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20 de abril 2021

María Aimaretti

VIDEO BOLIVIANO DE LOS 80

Tiempo de lectura: 8 minutos

Cuando los proyectos audiovisuales que reconstruyo en VIDEO BOLIVIANO DE LOS ‘80: experiencias y memorias de una década pendiente en la ciudad de La Paz tuvieron lugar, yo acababa de nacer o era aún una niña. Sin embargo, siento aquella década como propia. Quizás, porque desde hace tiempo las transiciones democráticas y los desexilios latinoamericanos me obsesionan, e intento entender aquella época marcada por la esperanza y el desencanto. Quizás, porque creo que allí aún se cifran preguntas válidas para nuestro presente y desafíos a los que aún no hemos sabido responder: preguntas y desafíos ligados a la memoria, a la ciudadanía y a los derechos, la esfera pública en su dimensión comunicativa y los debates feministas. Mi libro es, entonces, una invitación a volver a los ochenta y sentirlos nuestros, poniendo la mirada, la atención y la curiosidad sobre un país -Bolivia- y una ciudad específicas -La Paz-, para ejercitar un pensamiento crítico y situado.

El volumen reúne una investigación que realicé desde fines de 2014 hasta principios de 2020, en el marco de mi trabajo como investigadora del CONICET, mientras ejercía la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. La divulgación de este material apunta a problematizar un vacío historiográfico y reflexivo tanto en la agenda de estudios sobre cine boliviano, como en la de estudios culturales latinoamericanos. Con pocas excepciones -y aún así parciales-, los trabajos sobre cine y video boliviano apenas han reparado en esta etapa, y la acotada bibliografía local centrada en las dictaduras y la transición democrática no ha prestado atención a las experiencias culturales como núcleos de relevancia para comprender la vida social vernácula, dejando sin examinar su inserción histórica y su carácter político. A la hora de jerarquizar los problemas de estudio y los objetos de investigación, la hegemonía de cierto enfoque historiográfico que privilegia una serie parámetros como excluyentes ha contribuido a la invisibilización del período y sus actores. Si prevalece la perspectiva autoral por sobre la atención a las iniciativas colectivas; si se mira el largometraje como medida de excelencia, y el fílmico como vara de calidad y prestigio; si la ficción prepondera por sobre el estudio del registro documental; si la prioridad analítica es la puesta en escena por encima del examen de los procesos y las prácticas de producción, y si solo se da relevancia al circuito de exhibición tradicional; se obtura la visión del rico paisaje audiovisual de los ochenta en la ciudad de La Paz. A todo ello hay que agregar que buena parte de los videos producidos se han perdido, están en muy mal estado de conservación o no han sido siquiera transferidos a un soporte que permita visionarlos. Pese a estas dificultades, el libro forja una imagen de este objeto de estudio “perdido” y soslayado. Si considero necesario aportar a la puesta en valor del espacio audiovisual del período es porque he constatado su contribución tanto a la continuidad productiva y crítica de la historia del cine y el video local, como al escenario regional de la comunicación alternativa.

Quizás, en la lectura de estas líneas sobrevuele la pregunta: ¿por qué el interés de una argentina por las imágenes paceñas y las experiencias videográficas de la posdictadura? Mi investigación es fruto de un itinerario, una trayectoria de estudio y de trabajo en el área de las artes y las humanidades que se inició hacia 2005 cuando tomé contacto con dos experiencias artísticas fundamentales -Teatro de los Andes y el Grupo Ukamau- que me permitieron, años más tarde, llegar a conocer iniciativas y proyectos maravillosos en cine, en teatro y en video producidas en y para Bolivia. Mientras hacía mi doctorado, y participaba de grupos de investigación en la UBA y en UNTREF, iba configurando una serie de nodos, o zonas de problemas que me interesaban poderosamente: las prácticas militantes en el campo de la cultura y las artes, los anudamientos entre la estética, la política y la memoria, las culturas populares, los exilios y las transiciones democráticas. Por tanto, cada ensayo que escribí fue contribuyendo, o generando las condiciones necesarias para que avanzara en la consecución de este proyecto: los ochenta en Bolivia se me presentaban como un tiempo fascinante donde podían articularse buena parte de mis intereses y preguntas previas.

Tras siete años de dictadura banzerista -con variadas formas de solapada resistencia y micro organización-, vinieron cuatro de transición: una transición saboteada por la cúpula militar, que dio por tierra en dos oportunidades las elecciones presidenciales a través de golpes de Estado

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Así, usando la metáfora de la escena, reconstruyo una serie variada de experiencias videográficas que tuvieron lugar desde fines de los setenta hasta comienzos de los noventa, dando cuenta también de sus diálogos con pares latinoamericanos. En cada capítulo abordo un “actor-experiencia” particular vinculando antecedentes y posibles derivas; considero agentes, horizontes ideológicos, sensibilidades, acciones y formas de trabajo compartidas y diferenciales en la sincronía; sin soslayar los aprendizajes y filiaciones tácticas que podrían haberse construido con instancias institucionales, ni las paradojas que cada caso comportó. Por tanto, el libro sostiene una mirada que, sin perder la referencia global, ancla preguntas específicas en fenómenos concretos y situados; y  presenta una lectura que -a partir de un exhaustivo relevamiento hemero y bibliográfico, historia oral y análisis visual- articula historia social y cultural, teoría y estética.

En el primer capítulo, presento una cartografía general de la escena de los ochenta, trazando sus cimientos, desarrollo y desarticulación; y en el segundo doy cuenta de una tendencia productiva -el documental de contrainformación y denuncia-, problematizando sus condiciones de producción y agentes, y analizando una serie de casos empíricos. En el tercero, reconstruyo el trabajo intelectual y creativo de las mujeres del campo, reponiendo sus debates y examinando en profundidad sus videos. El cuarto capítulo explora tres experiencias que se propusieron la transferencia de medios audiovisuales a organizaciones de base, sindicatos y diversas organizaciones en el marco de discusiones más amplias ligadas a la democratización socio-comunicacional y la educación popular; mientras que en el quinto, abordo la tendencia del audiovisual etnográfico, interrogando perspectivas teóricas, posicionamientos profesionales y analizando obras concretas. El sexto y último capítulo pone en relación la escena boliviana, con otras escenas productivas a nivel regional: para ello reconstruyo la vida del Movimiento Latinoamericano de Video, que se desplegó entre 1987 y 1992, describiendo y explicando sus discusiones, acciones conjuntas, pronunciamientos y especialmente sus encuentros autoconvocados. El libro concluye con un apartado bibliográfico que es la sistematización de información de referencia que hasta ahora permanecía muy dispersa, y que por su exhaustividad podría servir de plataforma de base para nuevos diálogos críticos e historiográficos.

Lo que sigue, a modo de convite, es un extracto del primer capítulo. Para más información u obtener ejemplares escribir a: [email protected], o https://www.facebook.com/Video-boliviano-de-los-80-102572381938514

La escena de los ochenta: imágenes, prácticas y agrupamientos del video paceño

La recuperación de la democracia en Bolivia fue una verdadera conquista. Tras siete años de dictadura banzerista -con variadas formas de solapada resistencia y micro organización-, vinieron cuatro de transición: una transición saboteada por la cúpula militar, que dio por tierra en dos oportunidades las elecciones presidenciales a través de golpes de Estado (noviembre de 1979 y julio de 1980). Pero en 1982 se abrió un inédito proceso democratizador.

En este nuevo y complejo tiempo histórico, en el campo audiovisual lxs jóvenes hicieron de la carencia virtud. En un marco adverso, donde las condiciones materiales eran deficientes -falta de insumos, infraestructura, espacios de formación, regulaciones y leyes- lxs “recién venidxs” al medio aportaron entusiasmo y creatividad. Aprovechando la aparición de nuevas tecnologías, florecieron experiencias de producción en video que ubicaron su labor en territorios adyacentes a la comunicación y la educación popular, las artes visuales y la militancia en organismos de DD.HH. u organizaciones de base.

María Aimaretti

Con la imagen-hipótesis de la escena aludo, justamente, al proceso conflictivo de configuración, desarrollo y dispersión de una serie variada de experiencias que llevaron adelante jóvenes paceñxs, y que en buena medida convergieron en lo que se denominó el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano (MNCVB). Volveremos a los ochenta mirándolos bajo el prisma de una escena dinámica, inestable, contendiente: hecha de interacciones, alianzas y fricciones; con protagonistas y antagonistas que, mientras producen, discuten, se organizan y desorganizan, van descubriendo y creando sus identidades. Una escena habitada por una generación que, mientras narra su época con imágenes, es hablada por ella.

Lxs jóvenes trabajaron para sindicatos, instituciones educativas, culturales, alcaldías, municipios, organizaciones sociales, organismos de cooperación internacional, ONG y la TV Universitaria, generando material de divulgación y uso interno. Esa expertise práctica -que era técnica, pero también política en lo que hace a la construcción de una red contactos- y el dinero que podía proveer como remuneración, se capitalizaron en propuestas autogestivas de carácter individual y grupal. Compartiendo un círculo de referencia en el que todxs se conocían, cada unx llevaba adelante un conjunto de intereses que entraron en sintonía, acople o diferencia con los de otrxs, en sistemas de afinidades e iniciativas concretas. Así, bajo distintas modalidades expresivas, hubo experiencias con sello individual o grupal; duraderas en el tiempo o coyunturales; con marca de género, clase o disciplina; bajo la forma de productora, ONG o cooperativa.

Muy pronto comprendieron que la clave para revitalizar el espacio audiovisual local era la organización colectiva, traducida ésta en la creación de un organismo horizontal que contribuyera a generar condiciones de visibilización y continuidad para sus trabajos. Así nace en La Paz, en febrero de 1984, el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano. En ausencia de una política comunicacional estatal y una legislación acordes, el MNCVB se oponía a la hegemonía creciente de las empresas de televisión privada y a la penetración cultural massmediática de los EE.UU.

Sus integrantes actuaron empapadxs del entusiasmo por la conquista de un tiempo político de libertad, y aprovechando la presencia de un soporte que volvió más accesible la creación y la comunicación. Así, consiguieron diversificar la composición de lxs miembros del sector, tanto etárea como genéricamente, en lo que es el primer gran recambio profesional, incluyendo la visible y activa presencia de las mujeres en roles que hasta entonces sólo habían ocupado los varones. En resonancia con su época -plagada de reclamos, masivas marchas y protestas obreras, mineras y campesinas- se asumieron y pronunciaron como “trabajadores de la imagen”, reivindicando una condición que les acercaba a los sectores populares, centro de atención de buena parte de sus realizaciones. Pluralizaron las perspectivas y los proyectos audiovisuales; y las prácticas creativas y las imágenes producidas, aunque acotadas y moleculares, se constituyeron como la forma de intervenir en ese presente estremecido para procesar sus preguntas y dilemas.

Así nace en La Paz, en febrero de 1984, el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano. En ausencia de una política comunicacional estatal y una legislación acordes, el MNCVB se oponía a la hegemonía creciente de las empresas de televisión privada y a la penetración cultural massmediática de los EE.UU

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Para hacer circular sus materiales y los de sus compañerxs latinoamericanxs, aprovecharon la práctica cineclubística previa, articulando con la Cinemateca Boliviana y la Universidad Mayor de San Andrés -lugar donde se habían formado. Además, propulsaron un emprendimiento editorial especializado -la Revista Imagen-, motorizaron el reclamo por la Ley del Cine y velaron por la inclusión del formato en los concursos. Asimismo, estuvieron atentxs a formalizar un sistema de distribución como clave para combatir el enclaustramiento, y para eso se aliaron con otrxs videastas de la región en el Movimiento Latinoamericano de Video, una red de colaboraciones que alcanzó la organización de encuentros a nivel continental (uno de los cuales se realizó en Cochabamba en 1989).

En todo el período, y como nunca antes, se advirtió una generalizada necesidad de apoyar la producción con investigaciones documentales respecto de los temas tratados, generándose un productivo intercambio con carreras universitarias como antropología, historia, sociología, comunicación social, letras y psicología, así como también con distintos círculos intelectuales. Las aportaciones teóricas y metodológicas de esas disciplinas funcionaron como insumos epistémicos y prácticos para una comprensión más compleja de la sociedad boliviana, en especial de los sectores indígenas y populares. En paralelo, entonces, se generó tanto un vocabulario para nombrar y pensar la heterogénea realidad local, como una batería de imágenes para reponer prácticas, imaginarios y sensibilidades diversas.

Por su carácter independiente, en el sentido de autogestivo y autofinanciado, el video de los ochenta siguió la “tradición” del cine vernáculo en un país sin industria ni promoción estatal. Pero lo hizo beneficiado por una coyuntura inédita donde convergieron cuatro factores de cambio: político-institucional, técnico, ideológico-cultural y generacional. Lxs protagonistas de esta escena desarrollaron una serie de aprendizajes que sirvieron de embrague con el pasado y el futuro: la memoria no se tradujo en reverencia condescendiente, y los fracasos del presente fertilizaron los proyectos del porvenir. En un tiempo convulso pero lleno de posibilidades, haciendo un uso crítico y creativo de las nuevas tecnologías, y a través de formaciones originales, esxs jóvenes supieron generar políticas de la mirada propias, en diálogo con su territorio.

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