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01 de septiembre 2020

Juan Di Loreto

SARTRE, UN ESCRITOR EN LA GUERRA

Tiempo de lectura: 4 minutos

“Me duelen los ojos”, escribe el viernes 17. La letra es chica, apretada. El cuaderno exige cierta economía en el trazo. No puede trabajar en su novela. Solo puede pensar. Escribir y respirar funcionan casi como sinónimos para este hombre pequeño de ojos estrábicos. Sábado 18: “En una sala de cervecería nos hacen orinar en tarros de cerveza”, anota y agrega: “los compañeros me sorprendieron: en pelotas, no estaban más desnudos que de costumbre”. Todo se mezcla. ¿La conciencia es cierto fluir hecho letra? Ahora Sartre reflexiona sobre Heidegger. Diez líneas más abajo: “Pieter tiene cólicos”.

El diario íntimo, anota, es como “la serpiente que cambia de piel, uno puede mirar esa piel muerta, esa imagen rota de serpiente que deja detrás de sí”. Abajo lista los últimos textos leídos. Se obsesiona con descripciones y los últimos temas que rondan su cabeza. “Soy lo que quiero”. Y continúa: “Y esto es necesariamente limitado. Soy un ser finito profunda y totalmente responsable de mi mismo”.

El tiempo está feo. Oscuro. Hitler quiere recuperar Alsacia y Lorena. Cuándo empieza la guerra. Piensa en la moral. Corrijo: siempre piensa en la moral.

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“Perdí la fe a los 12 años”, escribe. Abuelo protestante, madre católica. “Sus sentimiento religiosos eran decentes y helados”. Casi no tiene recuerdos de la fe. Solo uno: “Me veo a los 7 u 8 años en la calle Le Goff quemando con un fósforo las cortinas de tul de la ventana, y no sé por qué ese recuerdo está relacionado con el buen Dios”.

Vuelve el dolor de ojos. El tiempo está feo. Oscuro. Hitler quiere recuperar Alsacia y Lorena. Cuándo empieza la guerra. Piensa en la moral. Corrijo: siempre piensa en la moral. Todo es asunción de responsabilidad. Anota: “Nunca tenemos excusas, porque el acontecimiento no puede alcanzarnos sino asumido por nuestras propias posibilidades”.

Martes, 4 de la mañana, mientras los compañeros “ordenan paquetes”, Sartre toma apuntes sobre un libro de guerra.  La “paz guerra”, la “guerra catástrofe”. La hora se pasa. A las 7 están en Morsbronn, en el corazón de Alsacia. La división que reemplazan es un espejo: “Miramos con curiosidad y hostilidad estas imágenes de nosotros mismos”. Aquel lugarteniente, ese coronel, el de buen humor, el delgado, el pálido. Los dobles que aborrecemos.

Pasan los días. Del puesto en meteorología pasa a la central de teléfono. ¿Y la guerra? París duerme con las luces apagadas. Todavía no hay bombardeos. Dicen que el enfrentamiento con Hitler será largo. Vuelve a la literatura y a Flaubert. Luego, reflexiona sobre la moral. Creo que le obsesiona un poco. Cita a Dostoievski: “Si Dios no existe, todo está permitido”. Y sigue: “Es el gran error de la trascendencia. Exista Dios o no exista, la moral es un asunto entre hombres”.

Todo gira en torno al compromiso. Nuestros actos son tan importantes que nos fundan. Diciembre ya se siente en los huesos. “Se trata de dormir y de comer y de no tener frío. Es todo. Prácticamente no se puede pensar en otra cosa”, dice un amigo en una carta. Ordena los papeles. Ve a Pieter, tiene los labios secos, un poco de fiebre. No es nada. Imagina la lujuria de su compañero con su lengua humedeciéndose los labios.

Lo reemplazan en la central telefónica. Registrar todo en un diario quizás no ordene nada. ¿El olvido será mejor ordenador? Ahí está: tiene sus ojos grandes en el texto de Kierkegaad. Anota: “La relación de la angustia con su objeto, con algo que no es nada (y decimos de manera tópica que estamos angustiados por nada)”. Sartre procesa lecturas, encuentros, Heidegger y Hegel. Pero el diario es un desorden.Es algo que se escribe en el presente, como diría Piglia. Más abajo: “Tengo miedo de mi”, es precisamente una angustia ante nada, porque nada me permite prever lo que haré”.

¿Y la guerra? París duerme con las luces apagadas. Todavía no hay bombardeos. Dicen que el enfrentamiento con Hitler será largo. Vuelve a la literatura y a Flaubert

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Vuelve el invierno. Anota: “Hace tres días, el deshielo. Barro, nieve fundida. La calles huelen a hembra esta mañana”. Trata de recordar lo que escribió la noche anterior. Estaba borracho. Pieter tenía franco y los invitó unas copas. Tomó media botella de más. “Hoy recibí los poemas de un joven llamado Alain Borne”. Está un poco disgustado. Transcribe un poema propio. Lo relee y siente vergüenza. La literatura tiene una función clara con el compromiso. Los poemas son un lujo.

Otro traslado. Brumath, pegado a la frontera alemana. Cuándo comienza esta guerra. Sartre recibe las primeras 180 páginas de Los caminos de la libertad dactilografiadas. “Decepción: demasiado lírica, el encadenamiento de los capítulos no es muy nítido”. El diario se termina. ¿Ya caímos prisioneros? Sigue el tedio de la movilización pasiva.“Si cagamos nosotros, cagan ellos también. Este asunto no puede durar”.

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