críticas ni observaciones ásperas. Esa es la base de la coraza actual contra cualquier fe en una alternativa social, política y económica. Un modelo hedonista de vida en el que el sentimiento desplaza a la moralidad, los padres se niegan a disciplinar a sus hijos para no enajenarse su amor, los polemistas on line se refugian en la zona de confort ideológico de su timeline, su muro o su grupo de comentaristas de La Nación o El Destape web, temerosos de un intercambio con el otro que vaya más allá del rechazo tribal en forma de trolling.

Pero esa cultura del goce se ve permanentemente impugnada por el propio capitalismo que la incentiva: la burocracia empresarial y las condiciones patológicas de trabajo reterritorializan constantemente esas vidas líquidas a las que aspiramos vivir en Instagram, Palermo o el Dot. La invitación de Mariu Vidal o el Banco Galicia a ser felices choca contra el aumento de tarifas, cortes de luz, de gas, y comisiones bancarias que nos aterrizan brutalmente a nuestro frío dos ambientes contrafrente.

"Zov Ilyitcha" (Lenin's Mating Call) restaurant.

¿Qué hacer?

La salida que propone Fisher es aparentemente contradictoria: por un lado, incorporar los mecanismos de producción libidinal a la agenda de los movimientos anticapitalistas. Síntoma de las protestas de 2008, a Fisher no lo asustan esos hípsters de izquierda con carteles de Occupy London y vasos de Starbucks: ellos son parte del nuevo frente. Incluso propone ir más allá e incorporar la fantasiosa arquitectura soviética, hoy tan en boga en tumblr, como adelanto de esa promesa de goce que el capitalismo no pudo cumplir. Al mismo tiempo, propone combatir la moral del goce permanente con el llamado a un nuevo paternalismo, una supernanny comunista que parecería hamacarse entre las invocaciones neoleninistas de Zizek  y una suerte de ostalgie occidental típica de muchos marxistas actuales, cuya crítica radical al capitalismo convive con saudades del Estado de Bienestar, la cultura de conceptos fuertes y cierto iluminismo del siglo XX que, por ejemplo, hacía de la BBC una referencia autoritaria pero educativa de la cultura en contra de la horizontalidad cómoda y retroalimentada de las redes sociales.

Una respuesta que aún no tenemos: ¿Qué pasa si al macrismo le sale bien?

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Llegados a este borde, podemos pensar el anticapitalismo de Fisher como insumo para una respuesta que aún no tenemos: ¿Qué pasa si al macrismo le sale bien? ¿Qué pasa si este proyecto de economía de mercado y gobierno gerencial alcanza algún semestre de tasas de interés bajas y soja cara que permitan derramar celulares, lcds, zapatillas y viajes de 10 días a Nueva York sobre una sociedad desmoralizada por el otoño más frío del siglo XXI? Ni el repudio al consumismo clasemediero, ni la idealización estúpida del “espacio popular”, con su cumbia soft y su tinelli, van a permitir congregar de vuelta a una mayoría similar a la que hizo posibles las reformas de 2003-2010, nuestro “paternalismo añorado”.

Habrá que diagnosticar el daño que produjo el shock en la salud mental de la sociedad, en su capacidad de procesar lo que vive, y buscar reconstruir un principio de referencia no complaciente pero tampoco excluyente del derecho y el deseo de cada persona de consumir un poco más, de vivir un poco mejor.

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Comentarios

  1. pin y pon

    el 06/06/2016

    Mandale comas al texto

  2. Müntzer

    el 06/06/2016

    El texto es muy bueno pero el apuro lo encharca un poco, merece una edición de estilo para quedar al 100%…

  3. allagainstmm

    el 06/06/2016

    No hay que omitir que el triunfo de los individualismos “deseístas” (perdón por inventar esa palabra) es producto, al menos en parte, de los fracasos colectivistas, entonces, si el siglo XX fué la esperanza frustrada del progreso general basado en la hiper-tecnologización ¿qué nos queda en el siglo XXI? ¿un “sálvese quien pueda” con rostro humano? ¿no es una sociedad de individuos identificables y diferenciables, en contraste del pastiche social consumista que vivimos, la roca base de recuperar una esperanza en las conquistas sociales? o en palabras mas simples ¿no aprendimos todavía que el bobo sin individualismo que te votó un progresismo, con el mismo criterio random o falta de él, al otro día te votó a Macri?

    Hay que remoralizar a las generaciones que supieron creer en su individualismo y demostrarles que la pulsión de sus “deseos” puede llegar mas lejos que el nuevo Iphone “por que me lo merezco” ¿algun lider momentáneo que pueda incitar a canalizar esas fuerzas hacia algo mas constructivo? mande cv, materia prima hay de sobra, la pibada no es tan boluda como nos es cómodo creer, simplemente está desmoralizada como bien lo describiste.

  4. walubik

    el 08/06/2016

    Es hora de hacerse cargo de un hecho que no resiste interpretaciones, en todo caso es un punto de partida, seguimos intentando responder preguntas del siglo XXI con manuales del siglo XX, los paradigmas se hicieron trizas y lo único que quedó es una minoría que día a día concentra mas el poder. El escenario es complejo pero las opciones son solo 2: de un lado las personas que intentarán recoger las migas que a esos poderosos se les caigan sin mirar nunca abajo y del otro lado las personas que asumen que aún seguimos siendo un “nosotros” intentando contener como peden a todo aquel que quiera formar parte del colectivo que sea, con el nombre que se les ocurra.

  5. Vronsky

    el 08/06/2016

    muy buena nota, bauersz.

  6. Lara Bolzi

    el 24/08/2018

    Me re gusto <3 Debo leer el libro, pero me encantaron los paralelismos. Me entretuve, pero quizás si, le falta una repasadita para pulir detallecitos, pero shenial.

  7. Gonzalo

    el 02/01/2020

    Se necesita más tiempo, apenas estamos acostumbrandonos a tanta información, la carrera es contra la destrucción del planeta, todo lo demás está por debajo.

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